Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“SI TE INVITAN”
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“LA PUERTA ESTRECHA”.
Un abrazo... P.Bernardino
“SI TE INVITAN”
Es muy común el fenómeno de los que, con diferentes motivaciones, quieren subir hasta ocupar los primeros puestos en las distintas instituciones, incluso eclesiales. Jesús revela que hay una equivocación en el concepto mismo de “primeros puestos”.
Leemos en el evangelio de san Lucas 14, 1. 7-14
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Después dijo al que lo había invitado: Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!
PALABRA del SEÑOR
Jesús es invitado a comer.
Los detalles que subraya Lucas nos obligan a poner mucha atención. Quien invita es “uno de los principales fariseos”. La comida es “en su casa” y, muy importante, es en día “sábado”, el día del descanso sagrado, recordando el descanso de Dios después de la creación y la liberación del hombre del yugo del trabajo para dedicarse al culto. Los fariseos están vigilando a Jesús, “lo observaban atentamente”: están al acecho para sorprenderlo en alguna transgresión de la Ley.
Una primera transgresión de Jesús es la sanación de un enfermo de hidropesía, justo en día sábado.
Luego también Jesús, como los fariseos...
se pone a observar atentamente, y los observa a ellos, notando “cómo los invitados buscaban los primeros puestos”. Su enseñanza, tomada del libro de los Proverbios, parece ofrecer criterios de urbanidad, de buena educación: “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar... Ve a colocarte en el último sitio”. Pero Jesús se preocupa de educar a los fariseos, esos perfectos cumplidores de la Ley, y sobre todo a sus discípulos que lo acompañan, para que, a través de la parábola del “banquete de bodas”, símbolo del banquete del Reino de Dios, aprendan a no dejarse llevar por la ambición y la vanidad, por el deseo de sobresalir, el afán de precedencia, o por la aspiración a ser servidos primeros y mejor. La invitación: “Ve a colocarte en el último sitio”, revela la opción de Jesús mismo, como nos recuerda el himno litúrgico que encontramos en la carta de san Pablo a los Filipenses: “Jesús, siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndoce uno de tantos”. Hay que aprender de él, favoreciendo a los demás y sirviéndolos primeros. Si todos hicieran eso, todos encontrarían el mismo respeto y la misma solidaridad, y sería una humanidad feliz.
El proyecto de Dios es el cambio de este mundo:
“Todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”, donde la elevación, la verdadera grandeza de una persona, no será medida según los criterios humanos del poder y del prestigio, sino según los criterios del servicio y del amor: “El más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último de todos, y el que manda como el que sirve”. Es el sueño de Dios que María, la madre de Jesús, había anunciado en su canto: el Potente “despliega la fuerza de su brazo, dispersa a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”. Por eso Jesús ofrece a su anfitrión otros criterios para elegir a los invitados: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos”. No está prohibido invitar a todos ellos. Está prohibida la intención: “no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa”. No hay que hacer favores para recibir favores, crear un cerco con las amistades y los parientes para protejer intereses y negocios, como hacen muchos. Hay que ir contracorriente: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos”. Son los excluidos del tiempo de Jesús. La comunidad tendrá que actualizar ese listado. “Ellos no tienen cómo retribuirte”: tu generosidad para con ellos no será interesada, sino totalmente gratuita. Este es el camino a la felicidad plena: “¡Feliz de ti!”.
Bernardino Zanella bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena gusosm@yahoo.es
Lectio Domingo 25 de Agosto
“LA PUERTA ESTRECHA”
Jesús nos dice en esta lectura cómo podemos entrar en el reino de Dios, El es misericordioso, pero exigente. Quiere que entremos por la puerta angosta, que es la de muchas dificultades, la de saber llevar su cruz, la puerta de los humildes de corazón, la de los generosos. Esa es la puerta angosta. Puedo entrar por esa puerta si sigo las enseñanzas de Jesús, que no es fácil. Muchos quieren entrar en el reino prometido por la puerta ancha, que es la de diversión, de comodidades, de riqueza, de antivalores. Es más fácil entrar por esta puerta, pero ahí no encontraremos al Padre de los cielos, sino llegaremos al fuego eterno. Da mucho temor pensar que vamos caminando hacia el lado equivocado. Queremos que el Señor nos diga: “Vengan, hijos de mi corazón. Los estoy esperando”.
Sandra, Coyhaique – Chile
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Creo que Jesús alerta del sentido profundo de la propia responsabilidad. No es él quien estará diciendo: para ti la puerta se abre, para ti se cierra. Somos nosotros, con nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestro pasaje por este lugar transitorio en el que hemos venido a aprender para evolucionar de lo estrictamente material a lo espiritual. Y en esta escuela no hay títulos otorgados por el mismo hombre que te garanticen nada: Las instituciones son sólo organismos que tienen un sentido transitorio, no son ni están benditas por Dios en si mismas. Ninguna de ellas, por ende la simple pertenencia no te da ningún derecho. Es sólo tu conciencia, tu fe, tu amor. Y esto sólo lo sabe en la profundidad, cada uno, y por supuesto Dios lo sabe de todos. Entonces Jesús, lo único que hace es recordárnoslo. Y alentarnos a seguir trabajando en nosotros para limpiarnos y mejorarnos. Porque la misericordia es infinita, pero si la decisión no está tomada firmemente en nuestro interior, tampoco la misericordia nos puede salvar. Pues seguiremos gritando por entrar a un lugar donde nosotros mismos no hemos incursionado ni conocemos: el lugar del buen pensar, buen sentir, buen vivir.
Isabel, City Bell – Argentina
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En su camino a Jerusalén, Jesús enseña. En el capítulo 11 nos ha revelado que somos hijos/as de Dios padre. En el 12 nos ha enseñando a relacionarnos con las cosas que son dones del Padre y nuestra relación de hermanos. El 13 es invitación a entrar en el Reino y la exigencia que tiene.
La puerta para entrar en el reino es Jesús. En su camino hacia Jerusalén va al encuentro de todo hombre, de toda mujer, que ha sido marginado, asaltado y herido. Cada uno puede entrar, incluso el “inmundo”, el incurable, el pecador. El “boleto” de entrada es reconocer nuestra necesidad de ser curados, reconocerse pecadores. Quedan afuera el que “está bien”, el que no necesita a Dios ni a los demás. La falsa seguridad y la justicia presunta son el único impedimento. La puerta es declarada estrecha porque el ego – el “yo” – y su presunción no pasan por ella, porque es falso, no es nuestra verdadera identidad. El ego debe morir afuera. Por ello es una experiencia de muerte a lo que no somos, para que nazca la vida de lo que en verdad somos. “Te aseguro que si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3, 3). Es el ego lo que “rechina” los dientes. La vida verdadera, ese “andar en verdad”: de cada hombre podrá entrar y salir. La verdadera vida es amor. Quien vive encerrado en su egoísmo, esclavo de sus intereses y ambiciones, podrá “ensanchar sus graneros”, pero no su vida. El amor exige renunciar al egoísmo. Lo verdaderamente humano, ser “gente”, es una dignidad, pero también un trabajo. No nos humanizamos sin desapegarnos, no somos libres sin un arduo trabajo, esto es conversión. El Patriarca Atenágora decía: “La lucha contra sí mismo, es la batalla más dura: Hay que lograr desarmarse de sí mismo. Me empeñé por años en esta lucha y ha sido terrible. Pero ahora me despojé de la codicia de tener la razón, de justificarme descalificando a los demás…”. No se puede confundir “felicidad” con “facilidad”.
Y, así, “aunque yo hablara todas las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo estruendoso…” (1Cor 13, 1s.).
Joel, Puerto Aysén – Chile
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Cuando leía este texto siempre decía: "Pero, ¿porqué ese afán de complicar las cosas?". Obvio, de parte de Dios. ¿Para qué hacerla tan estrecha? Y bueno, se va creciendo y algo más comprendo, creo... La sabiduría del Señor siempre me impresiona y cómo con cuánta pedagogía me enseña a comprender un poco más el mensaje del Padre Dios. Así recordaba cuando ha puesto en el centro de la asamblea a un niño y nos ha dicho que debemos ser como los niños; y cuando somos niños todas las puertas son grandes y pasamos tranquilamente, es más, ni nos damos cuenta de que existen, somos libres... Pero crecemos y nos vamos complicando la vida: prejuicios, envidias, orgullos, desencuentros, olvidos, todo aquello que no nos permite cruzar la puerta, pasar de nosotros mismos para ir al encuentro del otro. Y sin darnos cuenta, por una parte cerramos nosotros mismos la puerta, y por otra si creemos que Cristo es la puerta para adentrarnos en el Reino, no pasamos porque sus criterios no son los nuestros y todo cuanto nos ha dicho queda de nuestro lado y no se plenifica en la eternidad, o sea cruzando la puerta... Y lógico, Jesús no nos podrá reconocer, porque en nada nos parecemos a Él: celebramos misas, pero afuera no la celebramos; leemos la Palabra, pero no la hacemos vida.
Espero poder hacer vida un poco más todo cuanto me entrega el Señor. Ahora veo que Dios no ha hecho estrecha la puerta: soy yo misma que la voy estrechando con mis actitudes en el día a día. Confío en la misericordia de Dios que es muy por encima de mis pequeñeces, Él debe tener la llave para abrir de su lado y yo poder entrar.
¿Será que me hice entender?
Hilda, Roma – Italia