Querido/a Amigo/a:
En el día del Nombre de María, mientras saludo a todas las personas que llevan este nombre, envío un breve comentario sobre el evangelio de la fiesta de la Virgen de los Dolores, este jueves 15 de septiembre. Como siempre, es sólo una sugerencia inicial, para que se pueda elaborar un comentario colectivo,
con la experiencia y la reflexión de cada uno. Cada uno puede intervenir
y aportar, si quiere y cuando quiere, sus opiniones y reflexiones,
que luego serán enviadas a todo el grupo.
Más abajo, un aporte-retorno sobre el evangelio del domingo pasado:
¿Cuántas veces tendré que perdonar?
Un abrazo.
Bernardinobernardinozanella775@hotmail.com
Lectio: Nuestra Señora Virgen de los Dolores Ciclo A 15 de Septiembre
"Con los crucificados de hoy"
La fiesta de la Virgen de los Dolores,
el 15 de septiembre, es vivida con mucha devoción en Bolivia y en América Latina. Hay muchos motivos, históricos y actuales, para que la población se sienta muy identificada con la Virgen junto a la cruz de Jesús.
Hay una aparente contradicción entre el recuerdo de los sufrimientos de la Virgen al pie de la cruz y la celebración de una fiesta. En realidad se trata del reconocimiento de un amor hasta el extremo, que llevó a Cristo a la cruz, y a la Virgen a acompañarlo fielmente, compartiendo su pasión.
El evangelio de Juan es el único que nos presenta a María junto a la cruz de Jesús. Juan subraya un detalle importante, después del diálogo de Jesús, desde la cruz, con la madre y con el discípulo amado. Nos dice: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo se había acabado…”. Antes de ese momento, todavía faltaba algo necesario en la “obra”, en la misión de Jesús: la entrega de la madre al discípulo, y del discípulo a la madre. A pesar de tantas enseñanzas de Jesús, de tantas manifestaciones de misericordia y de bondad, sólo después de ese gesto extremo de amor, Jesús puede tener conciencia de que ya “todo se había acabado”.
Nos dice el evangelio de Juan 19, 25-27:
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.
Al pie de la cruz...
por las palabras de Jesús se unen las dos grandes experiencias religiosas: el Israel fiel, representado por la madre, María, y el nuevo pueblo de los discípulos y discípulas de Jesús. La comunidad mesiánica que nace de la cruz será heredera de la riqueza de la antigua y de la nueva alianza.
El discípulo amado no tiene nombre. Aparece en otros momentos del evangelio, siempre con la única indicación de “discípulo que Jesús ama”. En realidad es cada discípulo y discípula que ama a Jesús y cumple su palabra: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama, y al que me ama lo amará mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. Hay una identificación profunda entre Jesús y los discípulos que él ama y llama “amigos”, a los cuales él transmite su vida. Y María está llamada a ser la madre de todos ellos.
El discípulo la recibe como suya, “entre sus cosas propias”. No la acoge simplemente “en su casa”, sino entre las “cosas propias” que el verdadero discípulo debe tener. El Maligno mismo tiene “sus cosas propias”, que son la mentira y el homicidio. También Jesús tiene a sus discípulos, que son “los suyos”, sus ovejas. Y cuando los discípulos se dispersan durante la pasión y muerte de Jesús, ellos vuelven a “sus cosas propias” de antes de la llamada de Jesús, a la pesca, o a su casita, como los discípulos de Emaús.
El discípulo amado...
tiene como “sus cosas propias” todo lo que Jesús le ha transmitido a lo largo de toda su actividad: su palabra, los sacramentos, el Espíritu, la paz. Son tesoros que le dan identidad al discípulo, y sin los cuales no podría ser reconocido como tal.
A partir de la cruz de Jesús, el discípulo tendrá que poner también a la madre, a María, entre “sus cosas propias”, los tesoros que constituyen su patrimonio de seguidor de Jesús. Será el hijo, que acoge a la madre en su corazón, que aprende de ella, la servidora del Señor, a conocer, amar y poner en práctica la palabra del Señor, a estar con ella junto a la cruz de Jesús y junto a las infinitas cruces en que Cristo hoy sigue crucificado en todos los hombres y mujeres que sufren violencia, injusticia, marginación, exclusión, para ofrecer dignidad, justicia, liberación, esperanza, paz. Personas concretas: los niños, los ancianos, la mujer golpeada, los migrantes, los indígenas, los enfermos, los presos, los drogadictos, los derrotados por la vida: todos ellos esperan la solidaridad del discípulo y la discípula de Jesús
Comentario DEL PASADO DOMINGO OSM 2011
El perdón es un proceso largo y nunca debe apresurarse en nombre de un mandamiento o una enseñanza religiosa, porque corremos el riesgo de negar nuestras propias emociones, reprimir el dolor. Cuando una persona constantemente trata de no sentir o se le prohíbe sentir, cae enferma, a no ser que le pase la factura a sus hijos utilizados para proyectar sus inconfesables sentimientos, reproduciendo en el más débil el maltrato recibido. A escala mayor tenemos ejemplos de los grandes dictadores que han hecho sufrir a tanta gente. Este tipo de personas violentas no reconocen el mal que han hecho ni piden perdón. El perdón no puede ser una obligación en nombre de una determinada fe... Hay que respetar a la persona herida, estar con el que sufre, acompañar. El perdón puede darse en la última etapa de sanación, cuando se le ha puesto el nombre a las cosas y hemos reconocido la verdad de nuestra vida, no antes.
Mónica, El Abrazo de Maipú – Chile
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El perdón al otro es un proceso, que va encaminado con mi relación con el Señor. En la medida que me acerco más a Él, se hace presente en mi vida, siento que me ama y yo también lo amo. Es ese amor, el que va transformando todo. ¿Qué importan las personas, si el Señor me ama? Más importante es su amor, que el de los hombres. Es mirar hacia arriba, más allá de las nubes, donde el sol siempre está. Es caminar de la mano de tu Padre, sintiendo que junto a Él estas seguro.
El perdón me ayuda a liberarme, a no cargar con las personas, y a entregarle al Señor esas incomodidades, pesando que Él pasó por lo mismo en este mundo y que no puedo tener una vida distinta a la suya. Cómo mi Padre, siempre se encargará de todo, de poner las cosas en su justa medida, en el tiempo que Él quiera. Me levanta con su amor sobrenatural que lo cura todo, y el dolor lo transforma, para mirar las cosas de otra manera, porque Él es el único que sana nuestras heridas, si lo dejamos, en ese abandono de entregárselo todo a Él.
María Teresa, Santiago – Chile
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Realmente, es muy difícil perdonar 70 veces siete, como dice la palabra de Dios, pero no imposible...
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Sobre el Padre Nuestro se ha escrito y publicado muchísimo. Un autor alemán, Reinhard Körner ocd, después de haber estudiado una gran cantidad de estos trabajos y publicaciones – al menos él mismo así lo manifiesta –, publicó también su propio libro, un libro interesante sobre el Padre Nuestro, sobre la espiritualidad de la oración de Jesús (en el año 2002).
Una parte fundamental de su trabajo ha consistido en buscar reconstruir lo más fielmente posible las palabras originales que Jesús mismo había rezado.
Aparte de tratar en su libro la versión (que es además de muy larga tradición) de rezar: – perdona nuestras ofensas (nuestros pecados), como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden –, el autor profundiza también otra versión (según él, más original): perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (o: a los que nos deben).
El autor dice entre otras cosas lo siguiente: quien reza de esta manera, se da cuenta que tiene deudas con Dios, inmensas deudas, porque Dios le ha dado tanto, le ha dado la vida misma, sus talentos y sus posibilidades de relacionarse con los demás, etc., etc. Quien se da cuenta de estar tanto en deuda con Dios, solamente puede reconocer la imposibilidad de pagar a Dios, de devolver de alguna manera a Dios todo lo que ha recibido gratuitamente. Lo único que a esta persona le queda entonces es pedir a Dios, con un corazón agradecido, que le perdone sus deudas con Él; igual como es (supuestamente era en el pueblo de Israel de entonces) una costumbre y tradición entre personas de perdonar deudas (materiales) los unos a los otros.
Gerardo, Oruro – Bolivia.
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