Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“LO QUE ES DEL CÉSAR ES DEL CÉSAR".
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“VENGAN A LAS BODAS”.
Un abrazo... P. Bernardino
“LO QUE ES DEL CÉSAR ES DEL CÉSAR"
La idea de un Estado laico, que respeta todas las opciones religiosas de sus ciudadanos, sin identificarse con ninguna, es una adquisición relativamente reciente y todavía no completa en muchos países.
No se puede decir que esta temática haya sido propia del tiempo de Jesús, aunque muchas veces se hayan tomado sus palabras u otros textos bíblicos para fundamentar la relación entre Estado e Iglesia, entre poder temporal y poder espiritual, entre el reino de la materia y el reino del espíritu.
En la Biblia encontramos diferentes orientaciones, según los diversos momentos y situaciones en que vivían las distintas comunidades. Una actitud, por ejemplo, es la que manifiestan las comunidades del Apocalipsis, para las cuales el imperio romano es “la Bestia”, y su capital “la gran Prostituta”, destinadas a la caída y a la destrucción; y otra actitud es la de san Pablo, que trata de integrar la presencia de los cristianos en el imperio, presentándola como pacífica y útil al imperio mismo.
Uno de los textos más usados y abusados sobre esta temática, es el que dice: “Den al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios”.
Leemos en el evangelio de san Mateo 22, 15-22
Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”.
Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”.
Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”.
Jesús les dijo: “Den al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios”.
PALABRA del SEÑOR
Después que Jesús...
ha puesto en evidencia con parábolas durísimas la maldad de las autoridades religiosas judías, ellas contraatacan con mucha astucia: “Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones, y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos”. Es una delegación bastante rara, compuesta por dos grupos antagonistas entre sí, pero que hacen alianza contra Jesús. Intentan poner a Jesús entre la espada y la pared, con una pregunta tramposa. Conocen bien a Jesús. Tienen elementos para creer en él y darle su adhesión, pero los usan únicamente para intentar seducirlo: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie”. Esperan que caiga ingenuamente en la trampa, para poder condenarlo. Preguntan con aparente inocencia su opinión sobre los impuestos: ¿Hay que pagar o no el impuesto al imperio romano, que ocupa militarmente y domina el país? En el caso que Jesús diga que no hay que pagar, intervendría Roma, que lo consideraría y castigaría como un subversivo. En cambio, si dice que hay que pagar el impuesto, perdería la simpatía de todo el pueblo, que por este motivo ya había intentado años atrás una rebelión contra el imperio.
No se debe comparar el impuesto que exigía el emperador, el César, con los impuestos que los ciudadanos pagan hoy para el buen funcionamiento de la sociedad. Los impuestos hoy se usan para la enseñanza, la salud, las carreteras, el agua, etc.; mientras que el impuesto para el César servía sobre todo para mantener el ejército que ocupaba militarmente el país.
Jesús entiende perfectamente...
el peligro: “Conociendo su malicia, les dijo: Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?”. Pide que le muestren la moneda del impuesto, un denario, que tiene una leyenda y la efigie del César. Con el uso de esa moneda, las autoridades religiosas de Israel, y sobre todo los herodianos, aceptaban y colaboraban con el emperador, que les permitía dominar y explotar al pueblo en nombre de Dios. Son cómplices del imperio y están integrados en su sistema. Su Dios es el dinero, sus intereses.
En su respuesta, Jesús no dice que hay que “pagar” el impuesto al imperio, sino que hay que “devolver” al César lo que es suyo, esa moneda con su figura y su inscripción, es decir: hay que separarse del César y renunciar a toda complicidad con el poder, que les da tantas ventajas económicas explotando al pueblo. Deben romper esa alianza, terminar con esa atadura, abandonar la solidaridad con el imperio, devolver “al César lo que es del César”. El César representa el mundo de la opresión y la violencia. Hay que alejarse de ese mundo de muerte. Que el César guarde lo que es suyo: la injusticia, la mentira, la corrupción, las armas, la acumulación de bienes, el prestigio, el poder. No hay que mancharse con todo eso. Hay que “devolvérselo” a él: “Dejen que los muertos entierren a sus muertos”.En el mismo tiempo, hay que dejar que el pueblo pueda volver a alabar a Dios en libertad y alegría: “Devuelvan a Dios lo que es de Dios”. El pueblo es de Dios. Nadie puede hacerse dueño del pueblo. Lleva la imagen de Dios, no la del César.
Bernardino Zanella...bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena...gusosm@yahoo.es
LECTIO DOMINGO 19 de OCTUBRE
Vengan a las bodas
La diversidad humana y su capacidad de relacionarse e identificarse con quienes comparten una visión del mundo, sobre todo cuando ésta es sagrada, ha creado siempre nuevos movimientos. Para ello es necesario ritos y criterios que definan la pertenencia al grupo, que adhieran a concepciones diferentes y a veces en contraste de las que proceden. Así surgen los primeros cristianos, en especial los de la comunidad de Mateo. En su mayoría, procedentes de la cultura y religión judía. Para fortalecer la identidad de los seguidores de Jesús, el autor del evangelio, en medio de graves dificultades de relación entre los cristianos y los judíos, interpreta la enseñanza de Jesús. Quizás por ello, el texto del profeta Isaías supera en belleza y mensaje al evangelio de este domingo.
La imagen de las bodas es una de las preferidas para hablar del reino, de lo nuevo que ha irrumpido con Jesús – las bodas de Caná, en el evangelio de Juan –. La parábola presenta a un rey que prepara las bodas de su hijo, pero al llamar a los comensales, estos empiezan a excusarse, llegando incluso a maltratar y matar a los criados. Ante el rechazo, el rey decide abrir las puertas “a cuantos encontraron, malos y buenos. El salón se llenó de convidados”. Al rechazo, el amor de Dios, responde con una insistencia mayor en el ofrecimiento. El Dios que da a conocer Jesús es Padre bondadoso, no es un señor “que se indigna y envía tropas para acabar con los asesinos e incendiar la ciudad”. Mateo, conociendo la destrucción de Jerusalén – en el 70 por tropas romanas –, interpreta esto como la ira del señor, con la intención de advertir lo grave que es rechazar la invitación de Dios, pero desfigura el mensaje de Jesús. Dios no excluye a ninguno, menos aún es vengativo. Se excluye quien rehúsa la invitación y no quiere entrar (cf Lc 15, 28). Es más, su invitación a las bodas es escandalosa, recibe a buenos y malos.
“Amigo, ¿cómo has entrado sin el traje apropiado?”. Advierte Mateo, a su comunidad que si bien los primeros invitados rehusaron la invitación, maltrataron y mataron a los criados, no debe ocurrir esto con los seguidores de Jesús. Quiere evitar el peligro, siempre tan cercano en todos, de que despreciando a los primeros se creyeran que se merecían la invitación, olvidando la gratuidad de la fiesta de bodas, y comenzaran hacer división entre buenos y malos. Por cierto, los dominantes siempre se catalogan como los buenos, despreciando a “los malos”. En esas condiciones no puede haber banquete. No es que me excluyan: yo excluí, al sentirme mejor que el otro.
Joel, Puerto Aysén – Chile
* * *
Tampoco esta parábola carece de dificultad de comprensión. Me parece maravilloso que el Señor invite a las bodas de su hijo a las personas que conoce. Entiendo la decepción por el rechazo y me alegra la idea de que, habiendo encontrado a muchas personas interesadas en otras cosas y que no se proponen aceptar la invitación, extienda también a los “lejanos”, buenos y malos la posibilidad de participar en la alegría de la fiesta. Lo que no me queda claro es la dureza contra el huésped que no lleva el traje de bodas. No entiendo si el vestido es una condición indispensable que uno ya debe poseer o si debe procurárselo. En otras palabras, ¿la aceptación de la invitación prevé una conducta inmediata o se puede dar un ajuste en el futuro? A juzgar por la reacción del Señor, se diría que no. Pero entonces ¿por qué dice que ha llamado buenos y malos? Los malos probablemente no seguían los preceptos, pero igualmente fueron invitados con la esperanza de que, una vez aceptada la invitación, se habrían adecuado. ¿Es así?
Gianna, Pordenone – Italia
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