Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
"NO LLORES".
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“TODOS COMIERON”.
En esa madre Jesús...
Los detalles que subraya...
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“TODOS COMIERON”.
Un abrazo... P. Bernardino
Leemos en el evangelio de san Lucas 7, 11-17:
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
" NO LLORES"
Algunos, frente a situaciones locales o mundiales, pueden tener la sensación que los cambios son extremadamente difíciles e improbables. Parece que nada se mueve. Todo está estancado y sin vida. Prevalece la injusticia y el poder. Muchas veces la única opción posible es entre una solución mala y otra peor, sin la posibilidad de renovación y esperanza. Sólo queda el lamento y la frustración.
Y de repente aparece la novedad, que supera toda expectativa, y todo renace y cobra vida, como una primavera después de un frío invierno.
Leemos en el evangelio de san Lucas 7, 11-17:
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
PALABRA del SEÑOR
Mucha gente se dirige con Jesús...
a Naím, un lugar sin ninguna importancia, desconocido en la Biblia hasta ese momento. Y se encuentra con la procesión más triste y desgarradora: “Llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda”. También la madre del joven ha quedado sin ninguna importancia, porque ya había perdido al esposo, y ahora también a su hijo único. En esa sociedad, la mujer sin el amparo de un hombre es nadie. Tiene sólo su dolor y sus lágrimas. Pero Jesús se fija en ella. Se conmueve al verla llorar. El llanto de la madre se hace su llanto, como llorará frente a la tumba del amigo Lázaro. La muerte, la injusticia, la desesperación, son el extremo opuesto de su misión de manifestar el Reino de Dios.
En esa madre Jesús...
ve representada la tierra de Israel, que ya ha perdido a su esposo, ha sido infiel a la alianza con su Dios. Y su hijo, el pueblo judío, ya no tiene vida, oprimido por un sistema religioso que lo explota y humilla. Como esa madre que llora a su hijo, Jesús llorará sobre Jerusalén, en los últimos días de su vida, antes que lo asesinen: “Ojalá en este día tú también reconocieras el camino que conduce a la paz. Pero eso ahora está oculto a tus ojos”. Jerusalén “no ha reconocido el momento ni la visita de su Dios”, y por eso la terrible predicción: “Te llegará el día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te cercarán por todas partes. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de ti, y no te dejarán piedra sobre piedra”.
Pero Jesús ha venido para dar vida. Su invitación a la madre destrozada por el dolor: “No llores”, no es sólo una palabra de consuelo, es ya una promesa. No llores, porque la muerte será vencida: es un anuncio pascual.
Los detalles que subraya...
el evangelio son importantes: “Se acercó y tocó el féretro”. La persona que se acerca a un difunto y toca un féretro se hace impura. Así es la encarnación de Dios en Jesús. Y desde el pozo oscuro de nuestra impureza, Jesús abre camino hacia la vida: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. Es la orden que resuena en los oídos de todos los presentes; es la orden que Lucas repite para su comunidad, y que llegará a todos los seguidores de Jesús: “Levántate”, porque tu vocación es la vida, la alegría, el amor. Jesús entrega el joven vivo al amor de la madre: “El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre”.La muchedumbre presente reconoce en Jesús la manifestación de la “entrañable misericordia” de Dios, un Dios “misericordioso y compasivo”: “Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios”. Muchos habrán recordado otros hechos extraordinarios de grandes profetas anteriores, como Elías, que devolvió vivo a la viuda de Sarepta el hijo que había muerto, o Eliseo, que resucitó al hijo de la mujer de Sunán. Se difunde rápidamente el comentario: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros”. Junto con la alegría por el consuelo de una madre que abraza vivo a su hijo que estaba muerto, se proclama la esperanza de la liberación de todo el pueblo: “Dios ha visitado a su pueblo”. Es profecía y adelanto de esa humanidad nueva, cuando Dios “le secará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni pena, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha pasado” (Ap. 21, 4).
Bernardino Zanella bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo Llerena gusosm@yahoo.es
LECTIO DEL PASADO DOMINGO
" TODOS COMIERON "
Fernando Marcelo, Oruro – Bolivia
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Que la eucaristía no se nos transforme en un “objeto de culto”, desvinculada de una práctica de amor y humilde entrega, porque es un signo de vida y no de religión alienante. Que la eucaristía sea el alimento – sacramento – que nos permita buscar al Señor, seguirle hasta el desierto, porque nos damos cuenta del desierto de nuestra propia existencia. Que nos abra el apetito, nos haga caer en cuenta de cuánto necesitamos de Dios y su palabra.
El relato que hace Lucas de este banquete, marca el punto de llegada de la misión: la actividad apostólica lleva a conocer al Señor Jesús y tiene su “culmen” en la eucaristía; que es también su origen. Podemos decir que todo el evangelio es un comentario a la entrega total de Jesús en la cruz; el pan partido y compartido es prenda de su propia vida divina. Ese gesto que comenzó en la última cena, continúa hoy porque es el pan de vida; porque es distinto al maná del desierto que se agusanaba y descomponía (cf Éxodo 16, 19-20), se conserva dándolo y se multiplica dividiéndolo. Este pan que se da a todos, pero sólo los discípulos se dan cuenta de lo que ha sucedido, tiene el poder de preservar de la muerte. Y sobran “12 canastos”, uno por cada tribu y uno por cada tiempo: es el don de Dios para siempre.
¿De dónde nos viene esto de sentirnos tan separados unos de otros? ¿Por qué sentimos a Dios tan lejano, tan fuera de nosotros? ¿Por qué se nos hace tan difícil ver todo aquello que nos une? Lo que comemos, el aire que respiramos, el agua que bebemos, la luz que nos llega, todo ello por distintos caminos, llega a todo el cuerpo, a cada célula, a cada miembro y todos reciben lo que necesitan. Si por alguna enfermedad, algún órgano deja de recibir lo que le es necesario comienza a morir, y, luego, todo el cuerpo enferma y muere. Y, no sólo compartimos bienes materiales; el bien que podemos hacer se multiplica, conmueve y mueve a otros a hacer el bien. Todo aquello que se entrega con amor se multiplica y no se acaba.
Si nos identificamos con las cosas o las criaturas, es porque forman parte de nosotros mismos, no sólo de nuestro medio, esto no es malo. El error y pecado está cuando creemos que éstas nos dan vida y nos aferramos a ellas, acaparando, separándonos de aquellos que vemos como competidores. Entonces, nos dividimos, nos hacemos la guerra, condenamos a muchos a morir de hambre, sin darnos cuenta de la tremenda injusticia y pecado, que a todos nos daña; esto nos tiene enfermos como sociedad, como raza humana. La eucaristía es el pan que se parte en silencio contemplativo, signo de que todos somos un cuerpo, con distintos miembros. Es sacramento porque es presencia de Cristo que desde la cruz grita, que no sólo de pan vive el hombre. Es presencia del resucitado que, desde su gloria, envía el Espíritu para que nos convenza que sólo Dios es vida y vida eterna.
Que el Espíritu, gracia de Dios, haga que no nos guardemos en encierro egoísta, acaparando, para podrirnos como el maná del desierto. Que nos haga pan partido y comido. Y, si sentimos a Dios lejano; si el espíritu del mundo, mintiéndonos, nos promete todos los reinos y nos pareciera más creíble, llamemos a aquél que lo venció, el Señor Jesús, sigámoslo hasta el lugar donde se ha retirado. Y, quizás, no necesitemos buscar lejos; aquí lo tenemos, donde nosotros estamos. Y, si la duda persiste, el sentimiento de que estamos lejos del Señor, y nuestro corazón está tan vacío de Dios; si cansados de caminar, si pensamos que no lo encontramos, ni siquiera en nuestra oración, ni lo sentimos en el corazón; si experimentamos que nosotros estamos aquí y Dios, el Padre misericordioso, está infinitamente lejos, recibamos entonces, este pan Cuerpo de Cristo que se parte y se entrega. Eso sí, recibámoslo con fe. Acerquémonos como pobres y hambrientos, como ciegos y cojos, como llamados de las calles y caminos de este mundo; acerquémonos con la conciencia de nuestra pobreza, de nuestra existencia de vagabundos sin rumbo, porque hemos sido llamados a este banquete de la vida eterna. Si confiadamente nos acercamos y decimos: “Creo; pero ayuda mi falta de fe” (Mc 9, 24), entonces tiene Dios que hacer todo lo demás y lo hará. “Tomen y coman, éste es mi cuerpo”.
“¡Ay, ay de mí, por qué grados fui descendiendo hasta las profundidades del abismo, lleno de fatiga y devorado por la falta de verdad! Y todo, Dios mío, todo por buscarte no con el intelecto, sino con los sentidos de la carne, porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío” (San Agustín, Confesiones III, 6, 11).
Él estará siempre con nosotros en lo más íntimo de cada uno; brotó del suelo como grano de trigo y era divino, se hizo pan para ser comido y compartido.
Joel, Puerto Aysén – Chile
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¿Jesús buscó que todos lo amaran? No, Jesús amó a todos. Esa es la diferencia entre el ego y el Amor. Y el camino...
Isabel, Cytibell – Argentina
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La enseñanza del evangelio nos permite analizar la pobreza de muchos pueblos del mundo y en forma particular lugares africanos que sufren una extrema necesidad. Como discípulos y discípulas de Jesús, le haríamos la misma pregunta: “El pueblo ha escuchado tu palabra pero tiene hambre”; seguramente la respuesta sería la misma: “Denles de comer ustedes mismos”. Cuando Jesús se aparece a los discípulos de Emaús, ellos le reconocen porque compartía y repartía el pan.
En esta sociedad, llena de desigualdades, parece imposible conseguir tanto pan para los niños africanos y de otros pueblos del mundo, pero sí, existen fortunas para fabricar armas, para matar a pueblos inocentes y construir estructuras de poder para hacer más pobre al que tiene menos y favorecer a quienes tienen mucho. Muchos obispos y curas se contentan con decir no sólo de pan vive el hombre, porque no tienen la capacidad de identificarse con los cambios profundos que vive la humanidad. La lectura de los tiempos esta en otra dirección. Ojala seamos capaces d cumplir la enseñanza de Jesús: “Denles de comer ustedes mismos”.
Francisco, Potosí – Bolivia
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Hoy, como el domingo anterior, he celebrado la misa junto a las niñas de nuestro hogar. Me encanta. El padre que presidió las tiene muy en cuenta y vieras cómo ellas respondían a sus preguntas. Supieron decir que celebrábamos Corpus Christi. Preguntó qué era, y ellas: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto me llevó a reflexionar la grandeza de la presencia del Señor, que si bien no todos tienen una súper capacidad intelectual, logran sentir y asimilar que es hay algo diferente, que es mayor, que merece todo nuestro respeto. Si vieras cómo se acercan a comulgar, y Él está en cada una de ellas, en su inocencia, en su alma que lo adora. Por encima de sus limitantes físicas, ellas experimentan su amor, su presencia.
He participado también en la procesión de Corpus el jueves, y recordaba tus palabras, de que Jesús no vino para ser adorado sino para ser seguido. Acá vi cómo entre tantos hermanos compartíamos la misma fe en un Dios que nos ama tanto, que se da en cada Eucaristía por cada uno de nosotros. Al ver a tantos (pero, ¡tantos!) hermanos, pensaba que así es nuestro caminar hacia el cielo. Compartiendo con ellos las alabanzas, las oraciones, me sentía como delante de Dios alabándolo, como si estuviese en un inmenso altar y él presidiendo. No lo veía, obvio, pero sí, estoy segura de que él estaba presente, siempre presente por medio de la Eucaristía, de su Palabra, de su gracia, de su providencia. Me encanta el Señor, es maravilloso.
Hilda, Roma – Italia
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