Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“SEÑOR, SOCÓRREME”
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo. Abajo,un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“VIENTO EN CONTRA”.
Un abrazo... P. Bernardino.
“SEÑOR, SOCÓRREME”
Mientras de un lado va creciendo el proceso de la globalización, por otro lado se evidencia siempre más el fenómeno de la discriminación. El desafío es construir un futuro de comunión y solidaridad, más allá de las barreras que existen en la sociedad, y que nos dividen a causa de la raza, el país, la riqueza, el sexo, la edad, la cultura, la religión, etc.
Leemos en el evangelio de san Mateo 15, 21-28
Jesús partió... de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”.
Y en ese momento su hija quedó sana.
PALABRA del SEÑOR
Después de un duro conflicto...
con los representantes de la religión oficial, que define como “hipócritas”, Jesús sale de su país y se retira a una tierra pagana, en la región de Tiro y Sidón. Ya este gesto, más allá del diálogo que sigue, demuestra una apertura de Jesús hacia un territorio considerado impuro, que un piadoso judío tenía que evitar de pisar. Allí se encuentra con “una mujer cananea”, perteneciente a la población indígena, que tiene una hija poseída por un demonio que la atormenta terriblemente. Ella invoca el auxilio de Jesús, llamándolo con los títulos que debían conmoverlo: “Señor”, como le decían los discípulos; “Hijo de David”, poderoso descendiente de la casa real, como quería el pueblo.
Parece que Jesús no se siente interpelado. No tiene oídos para esa mujer, y no se reconoce en esa imagen de mesías glorioso, “hijo de David”: “No respondió nada”. Los mismos discípulos interceden por la mujer, al menos para que no siga molestando: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. A los discípulos les molestan los gritos y la cercanía de una mujer pagana entre los que acompañan a Jesús.
la mentalidad de muchos miembros de la comunidad de Mateo, de origen judío-cristiano, que consideraban a Jesús como un reformador de la religión y no entendían la novedad y la dimensión universal de la salvación que Jesús había venido a realizar: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.
Con absoluta confianza la mujer se echa a los pies de Jesús y lo invoca: “¡Señor, socórreme!”. Con una osadía increíble responde a Jesús, derribando todas las barreras raciales y religiosas: “Los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños”. Hay pan para todos, sin ninguna separación, y Jesús es el pan ofrecido para el hambre de todos los pueblos.
Una mujer, y pagana, al contrario...
de las autoridades religiosas oficiales que se oponían a Jesús, lo conmueve y convierte, y evangeliza la comunidad de Mateo. No es la sanación de la hija que provoca la fe de la madre, sino la fe tenaz de la madre que consigue la sanación. Jesús se rinde frente a ella: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. A través del diálogo de Jesús con la mujer, Mateo quiere llevar progresivamente su comunidad a superar la intolerancia nacionalista. No hay discriminación entre los pueblos.
El evangelio nos llama a salir de nuestros mundos dogmáticos, para descubrir humildemente que desde los cananeos de hoy puede venir la palabra iluminadora que nos abre a la universalidad del amor y de la misericordia de Dios.El mensaje del evangelio no está reservado a un pequeño grupo de elegidos: es la sal y la levadura para una humanidad nueva, en que la diversidad y el pluralismo no son una amenaza y un motivo de exclusión, sino la riqueza con que construir la casa común.
Lectio DOMINGO 10 de AGOSTO
VIENTO EN CONTRA
Los milagros... Siempre ocurren de adentro hacia afuera, de la fe hacia el conocimiento, saber o creer. La fe no es un conocimiento, ni una ciencia, ni una creencia. Es la conexión con Dios, que es la Fuente, la Inmortalidad, la Vida. A veces sentimos esta conexión y todo se ordena dentro nuestro: no hay más dudas, no hay más incertidumbres, no hay problemas ni oscuridad. Pero, estamos en este plano denso de la materia, en este planeta escuela donde hemos venido a recordar quiénes somos pasando por experiencias y pruebas, pruebas de esa fe que tenemos que reconquistar, recuperar y que, paradójicamente (la vida es una paradoja) se recupera solo a través de la fe. ¿Y cuál será el camino para este largo aprendizaje? Volver al corazón donde mora Jesús, María, Dios. ¿Y cómo se vuelve al corazón? En el silencio interior, la conversión, en el pedido del perdón y la misericordia para todos nuestros hermanos donde estamos incluidos. ¿Y cómo se llega al silencio interior? En la oración y la meditación, la honestidad de pensamiento, palabra y obra, la simpleza de la vida en contacto con la naturaleza y el servicio desinteresado e incondicional. ¿Requiere esto de largos ejercicios espirituales, complejas teorías, ayunos prolongados, posturas sufrientes e incómodas de meditación, promesas de abstenciones para lograr la sanidad o tantas cosas que hoy se nos ofrecen en un mercado de "caminos espirituales" donde alguien que aparentemente está más conectado con la Fuente que nosotros nos dice que en un "curso" de cuatro encuentros nos podremos transformar? No tengo nada en contra de los cursos ni de los que en distintas etapas de nuestro caminar acudimos a ellos buscando desenmarañar nuestras confusiones para poder sentir un poco de relajación, un poco de paz. Pero sí puedo decir que no es bueno permanecer habitando distintas escuelas, propuestas, cursos, talleres, porque a la larga nos distraen. Con nuevas palabras o consignas nos impiden escuchar la simpleza de la llamada que hace vibrar instantáneamente al corazón: Jesús con su mano extendida diciendo: “Ven”.
Isabel, Londres, Catamarca – Argentina
* * *
Dios siempre nos da confianza y aliento. Esta vez sorprende a los discípulos: ¿Acaso ya no habían visto el milagro de la multiplicación de los panes y los peces? Pues Jesús sabe que los hombres lo siguen, pero muchas veces, sin la absoluta confianza en él. Somos débiles, muchas veces dudamos y por eso nos atrevemos a negarlo. Somos hombres razonables, o tremendistas ante lo desconocido y divino. Nos falta humildad para admitir la fuerza metafísica de lo sobrenatural en una cercana y trasparente cercanía humana y divina. "Ser hombres de fe".
La confianza de Jesús en Dios Padre, su permanente oración comunicativa con él, nos muestra como nosotros también debemos imitarle o seguirle: ser hombres de oración, de escucha de sus palabras.
Luis Ángel, Lima – Perú
* * *
“En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor” (1Jn 4, 18). El miedo (miedo: percepción que tenemos ante un peligro real o imaginario; temor, es tener miedo a algo que creemos que nos está pasando, es sentir tanto miedo que nos paralizamos) es una potencia – ilusoria – que tiene la fuerza para ocultar el amor o hacerlo parecer un fantasma o una ilusión. Lo contrario al amor es el temor; todo miedo es un impedimento para que el amor surja, porque como parásito debilita la fe-confianza en Dios, en Jesús, en su presencia salvadora. Cuando se nos adentra el miedo, no sabemos cómo liberarnos de él y nos paraliza, nos hunde.
En situaciones de crisis tan propias de nuestro tiempo, el relato del evangelio de este domingo, lleno de simbolismo, cobra una actualidad sorprendente. Una tormenta en el mar, la oscuridad de la noche, la fragilidad de la embarcación – imagen de nuestra persona o comunidad –, lejos de tierra firme, viento contrario, no se ve una luz; todo pareciera estar en contra. Las verdades o confianzas que nos han sostenido en otro tiempo, se han vuelto un fantasma. Todos hemos vivido situaciones parecidas. ¿Cuántos hoy viven en un temor paralizante, destructivo, donde todo se vuelve oscuro y no se ve salida?
“Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla”. El evangelio de Juan nos da la clave para entender este momento. ¿Cómo es que Jesús “obligó a los discípulos”?: los embarca y él se queda en la playa. Después de la multiplicación de los panes querían hacer rey a Jesús. Obligarlos a salir de esa exaltación, de esa ilusión, de esa fantasía, es el propósito de Jesús; la decisión de marcharse es de ellos, según Juan. Sin el Jesús del milagro, el “todopoderoso” que transforma “las piedras en pan”, los discípulos se sienten solos, frustrados y abandonados. Recordemos la noche en el Getsemaní, cuando Jesús es arrestado, queda solo y sigue solo hasta el atardecer del Gólgota. El pan comido en el desierto, los cinco mil hombres, recuerdan el éxodo. Con su partida los discípulos deshacen el camino del éxodo, dejan el lugar de los hijos que comen su pan como hombres libres, capaces de unirse para resolver sus problemas. Vuelven a la esclavitud, donde el amo dice lo que deben hacer, por ello las tinieblas. Viven una experiencia de muerte, anticipación de la frustración, desconcierto y sensación de fracaso que les embargara cuando Jesús haya entregado su cuerpo como pan para la vida del mundo.
“¡Señor, sálvame!”. Al grito de Pedro Jesús tiende la mano, le reprocha y le pregunta: “¿Por qué dudaste?”. Me he detenido en esta pregunta de Jesús y no encuentro una respuesta fácil. Creer es vivir apoyado en Dios, esperar todo de él, como un niño en brazos de su madre, en actitud de entrega y de absoluta confianza (cf Salmo 130), como Pablo que dice: “Sé en quien he puesto mi confianza” (2Tim 1, 12). Entiendo, que con frecuencia es el pecado el que quebranta nuestra fe. No creo como digo que creo. Siento una enorme distancia entre el creyente que profeso ser y lo que soy en realidad. Por ello, en toda tormenta, en toda situación de hundimiento, gritaré como Pedro: “¡Señor, sálvame!”.
Pedro, no tiene miedo porque se hunde, se hunde porque tiene miedo.
De niño aprendí a tener miedo,
lo vi en los ojos de mi padre
y en los de mis amigos con quien jugué.
Cuando me hablaron de Dios, me dijeron:
“Dios castiga, pero no a palos”.
¡Qué lejos del Abba de Jesús!
En el colegio estaba siempre el miedo
como manta húmeda que empapaba todo:
miedo a no saber la lección,
a no saber que dos más dos son cuatro,
el miedo era la primera lección.
Aprendí muy bien a tener miedo:
miedo a lo que puede pasar,
a lo que vendrá.
Que es mejor quedarse como está, no arriesgar.
Hice de la fe una búsqueda de seguridad,
no la del peregrino que confiando en Dios
alegre va por los caminos del amor.
Jesús me dice: ven, no tengas miedo.
Señor enséñame a desandar el camino del miedo,
tiende tu mano y sálvame del fantasma del miedo.
Que mi fe sea confianza de saberme amado y salvado.
No temas.
Joel, Puerto Aysén – Chile
* * *
Me parece interesante como san Mateo introduce de una forma muy pedagógica cómo Jesús se va demostrando poco a poco como "el Dios con nosotros". Recordemos su título de Emmanuel, que el ángel le da al Hijo de María cuando se le aparece en sueños a José. Desde esa mirada de Mateo que desea demostrar que Jesús es el verdadero Mesías, siento que Jesús hace iniciar el camino de la Pascua a sus discípulos, exigiendo que empiecen a caminar y no se queden en situaciones que podrían transformarse en algo lejano a lo que él quiere: el reino al estilo de la mentalidad judía, donde el poder es importantísimo. Por eso el episodio que sigue a continuación me hace pensar que en la oscuridad de la noche, en medio de la tormenta, donde los discípulos se encuentran superados por las inclemencias del tiempo, san Mateo coloca la primera manifestación de Jesús como Dios: “Soy Yo, no teman”. Los discípulos, al igual que el pueblo de Israel, no se sienten abandonados, sino que está con ellos "El que es" y por eso manda que el viento se calme. Y la respuesta de ellos es: "Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios" (Emmanuel). Sólo me resta decir que también nosotros, a pesar de sentirlo como Emmanuel, muchas veces preferimos o nos olvidamos de seguir las huellas de Jesús y queremos anunciar el Reino de Dios a nuestra pinta. Hoy más que nunca es importante tener presente este evangelio, cuando estamos enviados a realizar la misión territorial. Entonces nuestras frases claves en el día deberían ser: "Señor Sálvame, y "Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios".
Pedro, Santiago – Chile
* * *
Con todo lo que he experimentado en estos días, la verdad que la palabra de Dios siempre me anima, y tanto. Sinceramente, cuando leía que Jesús enviaba a los discípulos en la barca, sentía cómo Él también me envía a mí. Con cada cambio de obediencia, siento que es para que no me quede en el posible éxito o en lo que ya está un poco más organizado y en cierto modo me da tranquilidad.
Una nueva obediencia es como ir cruzando el lago con nuevos desafíos, inseguridades y tormentas, y creo que mi mayor tormenta es mi propio yo, que se rebela a formas de vivir la comunidad, realidad de la misión, del país en donde sales a comprar y todo esta enrejado. Con qué ganas le digo a Jesús: “¡Sálvame!”, y es acá donde y como experimento siempre su misericordia y siento su mano extendida, que más que tomara yo la de Jesús, es él que me toma firme, animándome a salir a flote, a no dejarme hundir por tanto negativismo, si no a confiar que siempre existirá la posibilidad de salir, de encontrar nuevas formas, de animar. Así hoy con un chiquitito del jardín, que no saca su dedo de la boca, logré que riera y me decían que para nada lo habían visto reír. Doy gracias a Dios de ello. Es posible siempre dar alegría; ojala pueda sembrarla un poco más en estas tierras.
Hilda, Santa Fe – Argentina
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Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tranquilícense. Soy yo. No teman”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor, que disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!
Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo le dice: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas. Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó, si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte – nos dice el Evangelio – temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor, sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre mares.
Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la fe y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación – pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más – la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos!
Silvia, La Paz – Bolivia
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