Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“SI TU HERMANO PECA”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“VE DETRÁS DE MÍ”.
Un abrazo... P. Bernardino
“SI TU HERMANO PECA”
Uno de los sentimientos humanos más profundos e instintivos, es el deseo de venganza, cuando consideramos, con o sin razón, que hemos sido ofendidos, personalmente, o el grupo al que pertenecemos.
A veces en la Biblia se le atribuye al mismo Dios el espíritu de venganza, para castigar en Israel las transgresiones a su Ley, y en los pueblos extranjeros las violencias contra Israel.
Más propiamente, la Biblia reivindica sólo para Dios el poder de la venganza, para liberar el corazón del hombre de la voluntad de vengarse por su propia cuenta, por una ofensa o una injusticia recibida: “Mía es la venganza; yo daré lo merecido”.
También la ley del talión del “ojo por ojo, diente por diente” ha querido limitar la reacción violenta del que se considera ofendido: su venganza no puede producir un mal mayor que la ofensa recibida. Si te han sacado un ojo o un diente, tú puedes sacarle un ojo o un diente a tu adversario, pero no más que eso. No puedes sacarle los dos ojos, o matarlo.
La idea de un Dios justiciero, que toma venganza de todas las ofensas, está profundamente enraizada en la conciencia religiosa. Los males que nos llegan, a veces por nuestros errores o limitaciones, son fácilmente interpretados como castigo de Dios: un Dios que mide todas nuestras acciones con los criterios de la justicia humana y da a cada uno según su merecido.
Jesús nos propone otra imagen de Dios: un Dios que es Padre. Y como hijos e hijas de un padre tan misericordioso, Jesús nos enseña a no responder al mal con el mal, a romper la cadena de la venganza y trabajar con otros medios por la reconciliación, la justicia y la paz, aunque esta opción parezca históricamente perdedora. La comunidad cristiana tendría que ser un modelo de perdón y corrección fraterna en las relaciones interpersonales de sus miembros.
Leemos en el evangelio de san Mateo 18, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos:
“Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.
PALABRA del SEÑOR
La comunidad de los discípulos...
tiene que ser el lugar del amor fraterno y de la paz, y si la paz ha sido rota por alguna ofensa, hay que buscarla de nuevo a través de la reconciliación.
En el texto del evangelio vemos a dos miembros de la comunidad: uno que ha ofendido y otro que ha sido ofendido. La ofensa es un mal que hay que eliminar, porque daña a las personas y a la comunidad, y podría despertar el deseo de venganza. El evangelio de Mateo nos propone los pasos conocidos por la tradición. El que ha sido ofendido no tiene que esperar que el ofensor se arrepienta y pida perdón. Y menos puede pensar en la venganza. Tiene que ofrecerle su perdón y corregir fraternalmente al hermano a solas: “Ve y corrígelo en privado”. Será la manera de intentar ganarlo y reconducirlo a la comunidad.
Si el autor de la ofensa...
no reconoce su falta, otros miembros de la comunidad podrán hablarle y ser testigos de su error: “Busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos”. Y si no los escucha, finalmente será la comunidad que tratará de hacerle reconocer el mal hecho. La comunidad tendrá que ayudar al hermano a liberarse de su culpa y experimentar el don del perdón y de la reconciliación.
Frente a la posible indisponibilidad del hermano, Jesús dice: “Considéralo como pagano y publicano”, como un pecador. Pero Jesús ha venido justamente para los pecadores, los enfermos, los excluidos. Si tu hermano sigue en el error, él mismo se separa de la comunidad, pero tú no lo dejes solo, ámalo más, aunque sea con un amor que no tiene respuesta. Si hay que amar a los enemigos, cuanto más tendrás que amar a un hermano que se ha equivocado, sin juzgarlo, conciente de tu propia fragilidad. Puedes ganarle sólo con el amor, un amor misericordioso que te llevará a orar por él, con una oración comunitaria que será irresistible frente al Padre: “Lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La infinita compasión del Padre pasa por la acción liberadora de la comunidad.Lo que dará segura eficacia a la oración de la comunidad, en un contexto de reconciliación, no será su poder o el número de sus integrantes. Por pequeña y débil que sea la comunidad, su fuerza será el nombre de Jesús, apelando a su persona: “Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”. Él está en medio de los hermanos que no quieren ser jueces de un hermano que peca, sino testigos e instrumentos de su misericordia. Centrados en Jesús y comprometidos con su proyecto, podrán extender en el mundo la experiencia de la compasión vivida en la comunidad.
VE DETRÁS DE MÍ
La parte final del proceso de Liberación iniciado por Jesús es el sacrificio de su vida, en manos de la traición, la delación y el inconformismo de aceptar un cambio verdadero. Los judíos de ayer y de hoy no permiten las libertades y derechos para los pueblos que no aceptan el sometimiento de los poderosos. Aquellos que se creen dueños de la verdad y buscan el poder a cualquier costo, sembrando la muerte sin importar quien esté al frente, son parte de ese mundo que critica Jesús: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?”. Y esta propuesta llega hasta nuestros días: si ganamos algo material a costa de nuestras libertades, hemos perdido la vida entera. No podernos pensar en ceder nuestros ideales empeñando nuestras libertades.
Jesús es muy fuerte en su palabra: el que quiera seguir con mi propuesta, “que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz”. La propuesta de Jesús no es solamente religiosa. Él no dice: el que no asiste a misma todos los días perderá su vida; tampoco dice: el que no esté todo el día encerrado en un templo golpeándose el pecho y tenga olor a incienso, no es mi discípulo. La enseñanza de Jesús parte de la solidaridad con los desposeídos de la tierra, con los pobres que han sido excluidos de las listas de los poderosos. Es la enseñanza de la solidaridad con la mujer excluida, con el anciano, con el discapacitado; es la solidaridad con el que no tiene dinero para buscar justicia. Esa es la cruz que pide a quienes quieren seguirle: la solidaridad y ser consecuentes con la liberación.
Francisco, La Paz – Bolivia
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Las altas expectativas que ponemos en los demás es una manera de manipularlos. Esperamos que nos vaya bien a través de los demás. Si eso no ocurre, entonces los otros son responsables. Estas expectativas nacen del ego – “Quién a buen árbol se arrima...” –, “¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!”: es lo que dicen los discípulos de Emaús. También nosotros estamos expuestos a las expectativas de los demás.
Leemos, en este Evangelio: “Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo: ¡Dios no lo permita, Señor! No te sucederá tal cosa”. ¡Cuánto entiendo a Pedro! No sólo el cariño a Jesús le mueve. Se da cuenta que la propuesta de Jesús derrumba todas sus expectativas; ya no hay primeros puestos (cf Mt 20, 21). Es comprensible que Pedro, como todos los seres humanos, se preocupe por su vida y su futuro. Pero la inseguridad de su existencia no debería empujarlo al temor, sino a la confianza en Dios. Nuevamente – estoy con Pedro cuando – comienza a hundirse. He aquí el drama, la lucha más dura y permanente que todos debemos sostener. Seguir a Cristo, buscar la voluntad del Padre, no es buscar asegurar aquello que llamamos vida. ¡Qué fuerte es la tendencia de buscar seguridad! ¿Cuánto de nuestro “tener una religión” es contar con un seguro para la vida eterna, según nosotros la imaginamos? Olvidamos el seguimiento de Jesús y el servicio a la causa del Reino.
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. Se ha dado la costumbre de llamar “cruz” a cualquier cosa que hace sufrir, incluso a situaciones que aparecen en nuestra vida producto de nuestro pecado o nuestra manera equivocada de vivir. No se puede confundir la cruz cristiana con cualquier desgracia. La cruz brota en la vida del cristiano como consecuencia del seguimiento fiel a Cristo y del servicio a la causa del Reino: “El que quiera seguirme”. Entonces, la cruz es consecuencia de ese seguimiento, es hacerse uno con él. Nuestro Señor es un crucificado y resucitado, a él seguimos. De esta actitud de seguimiento se entiende eso de “negarse a sí mismo”, que Jesús pide a quien quiera seguirle. Negarse no significa “mortificarse”, castigarse a sí mismo y menos aún despreciarse autodestruyéndose. No son actitudes masoquistas las que alienta Jesús. Negarse a sí mismo, es optar por Jesús, descubriendo en su proyecto la más profunda y auténtica realización de todo ser humano, sinónimo de: buscar la voluntad de Dios. Este es el origen y meta de la vida de Jesús. Negarse a sí mismo es liberarse de la tendencia egoíca que nos hace vivir como el rico que ensancha los graneros, buscando con ello preservar lo que llama “su vida”. “El que quiera salvar su vida la perderá”. Jesús propone: aquello que quieres conservar, la vida biológica, cuerpo y sangre, lo tendrás si dócil al Espíritu, dejas que actúe como levadura para que transforme tu cuerpo y sangre en pan de vida para los demás. Es el sentido de la Eucaristía: dejar que él te asimile para ser otro Cristo. Esto, imposible para los hombres, es posible para Dios (cf Mt 19, 26).
Joel, Puerto Aysén – Chile
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Al iniciar una nueva obediencia, la Palabra del domingo me anima en esta misión, nada fácil por cierto, y me ayuda a ver que cada nueva obediencia es un renunciar a uno mismo, asumir la propia cruz, esa cruz que es ir primero en contra de mi propio yo, que busca la estabilidad y enfrentar aquello que no siempre es grato o lo que se opone a todo lo que me enseña Jesús: amor, respeto, paz. Estoy en un medio en que todo eso no se vive y los valores humanos, espirituales, están bastante ocultos y dejados de lado por intereses mezquinos o por formas de vida que se han hecho naturales, del diario vivir, como ser: robos , balaceras, acuchilladas, violaciones..., un mundo en que todo es cuesta arriba y sin respiro.
En medio de todo Jesús me invita a seguir, a ir contra corriente, a hacer vida esas palabras tan lindas que escuchamos en las homilías dirigidas casi desde el “pulpito”, tan distante de estas crudas realidades, pero que Jesús sí hizo vida, dándola para que se hicieran realidad.
Hilda, Santa Fe – Argentina
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En esta lectura primero veremos como un discípulo, que por un don de Dios puede llegar a ser roca firme, luego se manifiesta en su debilidad humana como lo que es: una piedra en el camino en la que se puede tropezar. Y otro aspecto: tenemos unos cuantos años para vivir en este mundo, y casi siempre dejamos de lado lo principal. ¿Qué es lo principal en esta vida? Dios, mi vida de gracia, valores morales y espirituales, la familia, los hijos y la total armonía con Dios y con el prójimo. Las riquezas y los placeres materiales suelen fascinar tanto; el trabajo y otras obligaciones secundarias nos absorben tan en demasía que lo principal siempre se queda a un lado. ¡Así agotamos nuestra vida y olvidamos lo esencial!
Silvia, La Paz – Bolivia
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