"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

sábado, 26 de octubre de 2013

“TEN PIEDAD DE MI”.

Querid@ Amigo@:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 
“TEN PIEDAD DE MI”.

La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.

Abajo, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 

“LES HARÁ JUSTICIA"

Un abrazo... P. Bernardino


                            “TEN PIEDAD DE MI”.                        

Orar significa encontrarnos con la dimensión más profunda de nuestro ser, y ponernos frente a Dios en un diálogo íntimo que permita una plena apertura a él, para ser un reflejo de él en nuestra vida.
Pero es posible también encontrarnos sólo con nosotros mismos y nuestro vacío.
         

  Leemos en el evangelio de san Lucas 18, 9-14                 

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola:

Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.

PALABRA del SEÑOR



Una parábola dirigida ...
“a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”, pero también portadora de esperanza para todos los que no se animan “siquiera a levantar los ojos al cielo”.
Dos hombres suben al templo al mismo tiempo, y los dos tienen la intención de orar, pero son muy diferentes entre ellos, y bien diferente es su manera de orar.


Uno es fariseo, y representa a todos...
los que se consideran buenos, porque cumplen con todos los preceptos y las normas de la Ley. Es un hombre piadoso y recto. En su oración se encuentra con los demás, no para crear comunión, sino para separarse de ellos, denunciando lo que tal vez son realmente: “ladrones, injustos y adúlteros”, o publicanos. Él, en cambio, no sólo no tiene pecado, sino que hace el bien más allá de lo debido, aunque no destinado al prójimo: “Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Está en el templo, pero Dios mismo está de sobra, porque él no lo necesita: se salva por sus méritos. De alguna manera, se siente en derecho de cobrarle a Dios: Dios es su deudor. Se siente bien consigo mismo, complacido y satisfecho, feliz por su bondad, artífice de su santidad. Mira a los demás sólo para juzgarlos con desprecio, y agradece a Dios no por la bondad y misericordia de Dios, sino porque él es diferente y mejor de todos: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”.
El otro hombre que ora en el templo...
es un publicano, un cobrador de impuestos, una persona odiada por su pueblo porque está al servicio del imperio romano invasor y explota a su propia gente. Frente a Dios, tiene conciencia de su indignidad: “Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo”. No juzga a nadie, y no tiene nada de que gloriarse. Confiesa su pecado con un gesto no ritual: “Se golpeaba el pecho”, de donde sale toda maldad. En la oración se descubre a sí mismo, y su invocación se hace esencial: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Es la confianza total de un hombre que reconoce de no merecer nada, pero sabe que la misericordia gratuita de Dios es más grande que su pecado, y se entrega a Dios con extrema humildad. 


En la opinión común, el fariseo...
era el hombre respetado y perfecto. Su oración tenía que ser plenamente agradable a Dios, mientras que la oración del publicano, pecador sin esperanza de conversión, no podía ser aceptada. Jesús da un juicio totalmente imprevisible y distinto: “Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”. Es acogida la invocación del publicano, que desde el abismo de su indigencia y su miseria se reconoce necesitado de la compasión de Dios; y es rechazada la oración del fariseo, que se contempla a sí mismo y se cree autosuficiente.


En realidad, los dos orantes necesitan la misericordia...
de Dios, pero el publicano abre su corazón para recibirla, y el fariseo no la recibe porque ya está lleno de sí mismo.La sentencia final de Jesús, repetida por Lucas para su comunidad, aunque tal vez no pertenezca originalmente a esta parábola, la interpreta perfectamente: “Todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Es la lógica de Dios, que recorre todo el evangelio, desde el inicio, en las dos anunciaciones, a Zacarías y a María, y en el sublime canto de la Virgen: “Despliega la fuerza de su brazo, desbarata los planes de los soberbios; derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”.



Bernardino Zanella    bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena   gusosm@yahoo.es 

         

   COMENTARIOS DEL PASADO DOMINGO 20 de OCTUBRE     
             "LES HARÁ JUSTICIA"                                               

Queridos hermanos: les escribo para felicitarlos por este espacio de reflexión y crecimiento espiritual. Es maravilloso poder leer textos del Evangelio y tener los comentarios tan cercanos y humanos que te hacen más comprensible el texto mismo. Qué alegría me da tenerlos y disfrutar de las maravillas del Señor a través de este espacio de privilegio. Respecto de la lectura es fascinante como la pobre viuda se entrega completamente al juez con el propósito de que éste le haga justicia y cree plenamente que ello ocurrirá. El juez no de buenas ganas le hace justicia para que deje de incomodarlo. Nuestro Señor no actúa así, pero debemos acudir a él con la misma convicción que la viuda y seguro nos escuchará. Es difícil el camino porque somos duros de corazón y mente, pero es una realidad y lo más lindo que lo es para todos.

       Un abrazo fraterno para ambos.
                      Gonzalo Ramos Sch....  Santiago - Chile                         
                      Colegio Regina Pacis / OSM.


* * * 
Durante la historia de la humanidad han existido grandes diferencias entre los pocos que tienen más y los muchos que permanentemente han sido explotados. Estas diferencias en la actualidad aún son la imagen de todos los días: países poderosos que intervienen con guerras, sembrando la destrucción y muerte de ciudades enteras sin respeto de la justicia, con el solo objetivo de apoderarse de sus recursos naturales, como el petróleo, los minerales e incluso la fauna silvestre. 

En el mensaje de Jesús, donde se refiere a la aplicación de la justicia, es necesario precisar las diferencias entre la justicia humana que siempre ha tenido y tendrá su inclinación al que tiene mayor poder. En muchas reuniones, cuando se pregunta: ¿será Dios imparcial?, la respuesta es muy sencilla, Dios es parcial con el pobre, el huérfano, los niños, el enfermo y todos los desposeídos. Esto muestra cuán importante es el valor de la justicia para todo cristiano. 

La sociedad que tiene una tendencia muy marcada hacia la mercantilización, ha fijado patrones que hacen que jueces, policías y funcionarios corruptos favorezcan a quien pueda ofrecerles algún incentivo, hecho que no puede hacer alguien sin recursos, como un niño, una anciana o enfermos sin ningún recurso. 


      Francisco, Potosí – Bolivia                                          


* * * 

Me ha llamado la atención, en el comentario al evangelio, la frase: “La oración cambia el corazón del orante”. Y volvió a mi mente una reflexión que a menudo padre Giovanni Vannucci hacía: “Si hay tanto mal en el mundo, examinemos nuestro corazón”. La corresponsabilidad, en el bien y en el mal, de parte de cada uno de nosotros, me ha hecho pensar siempre mucho. 

Examinaré mi corazón. Quisiera dilatarlo en una visión positiva de la vida, para trasmitir luego en abundancia buenas energías, sobre todo en los lugares de sufrimiento. Y contribuir, así, al crecimiento del bien. Quisiera también llegar a ser una persona inmersa completamente en la oración, como el famoso peregrino ruso, que modulaba su respiración con su imploración a Dios. 

Estos son propósitos, deseos. Quiero comenzar ya a darles vida. 



     Elena, Bergamo – Italia                                              




* * * 



Orar, ahondar, ir a mi refugio, mi templo y encontrar ahí la conexión con lo divino que termina siempre mostrándome la arrogancia de cuando yo oraba engreídamente, creyendo que podía intentar saber "científicamente" el mundo y hasta el universo entero desde las doctrinas teístas o ateas, dependiendo del estado de mi conciencia, mi edad, mi situación cultural, social, educativa. Orar es una experiencia que nadie te puede enseñar, sólo puedes intentarla. Para mí, orar no es pedir, sino que es agradecer y sobre todo seguir caminando la humildad del que no sabe por más que crea haber sabido... Y me olvido rápido, por eso (y esto sí es una cuestión de voluntad) me llevo al lugar de la oración una y otra vez observando un pequeño espacio espiritual, muchas veces disputado por la vieja mente analista, juzgadora, arrogante. ¡Aún mientras oro ella está ahí! La justicia de Dios es, para mí, aceptar tanto rezo contaminado gracias a la infinita paciencia y misericordia, como el padre que comprende que sus hijos lo están intentando, y a su vez no interfiere nunca con el libre albedrío de quien lo está intentando, pues sino, no sería crecimiento, no sería evolución. Orar es el espacio de lo divino que cada uno tiene en su corazón y aún aquella oración banal o mezquina o mentirosa tiene la semilla para florecer, si confiamos; pero lo único que yo siento pedir hoy es: volver a la inocencia de la fe. 


     Isabel, City Bell - Argentina.                                         




* * * 



Este tema del evangelio da como para pensar en qué modo o de qué manera realizo mi oración. Si en ella existe una verdadera fe, esa fe que no es sólo eso de esperar aquello que deseo o necesito, sino ésa que está imbuida en una profunda confianza de que Dios Padre por sobre todo quiere mi bien; si bien a nuestro alrededor existe tanta adversidad al mensaje de Cristo. Vemos a diario que la injusticia social no se frena, que siguen tantos sin nada, tanta incoherencia incluso de quienes nos decimos seguidores de Él. Y aquí coincido completamente con la reflexión de que será todo mejor no porque Dios cambie, Él ya es; somos nosotros, yo, la que debo ser distinta o mejor dicho asemejarme más a su persona, y así se logrará la tan deseada justicia social. 

Por otro lado, la pregunta de Jesús me da de pensar también que nos creemos muy seguros de todo cuanto hemos avanzado en tecnología, medicina, etc., que hasta ya no rezamos y nuestra fe se esconde, porque damos por hecho todo, y que se nos da simplemente, y dejamos de lado la Providencia de Dios. Nos creemos demasiado seguros y la fe en Dios se reduce a casi nada. 

En el parque, me sorprende la cantidad de personas que andan con sus perros, parejas que en vez de pasear a sus hijos, cada uno va con su perro. En todo este tiempo he visto a un solo papá paseando en coche a su hijo, sin su mamá. El otro día me llamó la atención de cómo esperan a sus perros si deciden olfatear o detenerse, y me decía: si fuese un niño le diríamos: camina, o apúrate, pero al perro le esperaban con una tranquilidad… Creo que hemos invertido mucho o demasiado los roles y que siempre buscamos lo más cómodo, fácil y manejable. Por eso creo que la fe la vamos dejando, ya que el proclamar la fe en Dios me compromete aún más en su proyecto, en sus criterios, y es más fácil confiar en que el hombre con su ciencia lo hace bien, que tenemos medios de comunicación excelentes, que podemos viajar o realizar cuánto queramos, que no tenemos necesidad de pedir nada y que podemos vivir nuestro mundo individual tranquilamente, sin importarnos el otro. Decimos ser justos y eso nos tranquiliza, pero nuestro alrededor clama por nuestro cambio. 

Debo seguir orado, para ver si algo cambio, y pueda el Señor encontrar fe en mí. 


     Hilda, Roma - Italia.                                                         

* * * 

Me gusta mucho "Tu Palabra" de este domingo. Yo soy una de las personas que se preguntan reiteradamente si tenga sentido orar, porque no se cambia nada en este "valle de lágrimas", en este mundo lleno de guerras, destrucción de la tierra, sufrimiento de tanta gente, pobreza, enfermedades, hambre, perdida de sus terrenos, y no sé cuantas otras penas. Oramos y oramos, pero nada cambia, o cambia sólo en peor todavía. ¿Para qué orar, si no hay nadie que nos escucha? 

Orar para ser perseverantes, para nunca olvidarnos de las necesidades de tanta gente en este mundo, para mantener la energía en la lucha contra la multitud de cosas que andan pésimo, sin olvidarse de algunos proyectos que dan esperanza, orar no para "molestar" a Dios, para que Él finalmente cumpla nuestros deseos, sino para aumentar nuestra sensibilidad frente a todos los problemas que nos rodean. Si se ve el valor, la importancia de la oración en eso, da mucho más sentido. 


      Catherine, Basel – Suiza                                         

 * * *


Una cosa es orar y otra decir oraciones: “¿Por qué me llaman: ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?” (Lc 6, 46). La oración es hacer lo que Él dice. La oración a Jesús no le llevó a la cumbre del poder humano, sino a la cruz y murió confiando: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Orar es hacer la voluntad del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia. La oración no tiene como fin cambiar a Dios con respecto a nosotros, sino cambiar a nosotros con respecto a Él; para que pasemos del deseo interesado de sus dones, que no vienen, al deseo puro de Él que quiere venir: “Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap 3, 20). 



La parábola de este domingo es breve y se entiende bien. Sólo dos personajes: un juez que “no teme a Dios ni le importan las personas”; diríamos hoy, “sin dios ni ley”. Máscara satánica y antítesis de Dios, cuya justicia consiste precisamente en escuchar a los pobres y desvalidos. La viuda, una mujer sola, privada de su esposo. Imagen de la comunidad de Lucas, a la cual se le ha quitado su esposo y no sabe cuándo volverá; vive con el peligro de caer en el desaliento y la desesperanza. 

La parábola nos interpela a todos los que creemos. ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses sin que nos importen mucho las injusticias? La oración continua y perseverante es para llevarnos a olvidarnos de nosotros y seguir a Jesús buscando un mundo más justo para todos. La mujer viuda es ejemplo de lucha por la justicia: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario”. Es el mismo grito de los pobres de hoy, de África, de América, de todos los marginados: ¡Hazme justicia! ¿Por cuánto tiempo se les negará justicia? Es injusto que las multinacionales se apropien de la tierra, de las aguas, de los recursos de los pueblos; ellos son hoy los jueces de la parábola, que no temen a Dios ni les importa la gente, cínicos y crueles. 

“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Perseverancia y coraje para reclamar justicia, y confianza absoluta en que Dios hará justicia. Jesús, el Señor, colgado en la cruz no pidió vengarse de sus enemigos; con su último aliento gritó su confianza en el Padre. Dios le resucitó. Por ello, la parábola enseña: si un juez malo atiende lo que pide la viuda, “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc 11, 13). 




     Joel, Puerto Aysén – Chile                                         







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