"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

miércoles, 9 de octubre de 2013

“LEVÁNTATE Y VETE”.

Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“LEVÁNTATE Y VETE”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“SI TU HERMANO PECA”.
Un abrazo... P. Bernardino

                              "LEVÁNTATE y VETE"                        


La posibilidad de cambios produce en algunas personas una sensación de miedo e inseguridad, que causa oposición y resistencia, sobre todo si no se trata sólo de pequeñas modificaciones externas, sino de cambios profundos a nivel de la conciencia, de la fe en Dios y de la solidaridad humana.
         
   Leemos en el evangelio de san Lucas 17, 11-19                                         



Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados.Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.

                                  PALABRA del SEÑOR




Para realizar su viaje a Jerusalén...
donde concluirá su misión y será asesinado, Jesús ha tenido que salir de Galilea y atravesar la región de Samaría. El evangelista Lucas lo nota, sin fijarse mucho en el rigor geográfico, más preocupado por el mensaje. Este largo viaje representa toda la vida de Jesús, una liberación anunciada con palabras y hechos; y representa también el camino que debe realizar el discípulo siguiendo a Jesús en la construcción del Reino de Dios.



En el recorrido, Jesús entra “en un poblado”...

que en seguida nos hace recordar a otro poblado, cuyo habitantes no quisieron acoger a Jesús, despertando la ira y la reacción de los hermanos Santiago y Juan, que querían quemar el pueblo. El poblado es el lugar socialmente estático, religiosamente tradicionalista y conservador, reacio a la apertura y a los cambios, símbolo también de la mentalidad cerrada de los discípulos. Jesús entra en el poblado para abrirlo y ofrecer un nuevo horizonte.



En ese marco, Jesús tiene un encuentro...

sorprendente: “Le salieron al encuentro diez leprosos”. Sorprende que haya leprosos en un poblado, porque la persona leprosa era marginada, tenía que quedar lejos de la convivencia humana, como exigía el Levítico: “En cuanto al leproso, estará con los vestidos rasgados y la cabeza despeinada. Se cubrirá hasta la nariz y griterá: '¡Impuro! ¡Impuro!'. Todo el tiempo que dure la lepra quedará impuro. Siendo impuro, habitará solo, y su morada estará fuera del campamento” (13, 45-46). Los diez leprosos se detienen “a distancia”, e invocan: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Es la invocación de los discípulos, que caminan fisicamente con Jesús, pero su corazón está detenido lejos de él por su atadura a la Ley, sus sueños de poder y sus expectativas mesiánicas nacionalistas.



Jesús cumple con la ley y envía a los leprosos...

“a presentarse a los sacerdotes”, los oficiales encargados de reconocer la sanación y reintegrar en la comunidad a la persona liberada de la lepra. Y los diez, “en el camino quedaron purificados”. Tienen que salir del poblado y ponerse en camino para encontrar la liberación, que es ofrecida a todos, pero sólo “uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias”. Sólo “un samaritano” es capaz de regresar y dar su adhesión a Jesús reconociéndolo como la manifestación de la misericordia de Dios, que lo libera inmerecidamente de su lepra y su marginación. En este samaritano que vuelve, está el recuerdo de la comunidad samaritana que había acogido el evangelio. Desde los samaritanos, ese pueblo excluido, considerado heterodoxo e infiel, nace la fe.Jesús no esconde su tristeza por los otros nueve: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?”. Están perdidos en el templo, buscando a los sacerdotes. No se han liberado del yugo de la Ley y de una falsa concepción de Dios. “¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Sólo este extranjero  que ha sido capaz de gratitud, puede oír la invitación más alentadora: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”. Puede levantarse y, libre ya de toda lepra, ponerse en camino para vivir y anunciar la buena noticia del Reino, como la samaritana que había encontrado a Jesús en el pozo de Sicar. La verdadera sanación es la apertura a la fe, un corazón agradecido que hace posible el seguimiento de Jesús y el compromiso por el Reino.

           



Bernardino Zanella    bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena   gusosm@yahoo.es 



    LECTIO DOMINICAL 06 de OCTUBRE                  
         “SI TU HERMANO PECA”                                      


Si el Perdón fuera fácil, todos perdonaríamos, pero en la realidad de nuestras vidas y sociedades no es así. Sin embargo estamos constantemente pidiendo el perdón al Señor, y el siempre nos perdona. Por eso hay que perdonar a nuestros hermanos que nos ofenden, como dice el “Padre nuestro”. Es un proceso, pero hay llevarlo a cabo, porque a través del perdonar vamos a llegar al servicio en nuestras comunidades. 

        Fernando, Oruro – Bolivia                             

* * * 
Si nuestros hermanos, o sea nosotros, pecamos, o sea nos equivocamos, en común–unión podríamos ayudarnos a volver a levantarnos, pero lo real es que no somos tan hermanos, ni de sangre, ni de espíritu, ni de conciencia. Antes de que mueran nuestros padres muchos ya están sacando cuentas de lo que les toca en herencia; antes de que un amigo, pariente o conocido se dé cuenta de que se ha equivocado ya estamos manipulando qué ventajas puede traernos para mi propio progreso...; la base de nuestras relaciones sin amor es la competencia para obtener lo que sea que estamos deseando como "el bien preciado": más cosas, más dinero, más poder, más sexo, más fama, etc. 

Y como no somos tan hermanos, tampoco podemos ser tan engreídos de sentirnos capaces de hacer ver esto como si no nos tocara, como si estuviéramos "purificados" o "salvados". Entonces tenemos que implorar por la luz que nos permita aumentar nuestra fe, nuestra capacidad de ver todo lo oculto detrás de nuestras propias mentiras. ¿O acaso todo el mal, guerras, ataques, explotación, asesinatos, alguna vez se hicieron invocando abiertamente el mal? No, políticos y todo tipo de depredadores siempre usan el discurso del "bien" en sus más atroces acciones... Y nosotros en nuestro cotidiano no estamos exentos. Entonces, humildemente digo: Jesús, permíteme ver el mal en mí, perdonarme y perdona el mal en mi hermano, permíteme ver en el otro a mi hermano y en todos nosotros a tus hijos. 

        Isabel, City Bell – Argentina.                         

* * * 
Considero que el tema está directamente relacionado con el perdón y el amor; estos no directamente relacionados a un sentimiento, sino a un comportamiento. Es muy difícil sentir un amor sentimental por alguien que probablemente te haya hecho daño o por ejemplo por un asesino. 
Sin embargo, si optamos por una actitud positiva, sin llenarnos de ira, enojo o un mal sentimiento, y talvez entendiendo la actitud del hermano o del prójimo, entonces indefectiblemente vendrá el perdón sin ataduras, es decir de forma libre y natural y no forzada. El autor James Hunter, realiza un puntualización interesante sobre las características del amor ágape, en su libro "La Paradoja": éstos son, la paciencia, la afabilidad, el respeto, la generosidad, la indulgencia, la honradez y el compromiso. 

         Octavio, Oruro – Bolivia.                               

* * * 

Si tuviese fe... criticaría menos y vería así como yo puedo mejorar. También los otros lo pueden hacer, pero no!, mi fe es poca, no logro creer que sí es posible la conversión, no logro creer que el otro puede ser distinto y que las situaciones de la vida mejorarán en la medida que voy procurando cambiar. 
Y luego cuando algo sale bien, ¿qué hago? "Vanagloriarme" y creer que he hecho mucho, que me ha salido perfecto y no soy consciente de que es Él quien lo hace todo y yo soy una simple sierva inútil que no he hecho más que hacer lo que tenía que hacer. Esta Palabra me hace bajar a mi humana y egoísta realidad, pero a la vez me anima a pedir al Señor que aumente mi fe, y sé que Él no la guarda celosamente sino que la distribuye generosamente, esperando encontrar corazones abiertos que la acojan. Espero que el mío se abra cada día más. 

        Hilda, Roma – Italia.                                       

* * * 

Reflexionando sobre la primera parte de este evangelio, me pregunto qué diferencia hay entre perdonar y olvidar. Tal vez yo soy llevada a perdonar las ofensas recibidas porque condicionada por una educación fundada sobre el sentido de culpa, que me lleva a tener que perdonar para sentirme tranquila. 
Pero, lo que no logro hacer es olvidar, y esto genera en mi resentimiento y opaca mi corazón. Hoy pido a Dios que me ayude a ser más transparente y trabajar la tierra de mi corazón para que el perdón, dado de una manera completa, borre toda huella de resentimiento y me lleve a una verdadera reconciliación. 

             Elena, Bergamo – Italia.                              

* * * 

La fe no es un bloque de contenidos inamovible; no es un “adiestramiento” en un modo de vida; como las células de nuestro cuerpo que se renuevan día a día, también la fe debe renovarse continuamente para que esté viva. Nunca uno puede estar seguro de adónde esa fe te puede llevar. A Jesús le llevó a la cruz, Dios lo resucitó. 
“A sus discípulos les dijo: si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente perdónalo”. Cuando los discípulos, un poco antes, piden a Jesús: “Señor, enséñanos a orar… Y él les dijo: Cuando oren digan ‘Padre’ (sólo el hijo que regresa dice: padre)… y perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende…” (Lc 11, 1-4). El evangelio es una invitación a confiar en el Padre, en su perdón, comprensión y amistad. Confiar–creer–, servir y perdonar–amar es algo vital en la vida humana. “No se inquieten. Crean –confíen– en Dios y crean también en mí” (Jn 14, 1). Para no vivir a medias como esclavos; para no contentarnos con “ir arrastrando la vida” o “borrados” por el alcohol y las drogas; para no ser un vividor que sólo “banquetea” y lo pasa “chancho” sin compasión, bondad ni fraternidad. 

“Auméntanos la fe”. ¿Para qué sirve creer? Quienes creemos tenemos los mismos desafíos, dolores y alegrías que todo el mundo. La fe no dispensa a nadie de las preocupaciones y dificultades de cada día. Sin embargo, el que cree y confía en Dios acoge la vida, cada mañana, como un regalo de Dios. La vida no es una casualidad, tampoco es una pasión inútil; tener fe–confianza en Dios Padre, es sentir la alegría de saberse perdonado y renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más humana. Creer es contar con una nueva luz frente al mal, que escandaliza. La fe no es “opio–droga” o tranquilizante ante las desgracias. La fe no libera del dolor o sufrimiento, pero es capaz de darle un sentido nuevo y diferente. “No se inquieten ni tengan miedo” (Jn 14, 27). Así puedo vivir sin auto–destruirme, caer en depresión o desesperación. Si creo no ahogaré en mí la sed de vida hasta el infinito; si creo defenderé mi libertad y no terminaré esclavo de cualquier ídolo; si creo no perderé la esperanza en el ser humano. 

En fin, sabemos que en lo más íntimo de nuestro ser somos distintos a como nos interpretamos nosotros mismos. Tenemos sed ardiente de decir con fe a Dios: ¡Padre! ¡Abba!, de ser más humanos amando y sirviendo. Por ello, pedimos: venga tu Reino; perdonamos, porque eternamente somos perdonados. Agradecemos, porque se nos invita a ser, lo que en verdad somos: hijos y humanos como Jesús. 


          Joel, Puerto Aysén – Chile.                          







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