Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo: “Si conocieras el don de Dios”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“Hijo muy querido”.
“Hijo muy querido”.
Un abrazo.... P. Bernardino
"SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS"
A pesar de las grandes transformaciones recientes, la cultura de nuestra sociedad sigue siendo muy machista. Jesús elimina toda discriminación.
Leemos en el evangelio de san Juan 4, 5-15. 19-26. 39-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo.Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor – le dijo ella –, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor – le dijo la mujer –, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”.
Después agregó: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando Él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
PALABRA del SEÑOR
En este texto del evangelio de san Juan...
no se trata sólo del encuentro de Jesús con una mujer de Samaría. La mujer representa a todo el pueblo samaritano, con su historia antigua y su apertura al evangelio.
Samaría era una región en que la fe de Israel se había mezclado con otras creencias, porque ya siete siglos antes de Cristo, la capital había caído en manos de los Asirios, que habían deportado a buena parte de la población de la región, sustituyéndola con colonos extranjeros. Ellos llegaron con sus propios dioses, agregando luego también el culto al Dios de Israel. Por eso no había paz entre la región de Samaría y la región de Judea, donde estaban el templo de Jerusalén y todos los guardianes de la religión pura: sumos sacerdotes, escribas y fariseos.
Jesús en su predicación itinerante llega a la ciudad de Samaría. Busca a ese pueblo que ya no recuerda su alianza con Dios. En el lenguaje de los profetas, la relación entre Dios y su pueblo, sellada con la alianza, un pacto entre las partes, era presentada como una relación conyugal. Ahora Samaría es la esposa infiel, que ha olvidado a Dios, su esposo. Jesús quiere ofrecerle una nueva alianza, abriéndole las puertas del evangelio.
Una mujer samaritana, símbolo de ese pueblo, llega al pozo para buscar agua, el agua de su antigua tradición religiosa. Jesús, hombre necesitado como todos, fatigado de su incesante camino evangelizador, le pide un pequeño gesto de bondad: “Dame de beber”. La simple solidaridad entre dos personas es obstaculizada por la antigua enemistad entre los pueblos a que pertenecen: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Pero Jesús supera los prejuicios y rompe las barreras de separación a motivo de la raza, la religión, el sexo, y ofrece gratuitamente un don mucho más grande que el agua de la Ley, el agua del pozo de Jacob, incapaz de aplacar la profunda sed humana. Dona un agua viva, un manantial que puede satisfacer definitivamente su sed de Dios: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. Él es el don de Dios, el manantial del que mana la vida para todos y para siempre: “El que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed”. El Espíritu que él comunica será la fuerza interior que llevará a la persona a su plena madurez y fecundidad: “El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
La mujer pide de esa agua a Jesús...
y lo reconoce como profeta. Le pregunta cómo volver a Dios, en qué templo buscarlo. Jesús le revela que ya no es más el tiempo de adorar a Dios en los templos. El verdadero templo de Dios es Jesús mismo, que hace posible la comunión con Dios, mediante el don del Espíritu. Por eso, la humanidad podrá llamar a Dios con el nombre de Padre, y establecerá con él una relación filial: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. El hombre dará culto al Padre con su vida, con su amor fiel, colaborando en su actividad creadora a favor de todos.
En este contexto de revelación, esa mujer, excluida porque mujer y porque perteneciente a un pueblo despreciado y rechazado, recibe una declaración única, que no se repite más en todo el evangelio. Cuando ella manifiesta su esperanza en la venida del Mesías, Jesús le responde: “Soy yo, el que habla contigo”.El profeta Oseas había anunciado la voluntad de Dios de restablecer la alianza con su pueblo: “Yo te haré mi esposa para siempre y me casaré contigo en justicia y derecho, en cariño y ternura. Y te haré mi esposa en fidelidad y conocerás al Señor” (2, 21-22). En Jesús se realiza la alianza nueva, definitiva y universal, sin ningún excluido y sin prejuicios raciales o religiosos, como lo manifiesta este intensísimo diálogo con la mujer samaritana.
Bernardino Zanella... bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena... gusosm@yahoo.es
LECTIO DOMINGO 23 de marzo
"HIJO muy QUERIDO"
Isabel, Londres, Catamarca – Argentina
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La transfiguración es un cambio y la propuesta del evangelio tiene el propósito de introducir una opción de cambio profunda en nuestra permanente lógica de estatismo. Esto implica ver más allá de una posición simplemente religiosa, como quedarnos en las sacristías con olor a incienso y flores, o solamente desde un punto de vista político con propuestas de poder personal o de grupo.
Este evangelio nos permite avanzar más allá de una simple reflexión: "podemos construir tres carpas, para Jesús, Moisés y Elías" y quedarnos sentados adorándoles toda la vida, sin importarnos lo que ocurre afuera, en el pueblo, con el marginado, el pobre, el niño, la mujer y el anciano, y tal como dice el papa Francisco, "oliendo a oveja", porque allá está la cercanía de la construcción de un reino con justicia, solidaridad y principalmente vida.
En Oruro, Bolivia, en los días previos a la cuaresma, la adoración al dios dinero se ha hecho tan patente. No ha importado bailar sobre la desgracia humana, pero bajo la falsa lógica de que es por devoción a la mamita del Socavón. Parece que los católicos muchas veces perdemos el rumbo de nuestra fe, cuando entre medio el dinero nos absorbe a la posibilidad de tener más fortaleza y poder, que el mensaje de vida que nos da Jesús.
Francisco, Potosí – Bolivia
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La Palabra de Vida hecha carne, tocándonos nos despierta y nos devuelve a la realidad. Mientras soñamos, vemos a los demás y al mundo como nos vemos a nosotros mismos: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. ¡Qué importan los demás! La fantasía y las ilusiones, vienen del ego y ocultan la realidad. Por ello, el mensaje de la transfiguración es: “Éste es mi Hijo muy querido… Escúchenlo”. Escucharlo a Él, nos saca de nuestras falsas ilusiones y temores que nos impiden seguirlo hasta la cruz, siendo siempre don, bendición y vida para los demás.
En cierta forma la transfiguración es como la zarza que arde sin consumirse y mueve a Moisés para iniciar el camino de Dios que libera al pueblo (cf Ex 3); o Elías que en el monte Horeb, debe volver por el mismo camino hacia el pueblo (cf 1Re 19, 11-15). Ahora serán los discípulos que siguiendo a Jesús, el Hijo amado, deberán liberar al pueblo de toda esclavitud, con el poder del Espíritu y el signo de la cruz, expresión máxima del amor del Padre y del Hijo.
“Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Éste es el centro de la transfiguración, donde la visión se une a la escucha de la Palabra; advirtamos que es la misma palabra escuchada en el bautismo. Lo nuevo, del mensaje es: “Escúchenlo”, a él, Palabra definitiva. En la escucha de Jesús, oyente perfecto del Padre, llegamos a ser como Él: don total. Esto es lo que se nos muestra en la transfiguración, Jesús es divino puesto que, al igual que Dios Padre, es vida entregada, don absoluto, para darnos vida y vida plena (cf Jn 10, 10) Es lo que se expresa con radicalidad en la cruz, el otro monte de la transfiguración. No es sólo la visión de lo divino lo que atemoriza a los discípulos; como a ellos nos espanta, nos llena de miedo el ser grano de trigo que cae a tierra y muere para hacerse pan partido y comido (cf Jn 12, 24) Después de la cruz, los discípulos no sólo guardan silencio, por temor se encierran y ni las apariciones del crucificado les sacan de ahí, sólo el Espíritu les abre la mente y destranca las puertas.
La renuncia a uno mismo es el camino que conduce a la realización plenamente humana. Esta renuncia, no puede hacerse para alcanzar gloria o premio divino, por ello es don absoluto, como el amor. “Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor de nada me sirve” (1Cor 13, 3); El amor, solo él, hace al hombre olvidarse de sí mismo; de tal manera que, por el amor, alcanzamos lo que auténticamente somos. Y se realiza el milagro de una salida del ego que no conoce ya ningún retorno. Entiendo que éste es el mensaje de la transfiguración; por ello está puesto después del primer anuncio de la pasión.
Dejémonos tocar por Jesús, y escuchándolo no tengamos miedo de ser eucaristía, es decir, vida entregada como don absoluto “para que nuestros pueblos tengan vida en Cristo”.
Joel, Puerto Aysén – Chile
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Un pasaje que me ha llamado mucho la atención en el comentario al texto del evangelio de Mateo es el siguiente: «A los tres discípulos, que oyendo la voz del Padre se habían caído “con el rostro en tierra, llenos de temor”, Jesús se les acerca y los toca, diciéndoles: “Levántense, no tengan miedo”. Son los gestos muy significativos con que Jesús sanaba a los enfermos. Ahora son los discípulos los enfermos que hay que sanar, no sólo del miedo, sino de sus pensamientos, todavía tan lejanos de los pensamientos de Jesús».
Quién sabe si puedo pedir también yo al Señor que sane mis pensamientos, cuando no son conformes al evangelio, y me libre del miedo.
Pero hoy he leído un comentario a este texto, que es mucho más bello que mis palabras, y lo propongo a todos.
Como las palabras no están hechas/ para quedarse inertes en nuestros libros,/ sino para tomarnos y correr el mundo en nosotros,/ deja, oh Señor,/ que de esa clase de felicidad,/ de ese fuego de alegría / que encendiste un día en el monte,/ algunas chispas nos toquen, nos muerdan, / nos embistan, nos invadan./ Haz que por ellas penetrados / como “favilas en los rastrojos” / nosotros corramos las calles de ciudad/ acompañando la onda de las muchedumbres / contagiosos de bienaventuranza, contagiosos de alegría. / Porque de verdad ya estamos hartos/ de todos los pregoneros de malas noticias, / de tristes noticias: / ellos hacen tan fuerte ruido / que tu palabra no resuena más. / Haz explotar en su gritería nuestro silencio / que palpita de tu mensaje (Madeleine Delbrel).
Elena, Bergamo – Italia
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Mientras más leo la Palabra, más confirmo que en Dios todo es amor. La lectura de este evangelio me permite ver cómo Dios me ama, que estando su Hijo en cruz no tenía palabras de juicio, de condenación; al contrario todo era amor, entregado hasta la última gota de sangre. Y Jesús, sabiendo que tenía que vivir ese momento, no dice ¡no!, para qué, si total luego viene la Resurrección. Abraza la cruz y con ello permite que aún más resplandezca la gloria de la resurrección y en ella toda la plenitud de su amor, que es luz infinita, que abraza a todo ser humano, que no lo juzga ni condena, sino que lo cubre y le permite entrar ella. Realmente es todo amor.
Hilda, Roma – Italia
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La transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros, por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es: Cristo que se manifiesta como lo que él es ante sus discípulos: como hijo de Dios. Pero, además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad. Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
La transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, de que no existen carencias, limitaciones, ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva. Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos cada día para resucitar con él cada día. "Si con él morimos – dice san Pablo – resucitaremos con él. Si con él sufrimos, gozaremos con él". La transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Silvia, La Paz – Bolivia
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