"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

viernes, 14 de marzo de 2014

“HIJO MUY QUERIDO”.


Querido/a Amigo/a:

Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: 

“HIJO MUY QUERIDO”.

La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.

Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado: 
“¡Retírate, Satanás!”.

Un abrazo... P. Bernardino.

                     “HIJO MUY QUERIDO”.                    

Para algunos existe sólo la vida física. Termina con la muerte, que concluye toda experiencia humana. Para otros hay otra dimensión de vida, en el espíritu, que se desarrolla durante toda la vida terrenal, va más allá de la muerte y es para siempre.

   Leemos en el evangelio de san Mateo 17, 1-9                                          

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Éste es mi hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

PALABRA del SEÑOR


La transfiguración de Jesús...
su cambio de figura, tiene lugar después que él había anunciado explícitamente su destino: “Debía ir a Jerusalén, padecer mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar”. Los discípulos no entienden el sentido del “resucitar”, pero les queda claro el anuncio de la pasión y de la muerte, y no pueden aceptarlo, no sólo por el cariño que le tienen a Jesús, sino porque están convencido que con la muerte se termina todo, se vienen abajo todos sus proyectos y esperanzas de compartir el poder con un Jesús gloriosamente instalado en el trono de David. No quieren entender que el proyecto de Jesús no es el poder, sino el servicio, hasta entregar su propia vida.

Pedro en nombre de todos toma la iniciativa de manifestar abiertamente el rechazo a la muerte de Jesús, y se pone delante de él para obstaculizar su camino a Jerusalén. Él quiere guiar a Jesús. Jesús reacciona duramente y lo llama Satanás, invitándolo a ponerse detrás de él, como discípulo que camina detrás del maestro, y no como un obstáculo que hace tropezar e impide avanzar.


Jesús explica que su destino será también...
el destino de los discípulos: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. Y a los tres discípulos que mayormente sueñan con el poder, Pedro, Santiago y Juan, los lleva “aparte a un monte elevado”, para completar la enseñanza con una visión: “Se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz”. La transfiguración de Jesús quiere decir que la muerte anunciada no será el fracaso extremo, el fin de todo. En la parábola de la cizaña que crece junto al buen trigo, Jesús había concluido, refiriéndose a la cosecha final: los ángeles recogerán “todos los escándalos y los malhechores, los echarán al horno de fuego”, mientras que “en el Reino de su Padre, los justos brillarán como el sol”. Jesús es el justo que ofrece su vida, su rostro es “como el sol”, sus vestiduras “blancas como la luz”. La muerte por amor apagará las expectativas de un Mesías poderoso y nacionalista, pero no apagará la vida, sino que la transformará para alcanzar la forma más plena y luminosa en el Reino de Dios.

“De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús”: son los grandes antepasados del pueblo, representantes de la primera Alianza, que miran ahora a Jesús como al cumplimiento de todas las promesas. Pero los discípulos siguen no entendiendo la novedad de Jesús. De nuevo Pedro interviene: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Ubica la misión de Jesús en el horizonte de la primera Alianza, recordando la grande fiesta de los tabernáculos, que los israelitas celebraban con mucha alegría, viviendo por siete días en tiendas de ramaje, en agradecimiento a Dios por la abundancia de la cosecha y por el don de la Ley.

La voz del Padre, que ya se había oído...
en el bautismo de Jesús, interrumpe los discursos delirantes de Pedro y declara que Jesús es la verdadera manifestación de Dios, “el hijo muy querido”, que reproduce las características del Padre. Repitiendo las mismas palabras con que el profeta Isaías había anunciado el destino doloroso del Siervo sufriente, el Padre exhorta a escuchar a Jesús como su legítimo mensajero, indicando en su misma experiencia de pasión y muerte el camino de la vida plena y definitiva: “¡Escúchenlo!”. El Padre se comunica a través de él y se complace en su fidelidad: el proyecto de Jesús es el proyecto del Padre.

A los tres discípulos, que oyendo la voz del Padre se habían caído “con el rostro en tierra, llenos de temor”, Jesús se les acerca y los toca, diciéndoles: “Levántense, no tengan miedo”. Son los gestos muy significativos con que Jesús sanaba a los enfermos. Ahora son los discípulos los enfermos que hay que sanar, no sólo del miedo, sino de sus pensamientos, todavía tan lejanos de los pensamientos de Jesús.Los discípulos, “cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo”: han desaparecido Moisés y Elías. Sólo a Jesús tendrán que seguir, aunque vaya caminando hacia otra transfiguración, de la pasión y de la muerte, como paso hacia la luz que no tiene ocaso.


Bernardino Zanella...  bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena...  gusosm@yahoo.es


LECTIO DOMINGO 16 marzo 2014

¡Retírate, Satanás! 



Jesús acaba de ser bautizado en el Jordán, donde ha escuchado la voz del Padre: “Éste es mi Hijo amado, mi predilecto”. La Palabra ha quedado en su memoria, en su corazón, en todo su ser (cf Dt 6, 4-9). He aquí, la clave de toda su vida y del pasaje que a continuación leemos. 

“Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo…”. Rehace y renueva el camino del pueblo de Israel. Esta experiencia, a mi juicio, se refleja en la parábola del sembrador: “Si uno escucha la palabra del reino y no la entiende – es decir, no la graba en la memoria, la ata a la mano, la escribe en la puerta de la casa – viene el maligno y le arrebata lo sembrado” (Mt 13, 19-23). Entonces la Roca que mantiene a Jesús en la obediencia al Padre, en la lucha contra el maligno, es la Palabra escuchada; a ella se remite una y otra vez hasta que vence. 

Hay tres tentaciones, que se dramatizan en el texto, se dan en tres lugares distintos: el desierto, el pináculo del templo y una alta montaña. Es una especie de subida, distinta, ciertamente, a la que hará Jesús en su subida a Jerusalén, hasta la cruz. Refleja, este recorrido geográfico, el descaro o la fuerza maligna de las tentaciones. 

La primera es a ras del suelo: se trata de comer, es decir, que lo biológico sea el único fin, lo apetecible, lo carnal, es también un apartarse de Dios y de los hermanos: “construiré grandes graneros”. La respuesta de Jesús: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. 

La segunda tentación, en la parte más alta del templo, en la ciudad santa. Se trata de comprobar si la promesa de Dios “funciona”. El hecho de que sea en el templo es significativo. La respuesta de Jesús: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Escuchar la Palabra significa confiar en Dios más allá de toda posibilidad, como Jesús en la cruz. 

La tercera tentación, en la cima de una alta montaña, es la más brutal e intensa: apartarse de Dios y aceptar al Diablo, con toda su maldad de violencia y muerte. Cambiar la gloria de Dios incorruptible, por la idolatría que corrompe (cf Rom 1, 22-25) La respuesta: “¡Retírate, Satanás! Que está escrito: Al Señor, tu Dios, adoraras, a él solo darás culto”. Jesús aparta a aquél, que con astucia malévola, buscó apartarlo de Dios. El pasaje concluye con la victoria de Jesús, es ya anuncio de la resurrección. 



   Joel, Puerto Aysén – Chile                                                                        

* * * 

Este año, por primera vez, releyendo las tentaciones de Jesús en el desierto, he sentido con fuerza que son testaciones especialmente masculinas. Por otra parte Jesús era un hombre, y los evangelios han sido escritos por hombres. Yo creo que las mujeres están sujetas a tentaciones del todo diferentes, más sutiles tal vez, pero no por esto menos insidiosas que las que han puesto a prueba a Jesús. Estoy reflexionando sobre esto. 
  Elena, Bérgamo – Italia                                                                              

* * * 

Este tiempo me ayuda a mirar, digamos, la parte oscura de mi ser, todo aquello que se opone al plan de Dios en mí y que al confrontarme con las actitudes de Cristo se hace aún más notorio. Esto me ocurrió hoy. El padre habló, en parte, de la respuesta que da Jesús a la primera tentación: “Vivir de cada Palabra que sale de la boca de Dios”; ayudándonos a comprender cómo Jesús no posee nada, no se apropia de nada y que por él mismo no puede hacer nada; también yo no poseo nada, pero caigo en la tentación de creerme protagonista y ¡cómo me gusta serlo! Si recibo aplausos, lindas palabras y regalos, ¿qué hay de malo, si se ve que lo hago regio? ¡Qué seductora tentación!, que me aleja del centro de Dios, me hace olvidar que todo es gracia, don gratuito, para darlo gratuitamente en servicio generoso, correspondiendo con amor a la voluntad de Dios Padre. 

Cuando compartía con mis hermanas la Palabra, veía también que dentro de mí están las seducciones del demonio y el amor de Cristo, siempre en lucha, y que yo paso a ser más demonio frente a Cristo cuando le empiezo a cuestionar y recriminar: pero si tú eres Dios, ¿por qué no cambias a esa persona o esa situación, o por qué no se cura esa persona que quiero tanto? Si tú me dieses la autoridad podría hacer mucho más… 

Agradezco a Cristo de que ha superado las tentaciones. Me anima a creer que también yo puedo hacerlo, y de que Dios se preocupa de que lo pueda realizar. Sólo espera que lo acoja con humildad. Esperemos lo pueda hacer. 
  Hilda, Roma – Italia                                                                                      


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