Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este Domingo 5to de CUARESMA:
“EN FLAGRANTE ADULTERIO".
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
ABAJO, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: “COMAMOS Y FESTEJEMOS”.
Un abrazo...P. Bernardino
“EN FLAGRANTE ADULTERIO".
Leemos en evangelio de san Juan 8, 1-11:
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?”. Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno – le dijo Jesús –. Vete, no peques más en adelante”.
PALABRA del SEÑOR
Este texto de la mujer adúltera...
no ha encontrado fácil acogida en el evangelio. Ha nacido probablemente en el evangelio de san Lucas, y ha sido integrado tardíamente en el evangelio de san Juan. Ha quedado censurado por mucho tiempo, porque era difícil aceptar, también de parte de sus discípulos, una actitud de Jesús tan misericordiosa.
Mientras Jesús estaba enseñando...
en el templo, sentado en medio del pueblo, “los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio”. Traen sólo a la mujer, sin el hombre, aunque la ley mandaba: “Los dos adúlteros serán castigados con la muerte” (Lev 20, 10), “han de morir los dos” (Dt 22, 22).
No los mueve el celo por...
el cumplimiento de la ley: “Así extirparás la maldad de ti”. Las autoridades religiosas se dan cuenta que Jesús llega con su mensaje al corazón de la gente, y no pueden permitirlo, porque amenaza su sistema de poder y sus intereses. Por eso la mujer adúltera es la mejor oportunidad para “ponerlo a prueba”: “Moisés, en la ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres”. Acusan a la mujer, pero apuntan a Jesús mismo. Si también Jesús condena a la mujer, destinándola, según la ley, a una terrible muerte a pedradas, está en contra del pueblo; si no la condena, está en contra de la ley. Una trampa perfecta: “Y tú, ¿qué dices?”. No se le pregunta nada a la mujer, no se la interroga, no importa lo que siente, lo que sufre, lo que piensa. La mujer es sólo usada.
Jesús no responde nada...
sólo “comenzó a escribir en el suelo con el dedo”. Es lo único que Jesús escribió en su vida ¿Qué habrá escrito en la arena? Tal vez el pecado de la mujer, para que lo borrara el viento de la misericordia. O los pecados de los que la acusaban.
Al fin, “como insistían”, dictó la inesperada sentencia: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. No va en contra de la mujer, ni en contra de la ley. Reenvía a todos a su propia conciencia: “Yo les digo que quien mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28). Los acusadores son acusados por su misma conciencia. Nadie sin pecado. Y se van: “Todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos”. Son los ancianos del Sanedrín, y tal vez para Lucas es un llamado de atención para los presbíteros de la comunidad. “Jesús quedó solo con la mujer”: los hombres de las piedras se han retirado. Delante de la mujer queda sólo la infinita ternura de Jesús, que le habla: “¿Nadie te ha condenado?... Yo tampoco te condeno”. Jesús no relativiza el error de la mujer, no niega su gravedad. No hay ninguna complicidad en sus palabras. Sólo le devuelve toda su dignidad y le entrega su vida en sus manos: “Vete”. Podría seguir su camino equivocado. Jesús simplemente la invita: “No peques más en adelante”. Si quiere, ahora tiene la posibilidad de una vida nueva. Las piedras habrían podido destruir su vida; la misericordia puede cambiarla.
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GustavoLlerena... gusosm@yahoo.es
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DOMINGO 4to de CUARESMA 10 / 03 / 2013
"Comamos y festejemos"
El capítulo 15 de Lucas es una parábola en tres escenas. Es el centro del evangelio: Dios como Padre misericordioso, que se estremece de alegría cuando ve que regresa a casa el hijo más lejano, e invita a todos a alegrarse con Él. La parábola muestra que su amor no es proporcional a los méritos sino a la miseria. Por eso, sólo los primeros invitados, que creen tener derecho a la salvación, se excluyen de ella (Lc 14, 15-23). El capítulo 15 se dirige al justo, para que no quede vacío su puesto en la mesa del Padre: debe participar en la fiesta que Él celebra por su hijo perdido y encontrado. Por ello la parábola habla de conversión; pero no del pecador que vuelve a la justicia, sino del justo invitado a ser misericordioso.
Las tres escenas parecieran tener una resonancia con los tres llamados al banquete (14, 15-23). La de la oveja extraviada corresponde al segundo llamado, que se dirige a las ovejas perdidas de Israel; la de la dracma corresponde al tercer llamado, que se dirige a los paganos; queda vacío el puesto del que fue llamado primero, el Israel de la Ley. Quizás por ello el Padre solo le habla a él; nosotros tenemos al Hijo, a él debemos escuchar (cf Lc 9, 35).
La parábola nos revela al Padre y su amor sin condiciones a los hijos, su gran alegría al ser comprendido como Padre.
La conversión no es tanto un proceso psicológico del pecador que vuelve a Dios, sino más bien el cambio de la imagen de Dios que el justo y el pecador deben realizar. Convertirse significa descubrir su rostro de ternura que Jesús nos revela, volverse del yo a Dios, pasar de la desilusión del propio pecado – o de la presunción de la propia justicia – a la alegría de ser hijos del Padre. La raíz del pecado es la mala opinión acerca del Padre, opinión que es común tanto al mayor como al menor. El menor para liberarse de Él, instaura la estrategia del placer a reventarse que le lleva a alejarse de Él. El otro, para ganárselo, instaura la estrategia del deber, con una religiosidad servil, que sacrifica la alegría de vivir. Un ateo religioso aferrado al legalismo. Ambas situaciones tienen una fuente común: la falta de conocimiento de Dios. Tienen de Él la idea de un faraón opresor.
La parábola tiene como primera intención la de llevar al hermano mayor a aceptar que Dios es misericordia. Es un descubrimiento gozoso para el pecador, y es una derrota mortal para el justo. Pero sólo así puede salir de la condenación que es propia de una religión servil, y pasar, como Pablo, de la irreprensibilidad en la observancia de la ley, a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo, su Señor (Flp 3, 4-8). Es la conversión: de la propia justicia a la misericordia de Dios. No deja de ser importante que sólo el hijo menor lo llama siempre Padre; el mayor nunca lo hace, a regañadientes reconoce al pecador como hijo, pero no como hermano suyo. Luego, ¿quién es el verdadero pecador? Podrá decir Padre a Dios cuando diga al otro: ¡hermano mío!
Somos amados por el Padre, no porque seamos buenos, sino porque Él es Padre y es bueno, pero nuestra invitación es ser como el Padre (cf Mt 5, 48). “En esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesús el Mesías” (Jn 17, 3).
Joel, Puerto Aysén – Chile
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Soy esa hija prodiga, que ha vuelto a la casa de mi Padre, el reconocer que él me da la libertad, y yo elijo quedarme o alejarme, y permite la separación, para que aprenda a descubrir lo que significa en mi vida estar sin su compañía. Al volver no me recrimina, sólo me acoge como un Padre que está a la espera me di regreso, para levantarme y para lo quiera con un amor desinteresado, porque reconozco todo lo bueno que tenía junto a él, y lo hago por amor y no por interés.
Muchas veces como iglesia actuamos como el otro hijo, donde queremos que nos reconozcan todo lo que hacemos a los ojos de los demás y no en lo escondido entre él y yo; en el cumplimiento del deber, no por amor. Debemos hacerlo todo por nuestro Padre, que se entrega por mí, para mi salvación y nos va dando a cada uno según nuestras necesidades, para nuestro crecimiento espiritual, sin forzarnos a nada, poniendo nuestra voluntad en querer estar con él, para caminar como hijo/a que somos de un mismo Padre.
María Teresa, Santiago – Chile
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El dinero es siempre la representación del poder, y a través de los tiempos las diferencias entre ricos y pobres se han estructurado para tener más poder y más poder de cualquier manera. La enseñanza del evangelio nos muestra en primer lugar la ambición del joven por la herencia monetaria, pensando que va a lograr su felicidad, pero ella es tan corta por que la ostentación del dinero hace que los hombres lo pierdan todo en poco tiempo. ¿Qué se puede pensar cuando se ha perdido todo, a quién acudir? Sólo un padre bueno no se fijará en buscar culpabilidad ni pedirá cuentas. Sólo abrazará al hijo y le perdonará.
El otro hijo también es egoísta: teniendo todo, quiere más. La ambición destruye los lazos familiares.
Francisco, Oruro – Bolivia
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Ojala yo pudiera decir comamos y festejemos, porque al fin he aprendido a vivir en el amor de Dios Padre. Ese que es gratuito, que no cuestiona, ni enjuicia, que no pide condiciones ni beneficios, ese que es gratuidad, don divino: el que me despoje definitivamente de mis estructuras, acondicionamientos y prejuicios arraigados muy dentro de mí a través de los años, impidiendo la total liberación de mi voluntad y espíritu… Vivir el amor al estilo del Padre.
Sin embargo, reflexionar las palabras del Señor a San Pablo: “Te basta mi gracia; mi fuerza actúa mejor donde hay debilidad”, me ayuda a perseverar en este camino de conversión, porque el Padre Dios no me abandona, ha sido y es infinitamente amoroso y misericordioso conmigo. Soy yo la que tengo que abandonarme a él, sólo abandonarme.
¡Señor, concédeme oírte y verte en mis hermanos para amarte y ser toda tuya!
Verónica, Santiago – Chile
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Cuando era niño tuve la oportunidad de oír por primera vez esta parábola. Me identifiqué con el hermano mayor, era evidente: ¿Cómo era posible que el hermano malo, el que se había ido, el que volvía después de haber gastado todo, fuese recibido con aprecio, con honores? No era correcto, contradecía la visión humana de lo justo: nos portamos bien, somos recompensados; nos portamos mal, somos castigados. Sencillo y claro. Y hasta ahora, se nos va la lengua, queremos racionalizar, entender, interpretar la mente de Dios. No llegamos, no podemos, quedamos chiquitos. Vano el atrevimiento de juzgar y pronosticar castigos y premios. Es que no sabemos. Podemos intuir que Dios es muy bueno, que su corazón es muy grande, mas nada más.
Se me viene a la mente: “Ámense como yo los he amado”, fuerte, no es el amor humano, no es amarse como nos amamos primariamente, filialmente, sexualmente, No. Ahí entra el Espíritu Santo, ahí lo necesitamos, para recibir ese Don, el Amor de Dios, ese amor inmenso que nos libera de las cadenas de la materia y que nos permite fluir en la paz y la verdad que hacen al camino del Padre. Pequeños momentos en que gracias a la gracia del Padre podemos entender lo que acabo de describir. La tarea: extender esos momentos, buscar que lo de esporádico se vaya dando en forma regular. Ojala la vida alcance.
Iván, Oruro – Bolivia
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