"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

viernes, 13 de septiembre de 2013

“COMAMOS Y FESTEJEMOS”.


Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“COMAMOS Y FESTEJEMOS".
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“CALCULAR LOS GASTOS”.

Un abrazo... P. Bernardino


                       “COMAMOS Y FESTEJEMOS”                    


En nuestras relaciones humanas, difícilmente llegamos a un nivel de verdadera gratuidad. También en el amor más puro y sincero, hay siempre algo de interés, o al menos de gratificación. 



     

Una parábola del evangelio de san Lucas 15, 1. 11-32, nos hace ver la gratuidad del amor de Dios:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» 

Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "iFelicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

Jesús les dijo entonces esta parábola:
Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!".
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".

PALABRA  del   SEÑOR



Esta parábola, llamada del hijo pródigo, 
o de los dos hijos, es muy conocida. Tal vez la enseñanza que más comúnmente se saca es el regreso del hijo pródigo a la casa del padre, arrepentido de sus errores.
En realidad, hay que notar que el hijo menor se fue de la casa con su parte de herencia en sus manos, desperdició todos sus bienes, y tuvo que ponerse al servicio de un propietario de cerdos para sobrevivir. El cerdo es un animal impuro para los judíos, y la parábola expresa bien la degradación del joven, que llega a desear la comida de los mismos cerdos, sin poder alcanzarla.



Entonces recapacitó.
Pero su recapacitación es muy ambigua. No extraña al padre. No piensa en su dolor. No tiene deseo de verlo. No está arrepentido de verdad. El pensamiento que lo mueve es muy interesado: “Aquí me muero de hambre”, mientras que “los jornaleros de mi padre tienen pan de sobra”. No sueña con la casa paterna, sino con el pan que pueda saciar su hambre. Decide regresar para comer, no para encontrar al padre. La misma confesión que prepara no es sincera, aunque diga la verdad. Le interesa la conclusión: “Trátame como a uno de tus jornaleros”. Ellos comen: quiero comer como ellos.






En la medida que vayamos entendiendo realmente...
la actitud del hijo, se nos revela más claramente la figura del padre, que es el objetivo de esta parábola. Jesús la propone para responder a las críticas de los escribas y fariseos que le reprochaban su familiaridad con recaudadores de impuestos y pecadores. El Dios que Jesús revela con sus gestos es como el padre de la parábola. En la parábola, cuando regresa el hijo, el padre no pregunta nada, ni quiere escuchar su confesión. Simplemente “lo vio” cuando aun estaba lejos, “se conmovió”, “salió corriendo”, “se le echó al cuello”, “lo cubrió de besos”.


No es el arrepentimiento y la confesión...
sino el amor gratuito del padre que devuelve al joven su dignidad de hijo: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en el dedo y sandalias a los pies”.Un detalle muy importante: el padre de la parábola nunca le dirige la palabra al hijo pródigo. Calla cuando el hijo pide su parte de herencia, y se la da. Calla frente al hijo que regresa después de haber desperdiciado todo e intenta su confesión. Habla sólo a los criados y al hijo mayor, para invitarlos a hacer fiesta. Para con el hijo pródigo el padre tiene sólo gestos concretos de respeto y de bondad. Vence con su amor silencioso. Así es Dios.



Bernardino Zanella    bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena   gusosm@yahoo.es 


        LECTIO DOMINGO 08 de SEPTIEMBRE                
              “CALCULAR LOS GASTOS”                           

   
Se me presenta una imagen fuerte ante esta Palabra: "El que no carga su cruz no puede ser mi discípulo". Todos depositamos nuestra cruz en alguien: Dios, la Virgen, Jesús en el reino celestial y la pareja, los hijos o los padres o los jefes o compañeros de trabajo en el reino terrenal. Todos menos en nosotros mismos. 

Único verdadero desafío: hacerse responsable de uno mismo, no ser un eterno reclamador, quejoso o pedigüeño. Siempre andamos preguntándonos: ¿Porqué a mí? ¿qué más me tiene que pasar?, o pidiendo por salud, trabajo, amor. Pedir, pedir, pedir, y nunca dar, o pedir, en todo caso, para todos (cosa que me incluye porque soy parte de todos). Desde este lugar no se puede ser discípulo, sino simplemente mendigo. 

    Isabel, City Bell – Argentina 


* * * 
Las dificultades y conflictos que vive la humanidad en la actualidad son tan alarmantes que preocupan y no nos permiten mirar más allá de un simple comentario. Entonces nos ubicamos en la propuesta que hace Jesús en el evangelio: de comprometerse con un proceso diferente, dejar padre, madre, hermanos, como lo han hecho: Arnulfo Romero, Luis Espinal, Camilo Torres y muchos otros. 
La propuesta de Jesús en primer lugar es de Vida y no de muerte, sin embargo naciones con poder armamentista quieren ir a una guerra donde sus intereses económicos así lo requieren y la muerte de inocentes no está contemplada en sus planes. 
En segundo lugar Jesús propone la Paz, donde la justicia y el derecho de los más desposeídos se respeten y las barreras de los pocos que tienen más, frente a los muchos que tienen muy poco, desaparezcan. 
Jesús propone también la Solidaridad, en un mundo globalizado que tiene la idea del poder para tener más, a costa de los demás. 

     Francisco, Potosí – Bolivia

*  *  *
La lectura de este evangelio, abiertamente nos plantea la radicalidad del seguimiento. 
Me siento interpelada con las expresiones: “Nada es más importante que la adhesión a Jesús y a su proyecto de vida”; “Sólo en él, podemos encontrar el sentido de nuestra vida”; “Hacer nacer en nosotros mismos el hombre nuevo, libre de todo egoísmo”. 
Tres puntos que nos encaminan a este seguimiento del que nos habla el evangelio, a aceptar y agradecer lo que la vida nos depara, aunque en momentos sea de mucho dolor. Mi proyecto de vida, no puede consistir en cambiar la realidad adversa que yo no quise vivir, porque ello, en vez de superar el dolor, sólo aumentará el sufrimiento que muchas veces lleva al individualismo, lejos de un mundo comunitario y solidario; al contrario, es vital que mantenga a Dios encarnado como motor y centro de mi vida, lo que permite que llegue a la paz interior. A no continuar en “medias aguas”, sino a mantenerme coherente en el seguimiento, es decir, no sólo con la boca sino también con las obras, sin improvisar. Ello implica caminar, la más de las veces, contracorriente. Por eso es vital, continuar en la oración y la reflexión de su Palabra. 
Señor Jesús, por intercesión de tu santa madre la Virgen María, no me canso de pedirte con mucha humildad: no te canses de mis ingratitudes y debilidades y me ayudes a ser perseverante, a amar como tu amaste y a superar los dolores físicos en la entrega a mis hermanos que son tu rostro. 

      Vero, Santiago – Chile 

* * * 

Jesús nos invita a ser su discípulos, sin que nada nos ate a esta tierra, ni los bienes materiales ni la profesión, ni la familia, nada que nos haga olvidar que somos hijos de Dios. No debemos temer a nada, ser verdaderos guerreros seguidores de Cristo. Ser su discípulo no es fácil, porque para serlo tenemos que imitarlo en su forma de vivir, de amar, de ser hijo de Dios, ser capaces de proclamar la palabra que nos da la vida sin temor. Yo creo que lo más difícil de ser cristiano es renunciar a nosotros mismos, negarnos, ser los últimos y comenzar una vida nueva la de ser un verdadero discípulo de Jesús. Que el Señor tenga paciencia con cada uno de nosotros tan pecadores. 

    Sandra, Coyhaique – Chile 

* * * 

Pasar haciendo el bien, es la libertad digna de nuestra condición de hijos de Dios. Ninguna pretensión ni voluntad “carnal” está en condiciones de hacernos discípulos de Cristo: es gracia que se concede a los pequeños y humildes. 
Nos hallamos en el corazón de la catequesis de Lucas, que se desarrolla en la subida a Jerusalén. “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sagrado? (Sal 24, 3). Podríamos decir: ¿Quién alcanzará una intimidad tal con el Señor, para que él llegue a ser padre, madre, esposo, hermano, hermana, un bien absoluto? Esta es la cuestión que se plantea en el texto. En el evangelio de Mateo, al final de la parábola del banquete, se exige el vestido nupcial: “¿Cómo has entrado sin traje apropiado?… Átenlo de pies y manos y échenlo fuera, a las tinieblas” (Mt 22, 11s.). Nunca entendí este pasaje. Ahora, desde la perspectiva de Lucas, me da una nueva luz; es otra manera de decir lo que está en Mateo: la vida nueva en el Señor, o las exigencias del discipulado. 
“El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. La cruz es mucho más que buscar mortificaciones o aceptar las contrariedades de la vida. La crucifixión de Jesús fue consecuencia de su actuación de amor y obediencia absoluta al Padre y de amor a los últimos. La fuerza para aceptar la cruz de Cristo, tiene su raíz en el amor a Él, que me amó siendo yo un pecador (cf Rom 5, 8); y, en Él encontrar toda delicia; que Él llegue a ser lo único, el solo: “¡Tus amores son mejores que el vino!” (Cantar 4, 10); el resto cobrará una nueva luz desde éste amor, su amor nos hace creaturas nuevas; es una locura, pero para Él es posible. San Juan de la Cruz lo dice de manera extraordinaria en un poema: “Mi alma se ha empleado, / y todo mi caudal, en su servicio; / Ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”. 
En los dichos de los Padres del desierto de los primeros siglos del cristianismo encontramos esta edificante historia. Un hermano que deseaba ser monje, pero que había retenido algo para sí, Abba Antonio le dijo: “Si quieres ser monje, vete al pueblo, compra carne, átala a tu cuerpo desnudo y luego vienes aquí”. Así lo hizo. Pero los perros y los buitres se lanzaron sobre él. Volvió adonde Antonio herido y maltrecho. Este lo miró y le dijo: “El que renuncia al mundo y, sin embargo, quiere conservar algunas riquezas, viene a ser atacado así por los demonios que le hacen la guerra”. 

     Joel, Puerto Aysén – Chile 




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