Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
"LO QUE ESTABA PERDIDO"
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“TEN PIEDAD DE MÍ”.
Un abrazo: P. Bernardino
"LO QUE ESTABA PERDIDO"
Una mirada, una palabra, un encuentro, pueden llegar al corazón y cambiar la vida de una persona. Sobre todo si el encuentro es con alguien que es portador de un nuevo proyecto de vida.
Leemos en el evangelio de san Lucas 19, 1-10
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador”.
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más”. Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
PALABRA del SEÑOR
En su camino hacia Jerusalén...
Jesús llega a la ciudad de Jericó. Es la última etapa. Para el pueblo del antiguo éxodo, Jericó fue la última parada de su largo viaje a través del desierto, para ingresar a la tierra prometida. También para Jesús es la última parada, antes de ingresar a la capital, donde terminará su viaje y su vida, y tendrá pleno cumplimiento su éxodo, la pascua.
En Jericó “vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos”. Zaqueo es presentado con dos características que lo identifican: era “rico”, pertenecía a esa categoría para la cual Jesús había proclamado la bienaventuranza negativa: “Ay de ustedes, los ricos”, y había dicho: “Qué difícil que entren en el reino de los cielos los que tienen riquezas”; y no sólo era publicano, es decir cobrador de impuestos, explotando y humillando a su propia gente, sino que era “jefe de los publicanos”, más pecador que todos ellos. Para el mundo religioso, es un hombre impuro y perdido.
Pero tiene una inquietud: “Quería ver quién era Jesús”...
¿Curiosidad? ¿Búsqueda? ¿Percepción que el dinero no basta para dar sentido a la vida? Lucas no profundiza las motivaciones que mueven a Zaqueo. Sólo dice que tiene dos dificultades para satisfacer su deseo: la multitud hacía una barrera que le impedía ver a Jesús, y “era de baja estatura”. Éste puede ser un dato muy concreto, como puede ser también una indicación que para encontrar a Jesús no hay que ser dominado y aplastado, hecho “de baja estatura” por el peso de los bienes, ni hay que ser condicionado por los juicios y la opinión de la gente.
La solución que toma Zaqueo es muy original: “Se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo”. Y al llegar, “Jesús miró hacia arriba”. Las dos miradas se encuentran. Jesús mira a Zaqueo, al hombre “de baja estatura”, como Dios había mirado a María: “Ha mirado la pequeñez de su sierva”.
La invitación de Jesús:
“Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”, es desconcertante. Jesús va a “alojarse” en la casa de un pecador. Es la casa impura del publicano Zaqueo, y es su vida misma. La misión de Jesús, el motivo de su venida, “tengo que”, es “alojarse” en la casa de los pecadores, haciéndose impuro con los impuros, para devolverles alegría y esperanza: “Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría”.
Todo esto escandaliza a las personas piadosas y observantes de la ley: “Todos murmuraban, diciendo: Se ha ido a alojar en casa de un pecador”. Todas las acciones y las enseñanzas de Jesús escandalizan porque, contra la ley de la exclusión y de la condena, él propone la ley de la integración, de la misericordia y del perdón, una ley que cuestiona a la misma comunidad de Lucas y a los seguidores de Jesús de todos los tiempos.
Pero es ese encuentro que cambia a las personas...
“Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más”. Ahora, el señor del corazón de Zaqueo no es más el dinero, sino Jesús, y desde esta nueva experiencia Zaqueo, liberado de la atadura a las riquezas, descubre a los pobres, antes invisibles, los hace parte de su vida, y devuelve en abundancia a sus víctimas lo que les ha robado: “Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más”.“Hoy tengo que alojarme en tu casa”, “hoy ha llegado la salvación a esta casa”, “hoy se cumple esta Palabra de las Escrituras”, “hoy estarás conmigo en el paraíso”: es el “Hoy” de Jesús, el tiempo de gracia para el cambio de dirección de la vida, para recuperar la condición de hijo, “también este hombre es un hijo de Abraham”, y para que sea eficaz la misión de Jesús: “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. También a un perdido como Zaqueo.
Bernardino Zanella bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena gusosm@yahoo.es
COMENTARIOS DEL PASADO DOMINGO 27 de OCTUBRE
"TEN PIEDAD de MÍ"
¿Cuántas veces somos como los fariseos? Y nuestra soberbia es tan grande que no nos permite crecer a nosotros mismos, ni ver el crecimiento de los demás. El llamado es a hacernos pequeños, a darnos cuenta la poca cosa que somos. Lo "chiquititos" que somos al lado de Dios. Ver que cualquiera de nuestros hermanos es mejor que nosotros, que no somos imprescindibles; que nuestro trabajo en la comunidad es necesario, pero cualquiera lo puede hacer mejor aún. ¡El Señor es hermosamente misericordioso!
Raquel – Estados Unidos
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Si yo puedo decir que me identifico con el publicano, pero me pregunto: ¿cuantas veces con mis actitudes diarias frente a mi prójimo me transformo en una farisea? Por eso mismo, oro por mí y por aquellos que hacen de su vida como el fariseo, para que Dios Uno y Trino, con su infinita gracia y misericordia, me ayude, nos ayude, a transformarnos verdaderamente en servicio de amor para Cristo, a través de nuestro prójimo.
Lorena, Santiago – Chile
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La lógica de la sociedad actual es el poder, y a través de su ejecución se pisotean libertades y derechos, creándose falsos conceptos que permiten a los poderosos avasallar todo cuanto está a su paso para cumplir sus propósitos, y a los explotados asumir en silencio todo tipo de explotación, sólo para mantenerse en vida y tener un pedazo de pan para sobrevivir.
En el evangelio de Jesús, el resumen está en la sentencia: “Todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”; que nos permite interpretar las actitudes de quienes ocasionalmente se encuentran en direcciones, y en la mayoría de sus actitudes reflejan esa parte del fariseo que señala conocer la ley, respetarla y ser dueño de la verdad, y sin embargo son quienes condenaron y van a condenar al asesinato de Jesús. En este grupo se encuentran muchos sacerdotes y especialmente obispos de la iglesia católica que abusando de su poder temporal no son consecuentes con él, con el humillado, el explotado, más bien se inclinan a los poderosos, a los que quieren la guerra y el terror en el mundo, y no quieren un cambio radical, más bien son tan conservadores que les duele admitir que por justicia van a ser humillados.
Francisco, Potosí – Bolivia
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Esta parábola nos hace reflexionar acerca de nuestra vida y la disposición que tenemos frente a Dios Padre, la que debe ser tan humilde como lo fue Jesús. Nuestro ser pecador nos lleva muchas veces al orgullo, sentirnos importantes, soberbios, incluso sentirnos buenos, cuando en realidad somos pecadores innatos. Toda nuestra vida debe ser de búsqueda de la verdad que es Dios. No somos dignos de mirarlo a los ojos sino con humildad decirle: Señor perdónanos y ten misericordia de nosotros.
Creo que el pecado más grande del ser humano es el orgullo, el sentirnos superiores, pero se es así cuando tenemos a Dios alejado de nuestra vida cotidiana, no leemos su palabra, no cultivamos la oración dialogante con Él.
Sandra, Coyhaique – Chile
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El mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está dentro.
En su oración, el fariseo aparece centrado en sí mismo, en lo que hace. Sabe lo que no es: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco es como ese recaudador, pero no sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es, precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo...), sino por lo que deja de hacer (relacionarse bien con los demás).
El fariseo decimos que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que gana. Hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de describir al recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste su oración. Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía tanta seguridad. El error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios
Saberse pecador con mucha humildad y llegar a los pies de Jesús reconociéndolo, y no ver lo que los demás son.
Silvia, La Paz – Bolivia
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A Jesús no lo mataron los malos, como el publicano de la parábola. No. A Jesús lo asesinaron los “buenos”, los más respetados, los que no eran como los demás hombres. ¡Desconcertante! Así es la parábola de este domingo. Fuerte, tremenda. Jesús se atrevió a decir una parábola así y en un ambiente religioso, condena al “justo” y justifica al pecador, por ello lo mataron. Este es el verdadero escándalo del Evangelio. El justo es condenado porque, por observar las prescripciones de la ley, descuida el mandamiento del cual brotan: el amor a Dios y al prójimo.
Todos los personajes del Evangelio de Lucas pueden reducirse a estas dos figuras, que representan respectivamente la posibilidad y la imposibilidad de la salvación. Los dos malhechores crucificados con Él; los dos hijos del padre misericordioso; el publicano de la parábola, recuerda misteriosamente a Zaqueo: Jesús, el nuevo templo, levanta su mirada sobre el que no se atreve a levantar los ojos en el templo, y lo convierte en morada suya: “Hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 5).
Hay una frase de Jesús que sin duda refleja una convicción y una manera de actuar que sorprendieron y escandalizaron a sus contemporáneos: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos… Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Lc 5, 31-32). La misericordia de Dios, y Dios mismo, está de más para quienes viven seguros y satisfechos con su religión. ¿Para qué necesitan el perdón de Dios, los que en el fondo de sus ser, se sienten inocentes o “justos”? El orgullo y la soberbia son un tumor maligno que mata, y mientras está enquistado, quita la libertad y alegría de vivir, porque desprecia a los demás; envuelve en una oscuridad tan densa que es difícil ver la luz.
“El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera”. En realidad el fariseo no está ante Dios, sino ante el propio yo; es un monólogo, no un diálogo. Está en la soledad infernal del que hace del yo el propio principio y el propio fin. “Gracias” en la oración es reconocer que todo viene de Dios. Pero la oración del fariseo es de autocomplacencia; se apropia de los dones para alabarse a sí mismo en lugar de alabar al Padre y para despreciar a – “ese hijo tuyo” –, los hermanos, en lugar de amarlos. Delante del que dijo: “Yo soy”, goza de su: “yo-no-soy” como los otros. Su falta de humildad y soberbia será su humillación.
“Oh Dios, ten piedad de este pecador”. Mi miseria, ante la misericordia, los dos polos de la oración humilde.
Haz, Señor, que mi oración sea humilde y mi arrepentimiento este iluminado por el inmenso amor de tu misericordia.