"ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS"

lunes, 30 de diciembre de 2013

EPIFANÍA 2014



Querido/a Amigo/a:


Para el evangelio del primero de enero y para la Epifanía, te reenvío, en los dos archivos adjuntos, las notas que ya conoces: “Contaron todo”, y “Vimos su estrella”.

De esta manera termino este servicio de “Tu Palabra me da vida”. Te agradezco haberme acompañado en estos tres años.



                             "CONTARON TODO"                           

Las iglesias han sido llamadas a una nueva evangelización, a un nuevo impulso misionero, al inicio del nuevo milenio y a través de la asamblea de los obispos de América Latina y el Caribe en Aparecida. Todos los discípulos y discípulas de Jesús son enviados para ser mensajeros de la Buena Noticia, con la fuerza de su alegría y el testimonio de su fe.

Los pastores de Belén, que recibieron del Ángel el anuncio del nacimiento de Jesús y fueron a verlo, se transformaron en misioneros, portadores de la Buena Noticia. Nos dice el evangelio de san Lucas 2, 16-21:

Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

Lucas no se limita a describir una escena muy emotiva. Quiere transmitirnos un mensaje. María, José, el “niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre” porque “no había lugar para ellos en la posada”, y los pastores, los últimos de la sociedad: son la primera iglesia, absolutamente pobre. La “opción por los pobres” es sin adjetivos que la limiten y la condicionen, como se hace prudentemente hoy.

Los pastores comunican a todos el acontecimiento. Los “sin voz” se hacen voz de la Buena Noticia, y despiertan la admiración y el asombro de los oyentes, sin la necesidad de medios poderosos.

Se puede creer que Lucas hable de los pastores de Belén pensando igualmente en los pastores de la iglesia. Ellos también, compartiendo la misma humildad, tendrían que ser capaces de “glorificar y alabar a Dios”, y dar a conocer lo que han “visto y oído”, su íntima experiencia de fe, pastores y profetas, encandilados por la luz de Cristo. Entonces sí es posible de nuevo el asombro.

Y “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Tal vez comparaba los acontecimientos con las Escrituras. El Salvador prometido había nacido de una forma tan sorprendente. Ella no puede entender todo. Guarda todo en su corazón, esperando el día en que se hará plena luz, con la Pascua de Cristo y el don del Espíritu. En Pentecostés, con todos los discípulos y discípulas reunidos en el Cenáculo, ella podrá compartir los secretos que había vivido en la fe y guardado celosamente: la anunciación del Ángel, el nacimiento y la infancia de Jesús, los momentos íntimos de la vida familiar que nadie había podido conocer.

La actitud contemplativa de María y el entusiasmo misionero de los pastores inspiran nuestro seguimiento de Jesús, atentos a la Palabra de Dios en las Escrituras y en los acontecimientos, y comprometidos en conocerla, ponerla en práctica y anunciarla a los demás con nuestra vida.






                          ""VIMOS SU ESTRELLA"                        

Según la opinión de algunos, el hombre de hoy va perdiendo un cierto interés por las cosas de Dios y por la práctica religiosa. En realidad, se puede vislumbrar, sobre todo en los jóvenes más atentos, una creciente exigencia de espiritualidad, que las iglesias muchas veces no logran entender y acompañar.

Puede ser iluminadora la historia de los “reyes magos”, que leemos en el evangelio de san Mateo 2, 1-12:

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”. 

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”. 

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

El evangelio de san Mateo no se detiene en presentarnos el nacimiento de Jesús, como leemos en Lucas. Indica sólo el lugar, Belén; el tiempo, “bajo el reinado de Herodes”; y nos habla de los primeros visitantes: “unos magos de Oriente”. No da muchos detalles, pero la tradición popular dice que son tres, sin duda a motivo de los dones: oro, incienso y mirra; y que son reyes, tal vez inspirándose en el salmo 72: “Los reyes de Arabia y de Sabá le traigan regalos, que todos los reyes le rindan homenaje y lo sirvan todas las naciones”.

Son sabios, astrónomos y astrólogos, que conocen las estrellas e interpretan sus movimientos. A Mateo, que escribe su evangelio para una comunidad judío-cristiana a la que le cuesta aceptar en su seno a nuevos miembros no judío-cristianos, le interesa mucho presentar a los magos que vienen a Jesús desde oriente, una región que representa el mundo extranjero y pagano. Llegan a Jerusalén, la capital religiosa, y preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?”. Ya había un rey en Jerusalén, Herodes. ¿Cómo es posible que haya aparecido otro rey? “Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén”: no sólo Herodes, que tiene miedo que tambalee su trono, sino toda la ciudad queda desconcertada. Hay alguien que viene a perturbar el orden político y religioso establecido…

Y así se definen las posiciones. La ciudad está con Herodes, contra el nuevo intruso, y los magos siguen su búsqueda hasta encontrar a Jesús. Con un lenguaje diferente, Mateo dice lo mismo que afirma el prólogo del evangelio de san Juan: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. Es el adelanto de todo el evangelio: los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo saben bien “en qué lugar debía nacer el Mesías”, en Belén. Pero no se mueven para ir a verlo. Ellos poseen la verdad, y no necesitan ponerse en búsqueda de nadie. No les bastan las Escrituras y la voz de los profetas para despertar su fe, y al final rechazarán a Jesús, hasta colgarlo en la cruz. En cambio los magos, esos paganos portadores de la esperanza de toda la humanidad, vienen de lejos para adorarlo, movidos por un signo que pertenece a sus tradiciones y cultura: “vimos su estrella”. Dios despierta la adhesión de los pueblos, a partir de su misma vivencia religiosa.

Herodes comienza a embastar su proyecto astuto y cruel para matar a Jesús, por el miedo que le quite el lugar. El poder siempre tiene miedo. Pero Dios vela sobre su hijo.


Cuando los magos llegaron a la meta de su largo viaje, “encontraron al niño con María, su madre”. Es el rey que buscaban, en los brazos de la reina madre, la “Gebirá”, la pareja real según sus tradiciones. Pero su manifestación es en la pobreza y la fragilidad. Y es todo el mundo que se postra con los magos, frente a esa humilde “epifanía” del Señor.




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