"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

jueves, 1 de agosto de 2013

“¡INSENSATO!”

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“¡INSENSATO!”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
ABAJO un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: “Señor, enséñanos a orar”.

Un abrazo... Bernardino

                                   “¡INSENSATO!”                               

En la sociedad actual, muy a menudo se mide la realización de una persona y su tranquilidad frente al futuro, a partir de la cantidad de bienes que ha acumulado. Dificilmente se toman en cuenta otros valores.

En cambio, leemos en el evangelio de san Lucas 12, 13-21.
Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?” Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
Les dijo entonces una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?” 

PALABRA  del  SEÑOR



Para caminar con Jesús como discípulos, 
hace falta enfrentarse con diversos obstáculos. Uno de los mayores obstáculos es la avaricia. Por eso la firme exhortación de Jesús: “Cuídense de toda avaricia”.

El pretexto para esta enseñanza nace del pedido de alguien, que se ha acercado a Jesús junto con la multitud. A él no le interesa la palabra del Maestro. Sólo quiere aprovechar la autoridad de Jesús para solucionar en favor propio un conflicto familiar en un asunto de dinero: “Dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Su interés está fijo en los bienes materiales. Jesús rechaza meterse en esa pelea, tan común y tan frecuente en todos los tiempos, y llama la atención sobre la avaricia. El avaro cree que con su actitud logra asegurarse el futuro, pero tiene que aprender que “aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.



Para aclarar mejor esta enseñanza, Jesús...
agrega una parábola, que presenta la suerte de un hombre rico, “cuyas tierras habían producido mucho”. Frente a tan grande abundancia, los graneros son insuficientes, y no hay lugar para toda la cosecha. De ahí la pregunta: “¿Qué voy a hacer?”. La redacción del evangelio de Lucas quiere provocar la respuesta de la comunidad, para compararla con la respuesta que se da el hombre rico. A él no se le ocurre pensar que la cosecha abundante es don de Dios, que no le pertenece en forma exclusiva. Podría compartirla con todos los que necesitan y tienen derecho a comer y vivir, con los que no tienen tierra, en la construcción de una convivencia fraterna, en que todos sean reconocidos como hermanos. Tal vez Dios quiere saciar el hambre de muchos a través de su solidaridad.


Nada de todo eso pasa por su mente. 
El rico piensa sólo en sí mismo: ¿Qué sería de él sin todos esos bienes? ¿Quién le daría seguridad para el futuro? Sus proyectos son inspirados sólo por su egoísmo: “Demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes”. Su seguridad es la acumulación de bienes. Puede confiar definitivamente en ellos: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”.

Es una sabiduría que el rico alcanza a través de todo un proceso de reflexión: “Se preguntaba a sí mismo...”, “después pensó...”. Puede ser la sabiduría que tienen algunos de los mismos seguidores de Jesús. Pero no es la sabiduría de Dios: “¡Insensato!”. La riqueza no puede impedir la muerte repentina del hombre rico: “Esta misma noche vas a morir”. Insensato significa que no ha dado sentido a su vida, que la pierde fisica y espiritualmente. Lo evidencia la dolorosa ironía de Dios: “¿Y para quién será lo que has amontonado?”.La conclusión de Jesús es para todos sus discípulos: el seguro de vida no es la cantidad de bienes que uno tiene, sino la capacidad de compartir. El “que acumula riquezas para sí”, echa a perder su vida. Sensato, sabio, es quien “es rico a los ojos de Dios”, que pone su vida en las manos del Padre y la gasta en el servicio y la solidaridad.


Bernardino Zanella bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena 
gusosm@yahoo.es

Lectio Dominical 28 de JULIO
    “Señor, enséñanos a orar”    

La oración de Jesús nos abre al misterio de su vida que nos da a conocer al Padre y al secreto de su pasión por el Reino. Es la oración por excelencia, el mejor regalo que nos ha dejado Jesús. 
Los evangelios nos presentan a Jesús orando a su Padre en muchas ocasiones; en su bautismo, antes de escoger a sus discípulos, al multiplicar los panes y los peces, en la sinagoga el sábado, en la última cena, en Getsemaní, en la cruz, por Pedro en particular, por sus discípulos, por todos nosotros. Esa imagen viva de Jesús orante animó a sus discípulos a pedirle que les enseñara a orar como él lo hacía. “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Desean aprender algo de lo que perciben y que significaba tanto para su Maestro. Y Jesús les enseñó el Padre nuestro como actitud, como pauta, como camino, como fe, confianza e intimidad que nos abre al misterio del Padre para acostumbrarnos desde aquí a vivir en su presencia para siempre. La mejor manera de aprender a orar es contemplar a Jesús orando. 
Quizás muchos hemos vivido la triste experiencia del abandono de la oración, casi sin darnos cuenta llenamos nuestra vida de cosas, actividades y preocupaciones: “Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas…”. Siempre tenemos algo más importante que hacer, algo más urgente o “más útil”. ¿Cómo ponernos a orar cuando tenemos tantas cosas en que ocuparnos? Sin darnos cuenta terminamos por vivir “bastante bien” sin necesidad alguna de orar. Sin embargo necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos. Necesitamos orar para vivir en su presencia, más alegre, agradecidos, dóciles al Espíritu, en actitud de permanente búsqueda del Reino de Dios: lo demás se nos dará por añadidura. En fin, necesitamos orar para vivir en una actitud vigilante en medio de una sociedad superficial y deshumanizadora. 
¡Señor, enséñame a orar! Humildemente comienzo a repetir esas oraciones sencillas que la gente hacía a Jesús: “Señor, que vea”, “Señor, ten compasión de mí, que soy pecador”, “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. 
Señor, haz que mi oración no sea un “conquistarte”, un “convencerte”, sino que te descubra como un don en mi vida y en la de los demás. Oh, Señor Jesús, que pueda experimentar en lo profundo de mi ser la verdad de tu palabra: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino…”. Amén. 

  Joel, Puerto Aysén – Chile 

* * * 
La falta de comunicación en las familias, es y ha sido una de las principales dificultades que ha destruido un verdadero sentido de vida. Desde luego que en la actualidad se está utilizando la comunicación en sentido inverso: para hacer daño, para la criminalización, para que grandes imperios aun intenten apoderarse de los recursos naturales de los más débiles. Si aceptamos que la oración propuesta por el evangelio es una forma de comunicación sincera entre el Padre y el o la hija, nos damos cuenta que el verdadero concepto de comunicación no es correctamente aplicado. 

Pedimos en las dificultades, no reconocemos nuestros errores. Nos interesa pedir el pan sin interesarnos en los demás y tampoco nos interesa participar o pedir que el reino sea de justicia, liberación y solidaridad, y principalmente no hacemos diferencia entre el poder del dinero en nuestras vidas y la propuesta de un reino donde el Padre sea el centro de nuestra vida. 

   Francisco, Potosi – Bolivia 

* * * 
Los discípulos de Jesús más que seguro que oraban al Padre, pero al ver a Jesús que era hijo de Dios y oraba con gran recogimiento y en la soledad de la noche, ellos quizás querían aprender de esa manera, y Jesús, hijo predilecto del Padre, les enseña a orar comenzando por el saludo al Padre Dios. A la vez, dentro de esta hermosa oración viene encerrada toda su enseñanza, toda una pedagogía. El Padre sabe desde siempre nuestras necesidades y nos responde de acuerdo a su plan para nosotros. El es misericordioso y en la oración también nos invita a ser misericordiosos con los demás. Siempre he sentido que cuando rezamos el Padre nuestro nos hacemos niños frente a Dios, porque El es nuestro papá, el que jamás nos va a defraudar. 

   Sandra, Coyhaique – Chile



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