"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

jueves, 23 de mayo de 2013

“PADRE, HIJO y ESPÍRITU”.

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

"PADRE, HIJO y ESPÍRITU"
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”.

Un abrazo. P. Bernardino



                     “PADRE, HIJO y ESPÍRITU”.                   

¿Dios, quién es? ¿Y cómo es?

Hay muchas personas buenas, que ya no se hacen estas preguntas, más preocupadas por construir una sociedad justa, en “que un hombre no escupa sangre pa que otros vivan mejor” (Atahualpa Yupanqui, citado por José Ignacio González Faus en su “Testamento”).

Pero muchas otras personas creen que también esta exigencia profunda de solidaridad ha sido puesta por Dios en el corazón del hombre. De ahí las preguntas.
Una respuesta que nos da el evangelio es la de un Dios comunidad, un Dios Trinidad. La palabra “Trinidad” no la encontramos en el Nuevo Testamento, y difícilmente podemos reconocer algunos indicios del misterio de la Trinidad en el Antiguo Testamento. Pero, más allá de la palabra, encontramos, por ejemplo, una formulación muy clara de su contenido en el saludo de san Pablo a la comunidad de Corinto: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes”. El Dios invisible, reconocido como Padre lleno de amor y misericordia, se hizo visible en Jesús, el Hijo, que ha compartido plenamente nuestra condición humana, enseñándonos un camino de justicia y fraternidad, y que después de su muerte sigue acompañándonos a través de su Espíritu en el corazón de cada ser humano.

  Leemos en el evangelio de san Juan 16, 12-15:    

«Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes».

PALABRA del SEÑOR




Estas palabras de Jesús...
son parte del diálogo con los discípulos durante la última cena de su vida, pocas horas antes de su crucifixión. Ha querido fortalecerlos, insistiendo en la necesidad de la comunión con él, de la unión de la comunidad, y de la resistencia frente a la oposición que encontrarán en el mundo.

Les ha transmitido los secretos...
del Reino de Dios, que sólo “los pequeños y los sencillos” pueden entender. Pero le quedan “muchas cosas” para decirles. No es el momento para compartirlas, porque ellos “no las pueden comprender ahora”. Su mente está llena de angustia, de temor y de tristeza, tal vez de desilusión. No han entrado todavía en el horizonte de Jesús, de que lo único que vale es el amor, hasta dar la vida.






Será el Espíritu de la verdad, 
que los librará del miedo y “los introducirá en toda la verdad”. El Espíritu los iluminará, para que puedan entender la enseñanza y la muerte misma de Jesús, y puedan interpretar la realidad y los acontecimientos a la luz de lo que han aprendido de Jesús. El Espíritu no les ofrecerá una doctrina nueva, sino les dará la capacidad de juzgar la historia y de reconocer lo que coincide con la vida de Jesús, con su amor fiel, y lo que, en cambio, se opone a lo que Jesús ha enseñado. Serán testigos de él ante el mundo. Tendrán la sabiduría y la fortaleza para reconocer, más allá de las apariencias, y denunciar los sistemas de injusticia y de poder que impiden la vida plena del hombre, y los hará capaces de dar nuevas respuestas a las nuevas necesidades de la sociedad.



Con la luz del Espíritu,
los seguidores de Jesús podrán entender que su muerte en la cruz ha sido su plena victoria y su gloria verdadera, “él me glorificará”, porque ha revelado hasta donde puede llegar el amor. El Espíritu les comunica ese amor, para guiar su camino y para que puedan ofrecerlo a la humanidad.Jesús ha realizado el proyecto del Padre y ha revelado su amor. Los discípulos de Jesús lo continuarán en la historia, por la fuerza del Espíritu que les será dado, aunque los poderes que han matado a Jesús continúen persiguiendo también a los que lo siguen de verdad.





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Bernardino Zanella    bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo Llerena         gusosm@yahoo.es



  DOMINGO de PENTECOSTÉS
 “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”.  

“¡La paz esté con ustedes!”. Qué esperanzador es recibir este don de paz, en medio de mi “atardecer”, de mi pasividad, lentitud, de mis miedos, enojos, incomprensiones, resentimientos… Aún cuando estoy consciente que amo y soy amada por Dios Padre. ¡Cuántas largas noches vivo! No es fácil despercudirse de las limitaciones adquiridas a través de mi vida: prejuicios, juicios, soberbia, intolerancia, vanidad; limitaciones que desfiguran los dones recibidos e impiden y/o entorpecen la realización de la misión encomendada por Jesús: “Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. El servicio y éste en comunidad, las eucaristías, la oración diaria, la reflexión del evangelio de cada día, ahora, la Lectio divina individual y comunitaria, me han ayudado a crecer y madurar mi Fe y por ende mi compromiso responsable con el hermano. Pero… no es suficiente, porque el papa Francisco, hoy nos llama a “no ser cristianos de instantes, sino siempre”. Como Jesús que nos regaló con el don de su vida.

Por eso, ¡bien venido, Pentecostés! Es otra posibilidad de renacer en el Espíritu de Dios, para continuar en el seguimiento de Jesús con alegría.


* * *

El Espíritu suscita, en muchos de nosotros, más curiosidad que transformación, por nuestra falta de fe. Querríamos saber que es, como apropiarnos de Él para usarlo (cf Hechos 8, 18-19). Sentir su tenue brisa, en medio del ruido y las distintas formas de escape que la sociedad de consumo hoy nos propone, no es fácil. Escuchar que en lo más íntimo de nosotros clama: Abba, Padre, exige ir más allá de las palabras y pensamientos; hay que dejarse vencer por el silencio orante. Lo descubriremos presente en lo más profundo de la humanidad, donde la resurrección de Cristo ha encendido su fuego que ya no se apagará, hasta que Dios sea todo en todos (cf 1Cor 15, 28).

El Espíritu está presente en el clamor de la creación entera, que gime con dolores de parto, hasta que se manifieste en todos la plenitud de la resurrección; Él está en la historia de la humanidad, cuya ciega marcha con todos sus horrores (cf Heb 3, 15-17) la encamina, con inquietante precisión, hacia el día sin ocaso donde la gloria de Dios ilumine a todos. El Espíritu está en toda lágrima y en toda muerte, como esperanza, como júbilo oculto y la vida que vence cuando parece morir; Él está en nuestra impotencia, como el poder que puede permitirse parecer débil, porque es más fuerte que toda nuestra fortaleza (cf 1Cor 1, 25); Él está en medio del pecado, como la misericordia del amor eterno, que es paciente hasta el fin (cf Mt 13, 24-30). Él está con nosotros como la luz del día y el aire, que no observamos pero que nos dan vida; Él está ahí como el corazón de este mundo, y de la creación entera, como sello inconfundible de que todo fue creado por Él y para Él.

Una cosa en verdad es necesaria para que su acción, que no podremos anular jamás, sea la felicidad de nuestra existencia. Él debe hacer saltar en pedazos, las piedras del sepulcro de nuestros corazones, que nos encierran en nuestros miedos. El espíritu debe iluminar el centro de nuestro ser, bajar como fuego, allí en donde aún es sábado en nuestras vidas. Recibiremos el soplo del Espíritu cuando acojamos la misión encomendada por Cristo resucitado: haciendo presente el amor del Padre; el amor es siempre misión, es relación que saca la persona fuera de sí misma, hacia el otro.

Sin embargo, debemos tener presente, con temor y temblor, que su acción poderosa se da bajo la libertad de nuestra fe. Por ello, san Pablo dice: “No apaguen el fuego del Espíritu” (1Tes 5, 19). Y, el evangelio: “Creo, pero ayuda mi falta de fe” (Mc 9, 24). El Espíritu puede ser apagado, aunque no en todos. Por ello, nosotros hombres y mujeres de fe, de Iglesia, nuestro temor y preocupación es que podemos ser nosotros los que apaguemos el espíritu. Podemos apagarlo con la soberbia de creer que lo sabemos todo, con nuestro miedo que nos lleva a querer controlarlo todo; con la actitud de “no estar ni ahí”, la pereza del corazón; con la cobardía que nos encierra en aquello que nos hace sentir seguros; con la ignorancia con que nos enfrentamos a lo nuevo, a las iniciativas que surgen, gracias al Espíritu, fuera de la Iglesia. ¡Ven, Espíritu Santo! 


 Joel, Puerto Aysén – Chile

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