"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

viernes, 7 de febrero de 2014

“SOBRE EL CANDELERO”.

Querido/a Amigo/a:


Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“SOBRE EL CANDELERO”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.

Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“LUZ PARA ILUMINAR A LAS NACIONES”.



Un abrazo: P.Bernardino



                       “SOBRE EL CANDELERO”                        


El fenómeno de la globalización, entre sus consecuencias provoca también la homogenización de actitudes y conductas en los diversos continentes.

Pero produce también un proceso de fragmentación e individualismo que hace muy difícil la difusión de un mensaje que pretenda ser universal.

    Leemos en el evangelio de san Mateo 5, 13-16:                                      


Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. 
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo.

PALABRA del SEÑOR




Sal y luz: dos elementos de la vida cotidiana...
que todos conocen. Jesús parte de la experiencia común, para decirles a sus discípulos que ellos deben ser como la sal y la luz. Es la entrega de una responsabilidad y una misión.

La sal se relaciona fácilmente con el sabor: sirve para darles sabor a los alimentos. En las diversas religiones y culturas significa sobre todo sabiduría, y a veces hospitalidad: “compartir el pan y la sal”. En la tradición bíblica se refiere también a la purificación, y particularmente a la preservación e incorruptibilidad de las cosas.

Probablemente Jesús tiene presentes...
todos estos sentidos, cuando dice atrevidamente al pequeño grupo de sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra”. Tendrán que ser sal, tener sabor, sabiduría, acogida, fidelidad y perseverancia, pero no para sí mismos, sino para la tierra, para la humanidad. Como los animales sacrificados en el templo, víctimas ofrecidas a Dios en la Primera Alianza, eran salados para indicar la firmeza y la estabilidad del pacto entre Dios y su pueblo, así la Alianza “nueva y eterna” con toda la humanidad, sellada en la sangre de Jesús, será estable y eficaz si los discípulos serán en el mundo una presencia que hace memoria fiel y perseverante del pacto con Dios. Si en cambio se conformarán a la mentalidad del mundo, arrastrados por la corriente, y no manifestarán con su vida la novedad y originalidad del mensaje liberador de Jesús, los discípulos serán motivo que sea olvidada la Alianza, y serán como sal que ha perdido su sabor, “ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres”: una comunidad que merece ser ignorada y despreciada.



También la comparación con la luz...
debe ser bien entendida. Cuando Jesús les dice a los discípulos: “Ustedes son la luz del mundo”, no está dándoles un reconocimiento, que alimente su vanidad y arrogancia. La verdadera luz del mundo es Jesús, que manifiesta el misterio de luz del Padre, e ilumina a todos con su ejemplo y la enseñanza de su palabra. Los discípulos tendrán que ser un pequeño reflejo fiel de esa luz, con el testimonio de su vida: “así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes”. Y estarán atentos, reconocerán y cuidarán con amor las infinitas luces que el Espíritu ha encendido en distintas maneras en las tradiciones espirituales de todos los pueblos. No buscarán su propio reconocimiento y prestigio: “cuídense de hacer obras buenas en público para que los vean”. Simplemente hablarán los hechos concretos, la vivencia consecuente de las bienaventuranzas. Sus “buenas obras” serán naturalmente visibles, como se ve “una ciudad situada en la cima de una montaña”. Son las obras de la solidaridad, de la justicia y la misericordia, del trabajo por la paz y el buen vivir, del cuidado de la creación. Estas obras serán por sí mismas una predicación eficaz para que el mundo glorifique al Padre. Es inevitable que se vea la actividad de los discípulos: “no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos”. Pero es al Padre que va dirigida la mirada: para que los hombres “glorifiquen a su Padre que está en el cielo”. Los discípulos son sólo una flecha que indica la dirección. Glorificando al Padre, los hijos descubrirán en sí mismos los rasgos paternos.

La comunidad de los discípulos no puede quedarse encerrada y escondida: es para “la tierra”, para “el mundo”, una energía que transforma y humaniza, junto con todos los hombres de buena voluntad, sirviendo grajtuitamente con humildad y generosidad





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2014





Bernardino Zanella      bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena     gusosm@yahoo.es 


    LECTIO DOMINICAL 02 de FEBRERO        
      "Luz para iluminar a las naciones "      

El proyecto de vida que será planteado por Jesús en sus mensajes no estaba constituido por simples mensajes litúrgicos religiosos. Al contrario, eran propuestas de cambio, de liberación, con un fuerte contenido de justicia. Los pueblos soportaban tiranías político-religiosas: de los romanos que oprimían brutalmente a los más pobres, y de los sacerdotes que hacían de las leyes vetero testamentarias instrumentos de muerte. 

Simeón profetiza que Jesús será signos de contradicción: “El espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos”: por este motivo Jesús será asesinado brutalmente. 

A partir de esas propuestas el cristianismo o todos los cristianos deberíamos estar dispuestos asumir el reto de continuar con el proyecto de vida a favor de los más pobres, y tal como dice Medellín, "la opción preferencial por los pobres" debería ser la permanente guía que ilumine nuestras acciones diarias, en la familia, en el trabajo y en todos los lugares donde transcurre nuestra vida. 

Cuando vemos una sociedad preocupada por el “dinero”, el consumismo, el individualismo y la lucha por el poder deberíamos ser capaces de discernir entre la vida y la muerte. 

      Francisco, Potosi – Bolivia                        


* * * 
La lectura de este texto del evangelio de Lucas me emociona siempre mucho. Aplicándolo a mi vida hoy, han surgido en mí estas reflexiones. 

Quisiera poder lograr: 

- La sencillez y el asombro de los ancianos, Simeón y Ana, alcanzados después de un largo trabajo sobre ellos mismos para despojarse de todas las escorias y las superestructuras acumuladas durante la vida (Simeón), y a través de la oración tranquila y confiada de Ana, que “noche y día moraba en el templo del Señor”, y luego hablaba a todos con alegría del niño Jesús; 

- La sencillez y el asombro de los niños. Está escrito, de hecho, “si no se harán como niños, no entrarán en el reino de los cielos”. Creo que hay una semejanza entre esta actitud espontánea de los niños, todavía no afectados por las complicaciones de la vida, y la de los ancianos, cuando alcanzan la sabiduría del corazón; 

- La pobreza y la sencillez de María, en el cumplimiento humilde y respetuoso de las costumbres y tradiciones de su pueblo. Una actitud que manifiesta la adhesión total a la realidad de la vida, sin ponerse demasiadas preguntas (la palabra humildad viene de humus = tierra). 

Como sería lindo si, llegada al final de mi vida, pudiera pronunciar yo también las palabras llenas de sentido del anciano Simeón. 
     Elena, Bergamo – Italia                          


* * * 
Se me ocurre preguntar si María no haya sido la primera en transgredir la ley, ya antes que el Hijo, porque no rescató a Jesús. 
      Gianna, Pordenone – Italia                      

* * * 
La celebración de la presentación del Señor, nos recuerda la Epifanía: Jesús, como luz de las naciones. 

En la escena, Lucas destaca la acción del Espíritu Santo. El Espíritu guía a Simeón al templo; el Espíritu le había revelado que no moriría sin antes ver al Mesías. Tres veces se menciona al Espíritu. Definitivamente es el Espíritu quien presenta todo el proyecto de Dios que salva desde la pequeñez de lo humano, es el grano de mostaza que llega a ser el árbol de la salvación. 

La entrada humilde de Jesús bebé en el templo de Jerusalén, en brazos de su madre, me hace recordar la última entrada, montado en un borrico. (La gente, los discípulos en masa, se pusieron a alabar en voz alta a Dios: cf Lc 19, 37). Salen a su encuentro, no los sabios y entendidos, sacerdotes, maestros de la ley, escribas. Esos están ocupados en sus asuntos. Salen a su encuentro la gente santa, los pobres de Yahvé, Simeón y Ana, signo profético de la alabanza de los humildes, de la sensibilidad especial que tienen de sentir el soplo suave del Espíritu, y descubrir en lo pequeño la presencia de lo divino. Jesús mismo reconocerá esta predilección del Padre: “– Jesús – con el júbilo del Espíritu Santo, dijo: ¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultando estas cosas a los sabios y entendidos se las diste a conocer a la gente sencilla!” (Lc 10, 21). 

Ana es figura de Israel y de toda la humanidad. Es viuda desde su juventud, ha perdido a Dios como su esposo (cf Oseas 2, 16-18) y vive una vida vacía, sin la presencia de quien le ama con ternura. Pero nunca deja el templo y sigue esperando y buscando, con ayunos y oraciones, con dolor y deseo, noche y día. El encuentro se realiza en el momento en el cual Simeón anuncia la cruz, la hora de la contradicción. Es en la cruz donde Dios se presenta definitivamente a su pueblo, para atraer a Él a todas las naciones. 

Jesús es llevado al templo en brazos de sus padres. Obedientes a Dios cumplían con la ley. Salen a su encuentro los pobres de Yahvé, los que no tienen más bienes que su fe y su esperanza en Dios. Ellos se dejan guiar por el Espíritu y son capaces de descubrir lo divino en lo pequeño, lo frágil, lo humilde, como por ejemplo en la semilla que cae a tierra y en silencio germina. 

Los sabios y entendidos buscan a Dios en las antiguas escrituras. Sin embargo su propio sentido de grandeza, les oscurece su mente y creen entender que Dios se manifiesta en grandes acontecimientos. Son los que tiemblan cuando se enfrentan David y Goliat, creyendo que será Goliat el que venza. No pueden ver en una familia pobre, como José y María, con un pequeño niño en brazos, la presencia del Salvador. Serán, quienes más tarde, exijan a Jesús una señal: “¿Qué señal haces para que veamos y creamos?” (Jn 6, 30). Dirán: no eres más que un galileo exaltado. Ellos estudian y saben que de Galilea no puede venir un profeta. Seguirán pidiendo una señal irrefutable y las siguieron pidiendo hasta la cruz: “Baja de la cruz y creeremos en ti”. 

¿Qué señal esperamos nosotros? 

“Un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo” (Is 9, 5) de una familia pobre, de esos malditos que no conocen la ley (cf Jn 7, 49). Pero la señal ha sido dada a los pastores que pasaban la noche a la intemperie, los que buscaban como los Magos de Oriente: La señal no ha sido dada ni a Herodes, ni a los del templo. La señal es que los pobres lo recibieron con alegría; mientras que los sabios, los que conocen la ley lo mataron. Dios se quedó con los pobres y no con los poderosos de este mundo; se quedó no como poder, sino como esperanza, como misericordia y perdón, como pan partido para que tengan vida. Y no tengan que buscar la vida en la sociedad de consumo, en la bolsa de valores o en las transnacionales. Una muy buena señal. 

Dame, Señor, los ojos de Simeón, la fe de Ana, la confianza y fortaleza de María y José. 

   Joel, Puerto Aysén – Chile                         


* * * 
María y José: ¡que dichosos padres, que no teniendo nada que purificar, cumplen los preceptos religiosos! Jesús era bendito y puro desde el vientre de su madre, ella también pura, lo mismo que José, hombre justo. Presentan a Jesús, hijo de Dios encarnado entre los hombres, cumplen con la ley judía por que así lo dispuso su Dios creador. Dos santos ancianos laicos profetas, Simeón y Ana, inspirados por el Santo Espíritu, reconocen, profetizan alaban, proclaman con alegría a Dios su salvador. Estos dos ancianos son como los mensajeros que preparan el camino ante Dios, como dicen los profetas Malaquías (3, 1-4) y Joel (3). Me hacen recordar a nuestros ancianos y ancianas y los de toda la tierra que todavía sirven al Señor y me pregunto: ¿acaso los escucharemos? ¿y a los jóvenes o empleados/as? Ahora hasta que vuelva nuestro Dios es tiempo de evangelizar, pues todos y todas somos profetas desde el bautismo. Debemos preparar nuestros corazones, purificarnos y proclamar bajo la acción del Espíritu Santo sus obras y misericordias para con todos nosotros y extraños, pues él no sólo vendrá por ti, sino también por todos los pueblos y naciones. 

   Luis, Lima – Perú                                       


* * * 
La pequeña familia formada por María, José y el niño va como toda familia a cumplir la ley al presentar al niño. La Virgen María ofrece a Jesús a Dios. Estaban también allí dos ancianos; pero el evangelio no dice que estos fueron allí para cumplir la Ley, sino más bien impulsados por la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu los condujo al templo. De modo que, ante Jesús, hacen una oración de alabanza: éste es el Mesías, ¡bendito sea al Señor! Y hacen también una liturgia espontánea de alegría. Es la fidelidad madurada durante tantos años de espera, lo que hace que este Espíritu venga y les dé la alegría. 

      Silvia, La Paz – Bolivia                            

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