Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“SI NO PERDONAN”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“SI TU HERMANO PECA".
Un abrazo... P. Bernardino.
“SI NO PERDONAN”
La experiencia de nuestras limitaciones y de nuestra fragilidad ha llevado a los hombres a construirse una imagen de un dios “todopoderoso”, capaz de superar nuestra impotencia y resolver todos los problemas que nosotros no tenemos la capacidad de solucionar.
Jesús, en cambio, nos revela otra imagen de Dios. Su enseñanza y su vida son el camino más transparente y luminoso para el verdadero conocimiento de Dios, que no tiene como finalidad una mayor información y más datos sobre su identidad. Lo poco que podemos lograr saber sobre Dios es para que experimentemos su relación con nosotros, que nos ayude a transformar nuestra vida, de manera que sea siempre más parecida a lo que él es.
La característica más íntima de Dios, que Jesús nos presenta, es su misericordia. La manifiesta en todos sus gestos y sus palabras. Nosotros estamos llamados a reconocerla con un corazón agradecido y a reproducirla en nosotros mismos.
Leemos en el evangelio de san Mateo 18, 21-35
Se acercó Pedro y dijo a Jesús:
«Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le respondió:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea...
le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor...
encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores...
al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?". E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
PALABRA del SEÑOR
Pedro hace una pregunta a Jesús...
orientando ya la respuesta: “¿Cuántas veces tendré que perdonar?”.
Hay una madurez en esta pregunta. Ya no se habla de castigar al hermano culpable, o de venganza por la ofensa recibida. Ni se exige como condición el arrepentimiento del hermano autor de la ofensa. Pedro quiere sólo conocer la medida del perdón: “¿Hasta siete veces?”. Le parece una actitud de grande generosidad llegar a perdonar siete veces, porque ya era tan difícil perdonar una sola vez. Los más perfectos podían llegar hasta tres. La respuesta de Jesús es increíble: “Hasta setenta veces siete”: una medida sin límites.
¿De dónde saca Jesús esta medida? “Setenta veces siete” era el grito de Lamec, descendiente de Caín, en el Antiguo Testamento, que amenazaba esa venganza contra quien se atreviera a herirlo o golpearlo. Esa misma medida Jesús indica para el perdón del hermano. Con una parábola hace ver como es Dios, a través de la imagen de “un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores”. Frente a un servidor que invoca misericordia por una deuda enorme, imposible de pagar, “el rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda”. Así es Dios. No hay deuda o falta, por grave que sea, que no pueda encontrar su misericordia. Dios tiene “entrañas” de misericordia.
Una vez conocida y experimentada...
la misericordia del rey, el servidor está llamado a reproducir en su vida esa misma misericordia y a ofrecerla a sus compañeros. Es lo que el servidor de la parábola no quiere hacer. A un compañero que le debía una pequeña cantidad de dinero, le exige el pago inmediato, y frente a su imposibilidad de cancelar en el momento la deuda, “lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía”.
La terrible conclusión no quiere presentarnos una imagen de un Dios castigador y violento. Sería contra su verdadera naturaleza. Y no se puede pensar que la misericordia de Dios esté condicionada y dependiente de la nuestra. Quiere sólo decirnos cuál es el camino que tenemos que seguir: “¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?". No es posible conocer este aspecto más propio de Dios, que es la misericordia, experimentarlo en nosotros mismos, y no extenderlo a los demás. Recibir misericordia y no ofrecerla es echar a perder la vida, como nos dice la parábola con imágenes tan duras: “Indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos”.Por supuesto, la capacidad de perdonar “hasta setenta veces siete” no significa ninguna tolerancia o complicidad con el mal. Hace falta una gran sabiduría y fortaleza: oponernos firmemente, con todas nuestras fuerzas, al mal, en nosotros y en la sociedad, exigiendo también la justa reparación; y en el mismo tiempo abrir el corazón a una misericordia que es el don más grande que podemos recibir y ofrecer. “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.
LECTIO >> DOMINGO 07 de Septiembre
“SI TU HERMANO PECA"
Este texto bíblico de Mateo me lleva a pensar en lo misericordioso que es nuestro padre de los cielos. Si él, que es Dios, perdona nuestros pecados, ¿quiénes somos nosotros que no podemos perdonarnos? Claro que es difícil para nosotros los humanos perdonar a quien nos ha herido, o ha realizado algo en contra nuestra, pero si somos verdaderos cristianos tenemos que hacer lo que Jesús nos dice: es mostrar el amor a mis hermanos, es preocuparme por el otro. Y juntos en comunidad sentir que Cristo está en medio de nosotros, porque oramos, alabamos a Dios unidos.
Nuestra Madre del cielo aprendió a vivir junto a los discípulos en comunidad. Qué ella nos enseñe igualmente a saber perdonar y amar a nuestros hermanos.
Sandra, Coyhaique – Chile
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Muchas veces somos igual que los fariseos: vemos la paja en el ojo ajeno y no la biga en el nuestro. El Señor es tan misericordioso y nos perdona siempre todas nuestras infidelidades a él que es el mismo Dios, nuestro Señor. Debemos mirar con esa mirada del Señor hacia nosotros, para que desde ahí podados corregir a nuestro hermano y bajo esos criterios y no los humanos, cuando nos creemos que somos dueños de la verdad y sólo vemos las apariencias exteriores de las personas, mientras que el Señor penetra en el fondo de nuestro corazón y de ahí el va transformándonos. Los criterios del Señor son muy distintos a los nuestros. Es el Padre amoroso y misericordioso que está a la espera, esperando nuestro regreso al igual que el hijo prodigo.
En la corrección debe primar la misericordia del Señor, teniendo presente que él es misericordioso con nosotros, y desde esa mirada podemos corregir a los demás, según sus criterios y no los nuestros.
María Teresa, Santiago – Chile
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“Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo” (Rom 13, 8). El perdón es el camino para alcanzar nuestra verdad. Si no se perdona, no se puede descubrir la verdadera identidad. La razón es simple: estaré siempre en aquel que me ofendió, o en aquello que no me perdono, fuera de mí, impidiendo así que conozca mi propia verdad. El perdón, la misericordia, se consigue sólo por una profunda humildad de corazón. La humildad es el conocimiento de la propia verdad, de la propia miseria, de las pasiones que nos atacan, de las sombras que llevan hacer el mal que no queremos, y dejar de hacer el bien que queremos (cf Rom 7, 15).
Leemos en el evangelio de Mateo: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado” (Mt 18, 15-20). Ayudarnos mutuamente a ser mejores, es la propuesta a quienes se reúnen en nombre de Jesús. Todos hemos experimentado cuanto bien nos ha hecho una crítica amistosa y leal, una observación oportuna, el apoyo sincero, en momentos en que nos desorientamos.
“Yo les aseguro: todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedara desatado en el cielo”. No sólo a los demás atamos o desatamos; también nosotros nos atamos o desatamos. Lo experimentan muchos de los que han transgredido las leyes y han sido encarcelados: su reintegración a la sociedad es muy difícil, quedan atados, “marcados”. Toda persona es capaz de superar su pecado, volver a la razón y la bondad. Pero, casi siempre, necesita encontrarse con alguien que le ame de verdad, le invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y generosidad. El perdón es un camino al propio corazón, para llegar al corazón del hermano. Viene al caso comentar el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19, 1-10). Vivía en Jericó, donde le conocían y le despreciaban. Estaba atado y empequeñecido a su oficio de cobrador de impuesto. Nadie de sus coetáneos, daba nada por él: era el despreciado pecador público. Jesús, “amigo de publicanos y pecadores” (cf Mt 11, 19), lo trata como a un “publicano”, es decir con mayor ternura, consideración y amor, hospedándose en su corazón: su casa (cf Mt 9, 9-13). ¿No será eso lo que quiere enseñarnos el evangelio cuando dice: “Considéralo como pagano o publicano? Porque el amor es con creces la perfección de la ley. Unas líneas antes al texto que leemos, está la parábola de la oveja perdida. Reconocemos, nuevamente, que esto es imposible para el hombre que no ha renacido del Espíritu. La falta de perdón, el pre-juicio y el desprecio a los demás nos impiden conocernos, ya que estamos fuera de nosotros, ocupados en enjuiciar y atar a los demás en sus yerros. ¿Podremos así reunirnos en nombre de Jesús, diciendo que le conocemos, que hemos comido y bebido con él? ¿Que en su nombre hemos profetizado y expulsado demonios y en su nombre hemos hecho muchos milagros (cf Mt 7, 22-23)? El que conoce a Jesús se conoce a sí mismo; el Espíritu es el maestro interior, maestro de la vida. “Y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino con el Espíritu Santo” (1Cor 12, 3).
Joel, Puerto Aysén – Chile
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La palabra nos habla de una corrección fraterna que pudiéramos hacer a la persona que nos lastima, nos hiere, muchas veces con mentiras, calumnias, egoísmos. Lamentablemente cuando la persona no pertenece a una comunidad, y con seguridad no entiende o medita la palabra, y más aun si es asesorada por su pareja en forma negativa y con rencor, es muy difícil conseguir que escuche o recapacite y peor admita su falta.
Lo único que me queda es confiar en un Padre justo y misericordioso y orar por esa persona con mucho fervor. Confiar en él y seguir orando, y no convertirme en juez. Dejar en manos divinas.
Silvia, La Paz – Bolivia
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