"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

viernes, 8 de mayo de 2015

"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “Ámense los unos a los otros”.

Un abrazo... P. Bernardino


     "ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"      

En un mundo complejo y en rápida transformación, en que nos sentimos siempre más desamparados y desprotegidos, la lógica instintiva puede ser la de encerrarnos en nosotros mismos, protegiendo nuestra vida y la de los nuestros.

El cambio personal y comunitario se puede dar rompiendo esa lógica individualista y abriéndose a un proyecto de amor recíproco que lleva a una verdadera realización humana. El que ha sido amado será capaz de amar.

  Leemos en el evangelio de san Juan 15, 9-17:                 

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
PALABRA del SEÑOR



JESÚS, durante la última cena de su vida...
a pocas horas de su pasión y muerte, da las indicaciones para que sus discípulos puedan vivir en el mundo sin pertenecerle, poniendo en práctica la originalidad de la enseñanza del Maestro.

Él ama a sus discípulos como el Padre lo ama a él. La intimidad entre el Padre y el Hijo se refleja en el amor de Jesús para con sus seguidores. Por eso la invitación: “permanezcan en mi amor”, como los sarmientos unidos a la vid, alimentados por la misma savia.


La manera de permanecer en él..
de mantenerse en su amor, es cumplir concretamente sus mandamientos. Y él mismo da el ejemplo: cumple los mandamientos del Padre. Ha venido para liberarnos de las ataduras del mal y enseñarnos un camino de amor para llegar a ser hijos e hijas de Dios, y esto le costará la vida. De este modo ha manifestado su amor al Padre. El discípulo hará el mismo camino, cumpliendo el mandamiento de Jesús: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

Anteriormente, los dos mandamientos que constituían el resumen de toda la Ley y los Profetas eran: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu espíritu; y a tu prójimo como a ti mismo”.

Ahora Jesús no pide nada para Dios...
El mandato de Jesús, la esencia de su proyecto de nueva humanidad, será el amor recíproco entre todos: “Ámense”. Los discípulos tendrán que hacer un proceso de conversión, liberarse del instinto de poder que los llevaba a luchar por los primeros puestos, y abandonar las peleas y la competencia, centrados sólo en su propio interés. “Ámense”: como compromiso de buscar siempre el bien del otro, en la forma que los distintos momentos y necesidades lo requieran. Y la medida del amor al prójimo no es más “como a ti mismo”, que ya era una medida muy exigente, porque significaba ofrecer a los demás el mismo cuidado con que cuidamos nuestra integridad, nuestro bienestar, nuestra vida y nuestra familia. La nueva medida es él, es su amor para con nosotros: “Como yo los he amado”. Pide que seamos como él, amándonos como él nos amó, con un amor gratuito, universal y total, sin ninguna discriminación. Y lo exige con la fuerza de un mandamiento: “Lo que yo les mando”. Jesús, el hijo de Dios, seguirá estando presente en el mundo a través de todos los discípulos que reproducirán su amor.



Esto es fuente de la verdadera alegría...
en Jesús y en los discípulos. Jesús acababa de anunciar su muerte inminente, e igual habla de alegría, la que él poseía por su comunión con el Padre, por hacer su voluntad. De esa misma alegría participa el discípulo que permanece en Jesús. No es la alegría que nace del tener más, del conseguir poder y reconocimiento social, y de los éxitos en la vida. Es el gozo que nace del amor recibido y ofrecido, de la realización plena de una vida gastada en el amor, reflejo de la de Jesús.

La relación de Jesús con los discípulos es la del amigo, que llega a dar la vida por los amigos que él mismo ha elegido, y a los cuales confía los secretos de su corazón: “Les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre”.Dentro de esta intimidad, el diálogo con el Padre, la oración, no será una forma para conseguir interesadamente beneficios y favores, sino la manera para abrir el corazón a las energías que nos permiten producir frutos abundantes: “Los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. El fruto será esa humanidad nueva que se revela en la vida de los discípulos, y que ellos irán proponiendo a todos los pueblos.




sábado, 25 de abril de 2015

DOMINGO del BUEN PASTOR

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “YO DOY MI VIDA”.

Un abrazo... P. Bernardino



                 “YO DOY MI VIDA”                


La imagen del pastor y del rebaño ya no es común en nuestras culturas urbanas. Jesús la usa a partir de la vida de su pueblo, y tal vez de su misma experiencia personal.
Ahora, el desafío para nosotros es recuperar la riqueza del mensaje, siempre actual, contenido en imágenes que pertenecen a otra cultura.


  Leemos en evangelio de san Juan 10, 11-18       


Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir el lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí – como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre – y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandamiento que recibí de mi Padre”.
 PALABRA del SEÑOR



Aparecen en este texto del evangelio de Juan dos figuras típicas: una es la del “buen pastor”, y la otra del “asalariado”. Lo que las distingue es la diferente actitud para con las ovejas. La característica del “buen pastor” es que él “da su vida por las ovejas”. La característica del “asalariado”, “al que no pertenecen las ovejas”, es que él “no se preocupa por las ovejas”, y por eso “las abandona y huye” en el momento del peligro.





Más allá del lenguaje simbólico, que tal vez cuesta entenderlo en el día de hoy, el “buen pastor” es Jesús, que no explota al rebaño, sino que da su misma vida; y las ovejas amadas son sus discípulos. No se supone, en este texto, que haya otros “buenos pastores”, que hagan lo mismo que él hace. Jesús no es “uno” de los buenos pastores, es el “único buen pastor”, el verdadero pastor.


Es necesario fijarse el él, y su figura emerge con mayor claridad si tenemos en cuenta, por contraste, que existe también la figura opuesta, la del “asalariado”, que se dedica igualmente a las ovejas, pero únicamente animado por sus intereses y no por el bien de las ovejas: “Cuando ve venir el lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa”.


Hay dos claras referencias de Jesús al Antiguo Testamento. Una a los pastores de Israel de que habla el profeta Ezequiel: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Se comen su enjundia, se visten con su lana, matan a las más gordas, y las ovejas no las apacientan. No fortalecen a las débiles ni curan a las enfermas ni vendan a las heridas; no recogen las descarriadas ni buscan a las perdidas y maltratan brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras salvajes… Esto dice el Señor: me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentar a sí mismos los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar” (34, 2-5. 10).






La otra referencia al Antiguo Testamento aparece en el lenguaje que usa Jesús: “Yo soy el buen pastor”. En ese “Yo soy” está el recuerdo de la manifestación de Dios a Moisés: es el nombre con que Dios se identifica, para ser reconocido. Ahora, con ese nombre se identifica Jesús, que asume la misión del Pastor anunciado por el profeta Ezequiel: “Así dice el Señor: Yo mismo en persona buscaré mis ovejas y las libraré de todos los lugares por donde se dispersaron un día de oscuridad y nubarrones”.


La relación de Jesús con los suyos es de “conocimiento” recíproco: conocer y ser reconocidos, como profunda necesidad humana, y con toda la riqueza que la palabra “conocimiento” tiene en la Biblia, una relación que por parte de Jesús llega al extremo de ofrecer vida hasta dar la suya: “Yo doy mi vida por las ovejas”, y por parte de la comunidad la adhesión a él y la escucha y el cumplimiento de su palabra. Hay en esta afirmación un adelanto y una explicación del misterio pascual, de una vida entregada por amor. 


Existe entre Jesús y los discípulos una relación parecida a la que se da entre Jesús y el Padre: “Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. Difícilmente podemos entender la fuerza de esta revelación. Muchas veces Jesús dice que él y el Padre son una cosa sola. A la misma comunión de amor son introducidos los discípulos. Y no sólo algunos. A toda la humanidad Jesús se manifiesta como pastor: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor”: un solo rebaño, no un solo corral, en la diversidad de los pueblos y de las culturas, todos invitados a oír la voz del único Pastor y seguir su camino.Para todos Jesús ofrece libremente su vida. Es la forma de su plena realización: “el que pierde su vida la encontrará”, cumpliendo ya en sí mismo el único mandamiento que ha recibido del Padre y que entregará a sus discípulos: “Ámense, como yo los he amado”.





sábado, 18 de abril de 2015

<< SOY YO MISMO >>

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “SOY YO MISMO”.

Un abrazo... P. Bernardino.




                << SOY YO MISMO >>              

La Iglesia a lo largo de su historia ha tenido periodos muy difíciles, de los cuales ha salido por la fuerza del Espíritu. Recordamos comúnmente el tiempo de la grande corrupción durante la edad media, o la violencia de la represión durante la inquisición. También hoy la iglesia vive un momento oscuro, a pesar de un Papa que la orienta tan claramente a la centralidad del evangelio y del seguimiento de Jesús. El “efecto Francisco” encuentra todavía mucha resistencia, a pesar del gran apoyo popular.


Pero el momento más oscuro y doloroso que han vivido los primeros seguidores de Jesús ha sido sin duda el momento de su pasión y muerte. Los evangelios nos hablan en distintas maneras de la dificultad que han atravesado los discípulos para salir de ese trauma terrible.

Leemos en el evangelio de san Lucas 24, 35-48:

Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”.


Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y comió delante de todos. Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”.

PALABRA de DIOS






Los dos discípulos de Emaus, Cleofás y muy probablemente su esposa María, regresan a Jerusalén con los ojos encendidos y comparten con los demás discípulos la extraordinaria experiencia del encuentro con el Resucitado, que habían reconocido cuando partió el pan. Había sido el mismo gesto que Jesús había realizado cuando multiplicó los panes, anunciando ya con esa señal su destino de entrega de sí mismo para hacerse pan para todos.


Y de nuevo Jesús se manifiesta a los discípulos en el Cenáculo: “se apareció en medio de ellos”. Jesús en el medio, y los discípulos alrededor suyo, sin ninguna disposición jerárquica. Los saluda con el saludo pascual: "La paz esté con ustedes". Para Jesús está totalmente cerrado el capítulo de la traición y del abandono de parte de sus discípulos durante su pasión y muerte. Sólo ofrece el fruto de la Pascua: la paz, la gran reconciliación, que permitirá a los discípulos mirar al nuevo horizonte que Jesús abre delante de sus ojos.


Pero ellos siguen mirando atrás, a sus sueños mesiánicos destruidos. Para ellos la presencia de Jesús despierta sólo espanto, temor, dudas. No pueden creer que Jesús está vivo, que su muerte por amor haya sido la máxima manifestación de la vida: “Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu”.

Jesús presenta las pruebas de su identidad: "Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. No es “un espíritu”, ni es “delirio” el testimonio de las mujeres. Sus manos y sus pies son la prueba de su amor que lo ha llevado a la cruz.El evangelio se detiene en tantos detalles: tocar, ver, mostrar, comer… Es evidente la intención de hacer ver que el itinerario de la comunidad pascual ha sido largo y difícil. Por la fe y la determinación de las mujeres, lideradas por María Magdalena, muy lenta y fatigosamente los discípulos llegan a creer en la resurrección. Y el camino será la relectura de la sagrada Escritura con la mirada en Cristo: “Todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”, y “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”. Es el camino ofrecido a los discípulos de todos los tiempos: redescubrir a Jesús a través de las Escrituras, de la historia sagrada del pueblo elegido, y de la historia sagrada de toda la humanidad que confluye en él. Él es la manifestación más alta de la humanidad en camino. En él, en su mensaje pascual de muerte y resurrección, la humanidad encontrará el camino de la reconciliación universal, dejando atrás su historia de violencia e injusticia: “En su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”. Desde Jerusalén, desde el lugar del rechazo y de la crucifixión de Jesús, los discípulos deberán extender este mensaje a todos los pueblos: “Ustedes son testigos de todo esto”.


miércoles, 8 de abril de 2015

"SE LLENARON DE ALEGRÍA".

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “Se llenaron de alegría”.

Un abrazo... P. Bernardino


                "SE LLENARON DE ALEGRÍA".            

Hay a veces en la vida experiencias tan dolorosas, que podrían apagar cualquier gana de salir adelante, de renacer y reconstruir. Un momento así, de miedo y desesperanza, deben haber vivido los discípulos de Jesús frente a su pasión y muerte en la cruz.



 Leemos en el evangelio de san Juan 20, 19-31:         


Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo:

“¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.


PALABRA DEL SEÑOR












Es la primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, según el evangelio de san Juan. A ellos, que se habían dispersado durante la pasión, ahora los reúne el miedo. Están en el Cenáculo “con las puertas cerradas por temor a los judíos”: la violencia desatada contra Jesús, podría extenderse a sus seguidores. Y está cerrado y dolido el corazón: ¿Cómo perdonarse la negación, el abandono, la traición? ¿Y qué futuro les espera? A sus ojos, Jesús ha sido derrotado. Sus enemigos, que lo han colgado en la cruz, son los vencedores.

El evangelio no describe el itinerario interior que tienen que haber realizado los discípulos para pasar de esa situación de terrible angustia al momento en que “se llenaron de alegría” por la certeza de que Jesús estaba vivo. Sin duda la fe y la determinación de María Magdalena y de las otras mujeres los han ayudado decididamente.

La presencia y la confianza en Jesús resucitado los libera del miedo. Él se manifiesta diciendo: “La paz esté con ustedes”. Para esos discípulos, temerosos y desamparados, que habían desaparecido durante la pasión, ningún reproche: sólo un mensaje de paz. Es la paz entre Dios y la humanidad, la reconciliación y pacificación del corazón, la comunión y armonía con toda la humanidad y con la creación entera. Es la paz que Jesús había prometido a los discípulos, angustiados por el anuncio de su partida: “la paz les dejo; les doy mi paz”.

Hay pocas palabras capaces de expresar tan eficazmente la condición de bienestar total que Jesús ofrece. Es la paz que los discípulos no pierden ni frente a la persecución y la cruz, en la lucha por la justicia y la verdad. Él está en medio de ellos, como lo había prometido: “No los dejaré huérfanos”. Él es la fuente de la vida y de la esperanza: en medio del mundo los discípulos tendrán apuros, pero, “ánimo, que yo he vencido al mundo”. No habrá más una comunidad de discípulos “con las puertas cerradas por temor”.

Como signos de su victoria, Jesús les muestra las manos y el costado. Son los signos de un amor hasta el extremo, de la vida verdadera, que la muerte no ha podido vencer. Son ahora las manos en que confiar, las manos en que el Padre ha confiado todo, las manos que han lavado los pies de los discípulos en la última cena, las manos que cuidan y defienden a las ovejas: “Yo les doy la vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mis manos”. Y el costado, el corazón traspasado, fiel a la alianza sellada con su sangre.

Por eso la alegría. No porque ya no hay peligros y persecución, sino porque el Señor está vivo y presente, y los ama. Con él el sufrimiento será como los dolores del parto, que se transforman en alegría cuando nace una nueva vida.

Con este respaldo, con esta certeza, los discípulos pueden salir de su refugio, y ser lanzados a la misión: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Justo a partir de la dolorosa experiencia de la fragilidad de los discípulos, Jesús les propone que sean continuadores de su obra. Tendrán que repetir los mismos gestos de sanación y perdón, los gestos que revelan la gran compasión del Padre por el infinito dolor del mundo. Para eso había sido enviado Jesús: para hacerse nuestro hermano, compartir nuestra miseria, hacerse leproso con los leprosos, excluido con los excluidos. “De la misma manera los envío a ustedes”: la misión de los discípulos tiene su origen y modelo en la misión de Jesús, será su prolongación. Sus discípulos seguirán siendo frágiles y vulnerables, pero tendrán una energía extraordinaria que los hará capaces de vencer el miedo y anunciar con valentía que el Señor está vivo, y que las tinieblas y la muerte pueden ser vencidas: "Reciban el Espíritu Santo”.

“Sopló sobre ellos”, como Dios que infundió en el hombre su aliento de vida en la primera creación: serán una nueva creación, una humanidad nueva. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan": el perdón es el primer fruto del Espíritu. Una comunidad de puertas abiertas, humilde, acogedora, enviada a todo el mundo, en diálogo con todas las razas y culturas, sin exclusiones ni discriminaciones.El apóstol Tomás no estaba presente. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de la resurrección del Señor, y lo busca en el pasado: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Su duda, que es nuestra duda, le permite llegar a la más alta confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”, y a escuchar la bienaventuranza para todas las generaciones futuras de discípulos y discípulas de Jesús: “¡Felices los que creen sin haber visto!”.




sábado, 4 de abril de 2015

<<< JESÚS RESUCITÓ 2015 <<<


Querido/a Amigo/a:


Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “Ha resucitado”.
Aprovecho para desearte días de gracia y Felices Pascuas de Resurrección.


Un abrazo... P. Bernardino


                ¡¡¡  HA   RESUCITADO   !!!              



El sentido de la Pascua, con su misterio de muerte y resurrección, es algo fundamental, no sólo para la fe del creyente, sino para toda la humanidad. No es un simple consuelo frente a las dificultades y las derrotas, recordar que, a pesar de todo, la vida vence. La vida venció en Jesús, que ha sido torturado y colgado en la cruz, y que Dios rescató de entre los muertos. Vencerá en nosotros, por la fuerza del Resucitado que nos acompaña.

Leemos en el evangelio de san Marcos 16, 1-8:

Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.

Y decían entre ellas: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.

Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”.

Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.


PALABRA DEL SEÑOR





El evangelio de Marcos subraya la presencia de algunas mujeres en la crucifixión de Jesús, y recuerda el nombre de tres: María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas son testigos de la muerte y sepultura de Jesús, y serán testigos de su resurrección.

Siguen siendo cumplidoras de la ley. La familiaridad con Jesús no las ha liberado todavía de esa atadura. Sólo después del reposo del sábado se animan a comprar “perfumes para ungir el cuerpo de Jesús”. El cumplimiento de la ley no les permite experimentar antes la plenitud de vida de que goza Jesús, más allá de la muerte física.

Fueron al sepulcro “cuando salía el sol”. Salía el sol para toda la humanidad, el sol de la Pascua. Ellas no lo saben. En sus ojos está todavía la imagen del crucificado; en sus oídos el ruido de la piedra que José de Arimatea “hizo rodar en la entrada del sepulcro”.

Les quedaba un último gesto de un ritual sagrado: embalsamar el cadáver. Sus pensamientos están fijos en la muerte. No se dan cuenta que es el “primer día de la semana”, el primer día de la nueva creación. Se preguntan: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. No hay discípulos con ellas, no hay varones: todos desaparecidos. No han estado presentes en los momentos de la muerte y sepultura de Jesús. No lo están ahora. La piedra del sepulcro es “muy grande”: es la piedra del poder de la muerte. Imposible removerla.

“Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida”. A las tres mujeres se les abren los ojos y comienzan a entender. El sepulcro está abierto, la muerte vencida. Con su muerte física, entregando la vida por amor, Jesús ha revelado cuál es la vida verdadera e indestructible, y es fuente de vida para todos.

Las mujeres entran al sepulcro. No es más el lugar de la muerte. Va abriéndose camino en su corazón el recuerdo de la enseñanza de Jesús: “Todo el que vive y cree en mí no morirá jamás”.

En el sepulcro “vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca”: es la luz de la transfiguración, que los discípulos habían visto en la montaña. Entonces era sólo un anuncio. Ahora es la realidad. Y el mensaje que oyen las mujeres es la certeza fundamental de la fe: “Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Buscaban al crucificado, a un muerto, y se encuentran con la vida que ha brotado de la misma muerte. El poder de la muerte ha sido vencido: “No está aquí”. Es un mensaje que no es fácil entender.

Las tres mujeres no lograrán aceptarlo plenamente en seguida. La primera reacción es de miedo, de silencio, de angustia: “Salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”. Tendrán que liberarse de las esperanzas mesiánicas equivocadas que todavía guardaban en su corazón y redescubrir el sentido verdadero de la enseñanza de Jesús: “El Hijo de hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida”. Tendrán que hacer esta conversión, y ayudar a los discípulos a convertirse: “Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho”. Las mujeres están encargadas de reconvocar y reunir a la comunidad de los discípulos dispersa durante la pasión.Los discípulos, y sobre todo Pedro, el que más había negado a Jesús, tendrán que abandonar Jerusalén, el centro del poder religioso y político, donde habían ingresado con tantas ilusiones el día de la entrada triunfal de Jesús. Tienen que volver a Galilea, el lugar del primer llamado, a la Galilea “de los gentiles”, de los pueblos paganos, a esa región expuesta a la penetración de creencias extranjeras. Habrá que empezar de nuevo, en humildad y sencillez, y rehacer el camino que había llevado Jesús a la cruz, desde Galilea, pero en otra dirección: no hacia Jerusalén, sino hacia todos los pueblos, para anunciar a todo el mundo que la vida vence, a pesar de todo.




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