Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“VE DETRÁS DE MI".
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“SOBRE ESTA PIEDRA”.
Un abrazo... P. Bernardino.
"VE DETRÁS DE MI"
Criterios diferentes pueden guiar nuestra vida y nuestras actividades. Hay personas que dedican todas sus energías para mejorar las condiciones de vida, las propias y las de “los suyos”, sin preocuparse de cómo los demás tienen que vivir; y hay personas que para el bien de los demás están dispuestas a darlo todo, incluso su salud y su vida misma.
Leemos en el evangelio de san Mateo 16, 21-27
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”.
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”.
PALABRA del SEÑOR
Después de la confesión de fe de Pedro...
en Cesarea de Filipo, que reconoció a Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, se da un cambio muy importante en la actividad evangelizadora de Jesús. Comienza una nueva etapa, el camino hacia la pasión y la muerte, y Jesús la dedica más directamente a la formación de sus discípulos. Quiere que ellos sepan bien cuál es el destino que le espera, y qué significa para ellos seguirle a él: “Debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; debía ser condenado a muerte”.
Su predicación va encontrando la firme oposición de los dirigentes. Los grandes terratenientes, las autoridades religiosas y los intelectuales ya han decidido su muerte. Son inteligentes. Han entendido perfectamente cuán peligroso es Jesús para el sistema de poder que tanto los favorecía. Jesús, mientras manifiesta a los discípulos que su muerte es inevitable, agrega en seguida el anuncio de la resurrección, “al tercer día”: la muerte física es sólo un paso a la vida plena.
Pedro, que había sido proclamado...
“bienaventurado” porque el Padre le había revelado la identidad de Jesús, ahora se siente autorizado a dirigir a Jesús mismo: “Lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo”. Se opone enérgicamente a la idea de su muerte. Se le planta simbólicamente delante, para impedirle el camino hacia Jerusalén: “Eso no sucederá”.
La reacción de Jesús es increíblemente dura. Lo llama “Satanás”, y lo invita a no ponerse como obstáculo en su camino, una piedra de tropiezo, sino a seguirle caminando detrás de él en la misma dirección, haciéndose compañero y discípulo:“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Jesús es “el Hombre” guiado por el espíritu de Dios. Pedro en cambio es guiado por el espíritu de “los hombres”, tiene una manera “humana” de pensar, sueña con el poder y la gloria, tentación que Jesús ya había vencido en el desierto, cuando el tentador le había ofrecido “todos los reinos del mundo con su gloria”.
El camino de Jesús es una vida entregada...
al servicio de la humanidad, y se cruza con los intereses opuestos de los poderosos que le darán muerte. Es el camino que Jesús propone también al discípulo que quiera seguirle fielmente: renunciar a toda ambición personal, al deseo de sobresalir y dominar, y estar dispuesto, en la realización de su proyecto, a encontrar la oposición, la discriminación, la irrisión y la persecución: “El que quiera seguirme, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”.Renunciar “a sí mismo”, cargar “con su cruz” no es una forma de aceptación resignada de las dificultades, el sufrimiento y las limitaciones humanas, ni una forma de mortificación ascética, sino tener la valentía de ir contracorriente, trabajando por la justicia, la dignidad de cada persona, por la integridad de la creación, y luchando contra la cruz de la violencia, de la pobreza, de la discriminación y la exclusión. El que se busca a sí mismo, centrado en sus propios intereses y ventajas, en total protección de su vida física, podrá conseguir muchas cosas, grandes reconocimientos y mucho prestigio, pero echa a perder su vida, la vacía de sentido y de futuro: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?”. En cambio, el que se la juega sin temor, en el servicio y en el amor, encuentra la plenitud de la vida. Este camino no es sólo para héroes. Es el camino del discípulo, que aprende a discernir cada día lo que vale y lo que no vale para la realización del Reino de Dios. Es el camino que ha recorrido primero el Maestro, que lo ha precedido en el don de su vida.
LECTIO DOMINGO 24 de AGOSTO
"Sobre esta piedra"
Lo que mueve al ser humano es la pregunta y lo que lo suele estancar es la respuesta. La pregunta sirve para caminar y si la pregunta nos involucra a nosotros, cuanto más buscaremos la repuesta. Cuando la respuesta está dada es ocioso preguntarse y ya no buscas, te haces conservador de la – o las – respuesta/s, porque ésta da seguridad. A la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”, Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Era la fe de la primera comunidad. Responde, quizás porque su figura histórica, después de la Resurrección, está más orientada a la estructura conservadora, no en el sentido de estancada, sino para que la estructura sea una red que no se rompa.
La escena de este evangelio, al igual que la de la “Cananea”, está fuera del territorio judío y aún con olor y sabor a pan – “entonces entendieron que no hablaba de cuidarse de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos” (Mt 16, 12) –, y la dificultad que tienen los discípulos para entender a Jesús. Por ello el elogio de Jesús: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi padre del cielo!”. Ciertamente su respuesta es inspirada. No le habían reconocido, los discípulos, en la multiplicación del pan ni en la tempestad. La promesa de Jesús a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia y el imperio de la muerte no la vencerá. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”, es para la comunidad y de la comunidad. Jesús dirigiéndose a la comunidad le dice: “Les aseguro que lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo” (cf Mt 18, 18).
Responder a la pregunta de Jesús, ¿Quién dicen que soy?, involucra a uno mismo. Cada vez que respondo a Jesús me estoy identificando a mí mismo: ¿Quién soy yo? Si creo estar cerca de la respuesta, él avanza un poco más y se hace más profunda la pregunta. Entonces descubro que la pregunta no sólo me lleva a conocerlo más a él, sino que también a mí. Descubro entonces que su pregunta está dicha para caminar, para seguirle. Siempre ha sido así: quien ha buscado responder a Jesús, ha sido invitado a ir cada vez más a fondo, a la verdad de su propio ser. Puede uno entristecerse y volver atrás, como el joven rico. O seguir como Pedro, que en la noche del juicio, reconoce en la mirada de Jesús que le ama en su verdad. En esa mirada se le concedió ver la verdad sobre sí mismo, por ello lloró amargamente. Ciertamente, aquella noche Pedro respondió al Señor en forma más humilde, menos confiada en sí mismo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Allí, comprende que el poder de atar y desatar ha sido dado como servicio de amor y no para dominar o aprovecharse ante la flaqueza y debilidad humana; para atar el pecado y abrir a la vida, para expulsar la injusticia, la insolidaridad y dejar entrar en la comunidad la justicia, el amor, el perdón. Quién responde a la pregunta de Jesús, está invitado a ponerse detrás de él negándose a sí mismo, cargando su cruz y siguiéndole. Lo mismo la comunidad, en la medida que busque responder a la pregunta de Jesús, encontrará la verdad que le fundamenta, la razón de la unidad, la alegría de ser hermanos/as. Serán capaces de expulsar lo que les divide, atarán el mal, las envidias y competencias; entrará el bien, la paz, la justicia, y el amor reinará. ¿Es una utopía? Sí. Pero la utopía está puesta para caminar, no para detenerse estancándose y pudrirse. “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará” (Mt 16, 24-25).
Joel, Puerto Aysén – Chile