"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

jueves, 16 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS ...“RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”.





Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”.
PENTECOSTÉS 2013
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“LLEVADO AL CIELO”.
Un abrazo.Bernardino

                  “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”.                   


Imposible eliminar la dimensión espiritual del corazón del ser humano. Una persona y una sociedad pueden dejarse aturdir por las exigencias materiales y por el llamado de los instintos, pero en el fondo de su ser está una energía irresistible del Espíritu, que siempre intenta reconducirlas a lo esencial, a la vida verdadera.

 Leemos en el evangelio de san Juan 20, 19-23:              

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

PALABRA del SEÑOR







Llega la noche del día de Pascua, 
el primer día de la semana. Pero no es la noche de Nicodemo, que visitó a Jesús protegido por la oscuridad, porque la noche estaba en su corazón; ni la noche del poder de las tinieblas. Es la noche de la resurrección, del éxodo glorioso, del inicio de la nueva creación.

La novedad se percibe también en la manera de indicar la hora. Para el sistema judío, un nuevo día no iniciaba a la medianoche, sino ya con la puesta del sol, al atardecer. En cambio, en este texto del evangelio, “al atardecer” no comienza un día nuevo, como habría sido normal, sino que sigue el primer día de la semana, el día de la Pascua.




Pero los discípulos no han entrado...
todavía en esta nueva etapa. Están reunidos en un lugar indefinido, con las puertas trancadas: “se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos”. Podría ser el lugar de cualquier comunidad de discípulos, cuando no está presente el Señor, sino que domina el miedo: una comunidad atemorizada, que quiere pasar desapercibida, que no se atreve a reconocerse como discípula del Crucificado. El mundo es visto como hostil, amenazador. La única certeza son “las puertas cerradas”. La confianza está en ellas.




Y todo cambia cuando se presenta Jesús, 
la verdadera certeza, la piedra fundamental que da firmeza a la comunidad. Su saludo es de paz: “La paz esté con ustedes”: la paz, no el miedo, no el resentimiento, la venganza, el ocultamiento. La paz como misericordia y reconciliación con Dios, como reencuentro con el Maestro resucitado, abandonado y negado durante su pasión, la paz como perdón a uno mismo y como solidaridad con todos los hermanos frágiles y temerosos, como bienestar de la humanidad y armonía con toda la creación. La paz como don de la Pascua, que produce frutos de alegría, de esperanza, de bondad y ternura, de confianza en los demás y en la vida; que libera del miedo y la angustia, de la pasividad y la sumisión.

Es Jesús que ofrece la paz, el Crucificado que ha vencido la muerte, con sus heridas luminosas que recuerdan su amor extremo: “Les mostró sus manos y su costado”. El miedo más profundo del ser humano, el miedo a la muerte, desaparece, porque la vida vence, y libera del miedo el encuentro con la muerte misma.




A partir de esta firme certeza, Jesús...
puede enviar a sus discípulos para que cumplan su misión, como él mismo había sido enviado por el Padre y había cumplido su misión. Con el don de su vida Jesús había realizado la obra que el Padre le había confiado. Ahora les toca a los discípulos. Es una tarea demasiado grande para ellos, pero la podrán enfrentar con la fuerza del Espíritu Santo: “Sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo”. Esa energía divina, ese aliento, ese soplo de Dios que había animado a Jesús que “pasó haciendo el bien y sanando a todos”, hasta el momento en que lo entregó con su último respiro, y que duerme en el corazón de los discípulos, Jesús lo despierta, para que ellos puedan ser animados por el mismo Espíritu de Dios. Es un nacer de nuevo, del Espíritu: “De la carne nace carne, del Espíritu nace el espíritu”. Es el Pentecostés del evangelio de Juan, que no retoma, como Lucas, las imágenes de las manifestaciones poderosas de Dios en el Antiguo Testamento, con el fuego, el viento, el terremoto, y la sanación de la confusión de las lenguas en la torre de Babel. Juan recupera la imagen primera de la creación del hombre, hecho de barro, al cual Dios infundió el Espíritu, como leemos en el libro de Génesis: “El Señor Dios modeló el hombre con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo” (2, 7). El Espíritu de Dios se hace parte constitutiva y esencial del ser humano. Jesús repite ese gesto creador: nace una nueva creación. Los discípulos habían manifestado claramente durante la pasión de Jesús que estaban hechos de tierra, pero ahora el Espíritu del Resucitado los hará seres vivos, capaces de dar vida, hasta ofrecer la propia, como Jesús.Esta vida nueva en el Espíritu capacitará a los discípulos para que sean portadores de la misericordia de Dios en el mundo, mensajeros de su perdón, que algunos podrán rechazar, y que otros podrán acoger, agradecidos por el amor gratuito que les ha sido ofrecido: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.



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Bernardino Zanella    bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo Llerena         gusosm@yahoo.es


LECTIO DIVINA DEL DOMINGO  12 DE MAYO

                 “LLEVADO AL CIELO”.                   


Después del concilio Vaticano Segundo, hacen cincuenta años, deberían haberse movido las estructuras de los viejos pensamientos de la Iglesia de la Edad Media. En Latinoamérica las Reuniones de obispos en Medellín y Puebla comprueban que el continente Latinoamericano, tan grande, vivía en la esclavitud, semejante a los israelitas en Egipto, y se llamaba católico cristiano. La propuesta del evangelio de san Lucas nos hace pensar que cuando Jesús se despedía les llamaba a proclamar la conversión de los sistemas de odio y muerte, hacia espacios de amor, justicia y derecho a todas las naciones. Sin embargo, a lo largo del tiempo, incluso después del Vaticano Segundo, existen menos compromisos para cumplir este mensaje de liberación. 



Las Comunidades Eclesiales de Base, que eran el referente de una Iglesia al servicio de los marginados, después de Medellín han sido convertidas en grupos pasivos de oración. En muchos lugares de Latinoamérica estos grupos apoyan la destrucción de proyectos que benefician a niños, huérfanos, ancianos y mujeres; otros son aliados de sistemas de explotación de recursos naturales, los gobernantes junto a obispos y curas adormecen al pueblo enseñando el miedo a los sistemas de cambios profundos de la humanidad. 


Francisco, Oruro – Bolivia

* * * 


“Mientras los bendecía, se separó de ellos”. La realidad es mucho más que los conceptos, las palabras o imágenes que ellas crean. Por ello, forman parte de la comunicación humana los símbolos y gestos, las miradas y las imágenes, las fiestas y los ritos, la música y la pintura, etc. 



En el relato de la Ascensión, el evangelista Lucas describe con imágenes y símbolos una realidad que es divina: Cristo resucitado entra definitivamente en la realidad de Dios. Nos ayude este pasaje a ponernos en contacto con la realidad de Jesús, Dios y hombre verdadero y el proyecto del Reino. 


Sólo Lucas separa en el tiempo, contrariamente a los otros testigos, resurrección y exaltación. Es decir, sólo Lucas sabe de una ascensión a los cielos en Betania, ascensión que clausura el tiempo de las apariciones de Jesús en la tierra e inaugura con fuerza el tiempo de la misión universal de la Iglesia hasta el retorno de Jesús. Recordemos que los relatos de la resurrección y ascensión son también catequesis. De hecho, si intentamos comparar los detalles: numero de apariciones, tiempo, lugar, es imposible (Betania o el Monte de los Olivos: ¿desde dónde asciende Jesús?). Si los evangelistas hubieran querido engañarnos, lo hubieran hecho mejor. Ellos narran una experiencia de encuentro con Cristo que ha “entrado” en la vida de Dios. Esta experiencia, que no se encierra en los límites de un relato, los convierte en testigos y servidores de la palabra (cf Lc 1, 2). 

Todos tenemos cierto riesgo de convertir a Cristo en “objeto de culto”, desvinculándolo del proyecto del Reino, de su acción profética, su práctica liberadora que hace presente la misericordia del Padre; podemos referirnos a Él, “adorarlo”, sin sentirnos cuestionado por su palabra, apagando el fuego (cf Lc 12, 49), desactivando la novedad del Reino. “No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos.” (Mt 7, 21; Lc 6, 46). Se puede ser católicos y no ser cristianos. 

Con la ascensión al cielo, el evangelista plantea que ya no se puede seguir buscando, sin fin, las apariciones y nuevos mensajes, en una especie de experiencia mística ansiosa. “Señor, ¿Es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? (Hechos 1, 6). “Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura” (Lc 24, 45). Continuaríamos hoy haciendo preguntas, mirando al cielo sin decidirnos a emprender el camino hacia Jerusalén, para hacer de todos los pueblos y naciones la casa de Dios, y no una cueva de ladrones como lo es hoy. Al permanecer en la ciudad, que a Él rechazó, comprobarán su hostilidad y malévolo poder. Ahí, sentirán sus límites y pequeñez. Sin embargo, ahí serán revestidos con la fuerza que viene de lo alto, para enfrentar con valor el inevitable antagonismo, en una palabra el escándalo de la cruz. La misión a emprender, no se sustenta en el poder humano. Anunciar a Cristo, hacer presente el Reino de Dios en medio de los pobres y como pobres, es obra del Espíritu. 

En fin, la experiencia del encuentro con el crucificado-resucitado y glorificado, no hizo a los discípulos unos fanáticos, sino gente lúcida y humilde, serena y audaz, y sobre todo alegres. ¡Ven, Espíritu Santo!


     Joel, Puerto Aysén – Chile

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"Será siempre el que los guía en el futuro con la fuerza de su Espíritu". Siempre me he preguntado como saber si mis pasos van por el camino correcto sabiéndome algo tan pequeño en la vastedad del misterio de la creación. ¿Y quién soy yo para pretender no equivocarme, no errar, no perderme más de una vez en el camino? ¿Y quién me volverá a el?... Entonces es cuando no me queda otra que confiar en el Espíritu que habita en todos los seres y en el Gran Espíritu que nos nutre con su aliento. Si no tengo maestro a quien preguntar: ¿Voy Bien?, si mi interpretación de sucesos tan remotos en la historia puede ser totalmente (lo es) impregnada de mi pequeña comprensión mental humana, si las Instituciones han devenido en cajas sin contenido... sólo me queda confiar en el Amor, seguir al Amor, profundizar en el Amor, pues éste es el mensaje y no se puede explicar, sólo se puede transitar. Y cada cosa que leo de Jesús me muestra eso, una y otra vez, más allá de cualquier circunstancia histórica, cultural o cualquier filtro que se le haya puesto al interpretarlo. Cada uno transita su camino, que al final confluye en uno solo y es el camino de la oscuridad hacia la luz. Y no esteórico. Es la Vida misma. 


     Isabel, Cytibell, La Plata – Argentina 

* * *

Jesucristo al igual que a sus discípulos me ha llevado a un lugar apartado, fuera de todo lo cotidiano, para que aprenda a reconocerlo como al que manifiesta al Padre y con la certeza que es realmente una persona viva, cercana, que sólo se puede ver con los ojos del alma. Saberme: mirada, cuidada, protegida, enseñada, interpelada en mis acciones, es la presencia de quién me mira en todo momento, como a la niña de sus ojos, como el Padre misericordioso, que me ama tanto. Su amor lo llena todo y tengo que entregarlo para que todos le amen. 


La ascensión de Jesús ha de ser nuestro norte, como la Virgen le dijo a Santa Bernardita: "Tu vida es el cielo". No debemos quedarnos en las cosas caducas de este mundo: toda nuestra vida, por difícil que sea, debe estar con la vista en el cielo, como dijo Jesús: "Están en el mundo pero no son del mundo". Y no podemos tener una vida distinta a la que El tuvo, en este mundo. 


     María Teresa, Santiago – Chile




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