Querido/a Amigo/a:
Te envío un breve comentario sobre el evangelio de este domingo:
“VIENTO EN CONTRA”.
La reflexión, como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo, con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones, que luego serán enviadas a todo el grupo.
Abajo, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
“PARTIÓ LOS PANES”.
Un abrazo... P. Bernardino
“VIENTO EN CONTRA”
El miedo es la motivación que mueve muchas nuestras opciones: miedo a lo desconocido, al futuro, a la precariedad e incertidumbre, a la enfermedad y a la muerte. La alternativa al miedo es la confianza en uno mismo y en los demás, en la fuerza de la vida, en la presencia de Dios y la certeza de la RESURRECCIÓN.
Leemos en el evangelio de san Mateo 14, 22-33
Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy Yo; no teman”.
Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.
PALABRA del SEÑOR.
La primera multiplicación de los panes...
en el evangelio de san Mateo, es un signo pascual y eucarístico, que puede ser interpretado de distintas maneras. Para los discípulos de Jesús, que habían visto a toda esa muchedumbre comer “hasta saciarse”, podía ser el momento del reconocimiento social, de la popularidad y de la gloria. En cambio Jesús, con una actitud que parece casi violenta, los “obliga” a subir a la barca, para pasar a la otra orilla del lago. Quiere alejar a los discípulos del lugar que podía constituir para ellos una tentación: la tentación del prestigio y del poder, contra la cual él mismo había tenido que luchar en el desierto. Su oración a solas en la montaña será para seguir resistiendo a la tentación, y para pedir al Padre que también los discípulos tengan el valor de vencerla.
La soledad de Jesús no es sólo física...
Como en la noche del Getsemaní, Jesús está solo porque sus discípulos todavía no lo entienden y no lo siguen. Él quiere que los discípulos pasen a “la otra orilla”, a la tierra pagana, para la misión, para extender a todos los pueblos la experiencia del compartir el pan, en una actitud de servicio y solidaridad. Pero la barca de los discípulos tiene “viento en contra”. No es sólo el viento que levanta las olas: es el viento de la resistencia y de la oposición de los discípulos a Jesús. El “viento en contra” está en su corazón. No quieren abrirse a un amor universal.
Y cuando Jesús, “a la madrugada”, sale al encuentro “caminando sobre el mar”, los discípulos no lo reconocen. No consideran real su presencia y gritan asustados:“Es un fantasma, y llenos de temor se pusieron a gritar”. Representan a una comunidad que no confía plenamente en Jesús, en el Dios-con-nosotros. Cuando ve caer los símbolos de su poder y de su seguridad, cuando está llamada a perder su vida para encontrarla de verdad, se deja vencer por el miedo. Las palabras de Jesús quieren pacificarla: “¡Tranquilícense, soy yo: no teman!”. La declaración: “Yo soy”, es la identificación de Dios en el Antiguo Testamento, cuando comunica a Moisés que ha oído el llanto y el clamor de su pueblo esclavo, y ha decidido bajar para liberarlo. La presencia del Dios liberador ahora se manifiesta en Jesús, y transmite paz, aliento, confianza: “¡No teman!”. Será necesario recordar estas palabras de Jesús en los momentos más oscuros y difíciles de la vida, a nivel personal y comunitario.
Pedro quiere imitar a Jesús...
en el prodigio de caminar “sobre el agua”. En su pedido está la duda y el desafío: “Si eres tú”. Jesús le dice: “¡Ven!”. Pero ir a Jesús significa tener fe en él, ser como la casa edificada sobre la roca, y seguirlo no en una experiencia espectacular, sino en la entrega de la vida: “Como yo los he amado”. Sólo de esa manera se hará parecido a él, enfrentando dificultades, resistencia, persecución. En Pedro, en cambio, son más fuertes “la violencia del viento” y el miedo, y “empieza a hundirse”. No tiene miedo porque va hundiéndose, sino que es el miedo que lo hace hundir. Su grito es nuestro grito: el grito de una humanidad que quiere vivir: “Señor, sálvame”. Es una invocación que no debe limitarse a los momentos de mayor angustia, sino expresión de una confianza permanente.
“Jesús le tendió la mano y lo sostuvo”:
esta imagen tiene que acompañarnos siempre: un Jesús que nos tiende la mano y nos sostiene, también cuando las dudas y el sufrimiento, o el peso de una cruz demasiado grande, parecen hundirnos.En cuanto Jesús sube a la barca, el viento se calma. Termina la resistencia a la misión. En la barca, en la comunidad, reconocen que Jesús es el Hijo que revela al Padre: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”. Siguiéndole a él y realizando su proyecto, podremos llegar a ser, nosotros también, “hijos de Dios”.
Bernardino Zanella... bernardino.zanella@gmail.com
Gustavo M. Llerena... gusosm@yahoo.es
LECTIO DOMINICAL 03 de AGOSTO
> PARTIÓ LOS PANES
Por lo general criticamos con agudeza al mundo de hoy, por su individualismo, el sistema económico y su injusta distribución de bienes, poco solidario e inhumano. Ello es verdad, pero en el fondo oculta nuestro propio egoísmo, eso del evangelio: “despide a la multitud para que vayan a los poblados a comprar algo de comer”. Siempre pensamos que son los otros los que tienen la culpa de todo. Los verdaderos culpables del hambre de los que no tienen nada, están ocultos tras el sistema, las multinacional s, los mercados financieros o los políticos. Y, ciertamente, si ellos son los culpables, nosotros somos inocentes. Y el mundo sigue tal cual. Podemos seguir echando la culpa a otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. La palabra de Jesús nos sacude: “Denle ustedes de comer”.
La compasión de Jesús es lo que le lleva a sanar y dar vida a los oprimidos y sufrientes. Habían asesinado a Juan Bautista, Jesús buscaba un lugar tranquilo, para estar a solas y buscar la voluntad del Padre. La compasión por los que sufren le hace olvidarse de sí, quizás en ello descubre la voluntad del Padre. Sin resistirse, se entrega, se da a sí mismo. La multiplicación del pan, es el signo de su propia entrega. Su compasión que le hace darse por entero no borró de un golpe el mal – mal que tiene su raíz en el egoísmo-miedo, no conocer al Padre, falta de fe-confianza, falta de fraternidad, no sentirse hijos –. Con su vida él muestra a los discípulos un camino: No tener miedo a darse, aún cuando creamos que es muy poco lo que se tiene para dar, “cinco panes y dos pescados”, ponerlo en sus manos. El ha venido no para sustituir a la humanidad; ha venido para concedernos continuar su acción: Confianza-fe absoluta en Dios Padre; sentirnos hermanos, ver la creación como la casa del Padre, preparada para una fiesta con él. No reservarnos nada para sí porque todo nos ha sido dado por el Padre. Recordar que, “el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará” (Mt 16, 25). Su causa se evidencia claramente en este pasaje que leemos: su entrega para que todos tengan vida plena.
“Tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se los dio a los discípulos”. Jesús piensa en su Padre. No es posible creer en él como Padre de todos y no tratarnos como hermanos. La tierra y todo lo que nos alimenta lo recibimos de Dios. Es la casa del Padre, preparada con sabrosos manjares y buena comida para todos sus hijos e hijas. El milagro de la multiplicación de los panes y peces es descubrir que es posible compartir los bienes y reconocer que alcanzan para todos y sobran.
¿Aprenderemos un día a ver la tierra como la casa del Padre que nos invita a acoger al hermano y alegrarnos de ser sus hijos? Sí. Cuando aprendamos a confiar en Dios como Padre, como confiaba Jesús; cuando aprendamos a perdonarnos y vernos como hermanos, como lo hacía Jesús. Entonces los pueblos enfrentados por crueles guerras, los terrorismos ciegos, las políticas insolidarias, las religiones de corazón endurecido, serán borrados de la faz de la tierra.
Joel, Puerto Aysén – Chile
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